Opinión

El emperador renuente

Por: En el Tintero 03 de Octubre 2019

A sus 52 años, tras el magnicidio de Calígula, Tiberio Claudio César Augusto Germánico, Claudio, para abreviar, fue elegido inesperadamente emperador por la guardia pretoriana. Así fue como este miembro marginado de la familia imperial, se convirtió, para su espanto y sorpresa, en el hombre más poderoso de Roma.

Se le ha considerado un auténtico sobreviviente, en una dinastía asesina. Por encima de sus evidentes falencias físicas; cojo, a lo mejor como secuela de una poliomielitis y tartamudo, con tics exagerados bajo presión, era bastante inteligente, al menos lo suficiente como para escapar a su sanguinario sobrino, Calígula.

Claudio estaba muy lejos del ideal del joven aristócrata que su madre habría deseado, de hecho, lo describía poco menos que un monstruo. Su abuela, la poderosa y manipuladora Livia, no era mucho más benigna en sus apreciaciones, pues ni le hablaba, considerándolo una insoportable vergüenza. Augusto, el emperador, le tenía lástima y era con él un poco más condescendiente.

Fue un emperador bastante decente, incluso, agregó al imperio Britania y Mauritania. Casado varias veces, con muy mala suerte, algunas lo engañaron y la última lo envenenó.

Las burlas, que definen tanto la vida de Claudio como sus propias dolencias físicas, no terminaron ni tan siquiera al morir. Criticado por haber estado a merced de sus libertos y de sus esposas, Séneca, se burló cruelmente del emperador fallecido en una obra donde, en lugar de la esperable apoteosis gloriosa, Claudio se convertía en una calabaza.

Mirando con cuidado sus esculturas, se le ve un tanto triste, no era para menos, pero lo hizo harto mejor que los pronósticos, lo que suele suceder en casos así.

PROCOPIO

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