Opinión

España y Chile: mitos y aportes de la descentralización

Por: Diario Concepción 08 de Septiembre 2019
Fotografía: Cedida

M. Inés Picazo Verdejo
Directora Vinculación Social UdeC

Nací en un país que no tenía democracia ni desde luego tampoco era descentralizado. Sin embargo, a finales de 1970, España recupera la democracia que se consagra en una Constitución, refrendada en las urnas por los ciudadanos, una constitución que contempla la descentralización y se comienza a construir la España de las regiones.

El 2010, solo cuatro décadas después de aquel país enemigo de la autonomía de los pueblos, de la diversidad cultural y lingüística, es declarado por el Índice de Autoridad Regional como el segundo país más descentralizado del mundo, tras Alemania. Una hazaña casi quijotesca en tan poco tiempo. Sin embargo, especialmente desde el 2016 fuerzas políticas regionalistas desde Cataluña, comienzan a abanderar un nacionalismo que decide avanzar en la independencia de esta Región desconociendo aquel marco constitucional y negando de paso el camino de construcción colectiva de la configuración territorial que requiere un país.

En la construcción de esa España descentralizada hubo una responsabilidad colectiva, que se reflejó en la Constitución. Los cambios al diseño territorial, aunque haya sido un mal diseño de descentralización, no pueden empujarse con provocaciones, ni por la fuerza. Deberían ser políticamente consensuados, técnicamente sostenidos en estudios y socialmente conversados.

Un país de regiones no es un patchwork hecho de trozos de diferentes banderas. El diseño consensuado, la descentralización como política de Estado es clave para que el modelo de regionalización sea sostenido en el tiempo, sin peligro de desgarros y minimizando el riesgo de flecos sueltos. La diferencia, lo particular, lo que nos une hacia dentro de un territorio no dejemos que se convierta en una fuerza centrípeta fragmentadora de la unidad nacional y de soluciones nacionales a problemas nacionales.

En el caso de Chile, se necesitará de una ingeniería constitucional para darle solidez y legitimidad al país descentralizado que anhelamos. También de una administración nacional que coordine las administraciones descentralizadas; que evite los conflictos interinstitucionales. Se necesita del Estado para tener un país con menos presencia reguladora del Estado. Las agendas de los gobiernos regionales y nacionales deberán articularse para enfrentar problemas que no entienden de fronteras regionales. Por ejemplo, la calidad de la educación, o los desafíos de I+D+i, la pobreza, la violencia de género, el trabajo infantil, la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, el cambio climático, o el transporte urbano.

En este proceso, veo al menos dos riesgos. Uno es que se presente a la descentralización como la buena de la obra y al Estado como el villano. En Chile no es difícil. Mientras en España se incluyeron inmediatamente capitales regionales del sur y noreste en el “contrato del siglo” para los trenes de alta velocidad, el gobierno chileno lanza el “Plan 3T”, trenes, tranvías y teleféricos con fuerte énfasis en el eje Santiago-Valparaíso.

El segundo riesgo es que si las regiones son diferentes, (socialmente, en su grado de desarrollo, en configuración política, en historia, en matriz productiva, en red de transporte público) los chilenos no pueden ser diferentes en el acceso a derechos sociales. Debemos cuidar que la descentralización no sea un factor que construya más diferencias territoriales, sociales y de oportunidades de desarrollo, de las que ya existen. Las transferencias financieras a los gobiernos descentralizados deberán considerar las inequidades territoriales.

Por eso que aún estamos a tiempo de pensar la descentralización y su relación además con una tendencia actual. La demanda de participación, la existencia de actores diversos provenientes de la sociedad civil que reclaman legitimidad para hablar en nombre de los ciudadanos, sobre todo de los más jóvenes, debilitando entonces a las autoridades públicas tradicionales. No por casualidad desde el 2011 han surgido actores locales y movimientos sociales que reclaman un rol de mediador entre la ciudadanía y los poderes públicos.

Desde la academia y desde la vasta trayectoria de la Universidad de Concepción, tenemos un fundamental rol en pensar en un Chile descentralizado para las generaciones futuras, sin mesianismo, pero con pasión poética de quienes soñando con los Trenes del Sur entonaban: Voy a Reinaco/ espérame/ tengo que comprar lana en Collipulli/ espérame, que tengo/ que descender en Quepe,/en Loncoche, en Osorno…

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