Opinión

De racionalidad y utopías

Por: Diario Concepción 14 de Agosto 2019
Fotografía: Carolina Echagüe M.

ANDRÉS CRUZ CARRASCO
Abogado, magíster Filosofía Moral

Hoy ya no podemos hablar seriamente de la existencia de una dualidad entre explotador-explotado. El crédito anestesia al trabajador con el cosismo y lo hace dependiente de su empleo. El cambio genera angustia y toda transformación es percibida como una amenaza. Ahora el binomio es entre incluido-excluido. A diferencia del explotado, que sigue siendo necesario para que trabaje y contribuya a la producción, el excluido constituye un estorbo que, como ideal, debe ser erradicado, por ser irrelevante y, por lo tanto, descartable.

Los sistemas ideológicos de los siglos XVII a XX ya no nos sirven para comprender lo que ocurre. Vamos deviniendo en autistas de los acontecimientos y preferimos que la rutina transcurra, distrayéndonos por cualquier medio. Ante la ausencia de respuestas, nos quedamos perplejos, pero no nos detenemos a pensar. La crítica se hace de manera espontánea y superficial.

Se transforma en dogma lo que es un ideal: El comportamiento racional del ser humano. Se supone que todos hacen un cálculo racional costo-beneficio antes de actuar. Al aumentar los costos (en materia penal, sería al aumentar la pena) deberían disminuir las acciones irracionales (cometer un delito), ya que no habría beneficio o el costo para el logro del beneficio sería muy alto. El dogma del fundamentalismo de mercado en relación a la racionalidad de toda acción humana hace que todas las decisiones de políticas públicas se tomen de manera uniforme, como si todos los seres humanos obraran del mismo modo. Esto se agudiza en sociedades como la nuestra por su exacerbado centralismo que hace pensar que todo lo bueno está en el centro de poder, que debe intervenir respecto de todos del mismo modo, puesto que, todos, se supone, enfrentamos y tenemos las mismas contingencias, sin atender a las particularidades de cada territorio. Como sostenía Martin Buber: “los seres humanos no son racionales, pero pueden llegar a serlo”. Ya que no hay peor irracionalismo que dar por hecha la racionalidad humana.

El miedo se expande. Los políticos se desprestigian por sus malas y mediáticas decisiones, los partidos pierden representatividad, devienen cajas pagadoras de favores o agencias de empleo con la moral destruida por la corrupción, la legislación penal retrocede usando medidas medievales para combatir la delincuencia ante la presión por más seguridad contra los excluidos, todo lo distinto es percibido como un enemigo que hay que desplazar o desechar, proliferan los demagogos y pese a todas las advertencias, el medio ambiente sigue socavándose a la misma velocidad por la utopía del racionalismo humano.

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