Opinión

¿A quién le echamos la culpa?

Asumir colectivamente es un facilismo, y ponerle un solo rostro a una cadena de desaciertos es una muestra de pereza intelectual.

Por: Diario Concepción 09 de Julio 2019
Fotografía: Cedida

Jaime Tohá González
Diputado de la República

Una de las características de los errores y los fracasos, es que estos son huérfanos. Carecen de toda filiación. Son hijos no deseados y, en consecuencia, no reconocidos. Distinta suerte corre la fortuna, el acierto y sin duda, el éxito. Padres les sobran, y sus causas tienen más de una fuente aunque éstas resulten borrosas.

Al no tener el error y el fracaso pariente alguno, nadie repara en ellos salvo para buscar culpables. Con esto, olvidamos algo crucial: que tanto el error como el fracaso tienen siempre aspectos rescatables, y las luces y pequeñas conquistas con las que cohabitan, son las primeras víctimas de los juicios lapidarios que recaen sobre aquéllos.

En días como los que vivimos, esto es patente. Somos comentaristas entusiastas de los logros colectivos, pero incapaces de hilvanar críticas a un proceso que ha terminado en fracaso. ¿Por qué? Por algo tan humano como temerle a la culpa. Ese miedo a atribuir responsabilidades termina por disolverlas, y ese terror a ser apuntado como responsable hace que, como contrapartida, temamos imputar negligencias a otros quienes sí las han tenido, diluyendo la posibilidad de cualquier análisis. Hemos hecho sinónimos a acusar, culpar y purgar, con corregir y enmendar, cuando esto último es lo único que debe prevalecer.

Si los colectivos no examinan su pasado para rectificar, difícilmente podrán dar con soluciones satisfactorias, y la construcción de un futuro que encarne los valores que defendemos, viene dado por una construcción del pasado en la que hayamos estado a la altura de distinguir lo bueno de lo malo, los aciertos de los yerros; no para culpar, sino para ser conscientes que un hecho adverso es el fin de una cadena de errores no detectados, y un fracaso, una suma de silencios consentidos.

Asumir colectivamente es un facilismo, y ponerle un solo rostro a una cadena de desaciertos es una muestra de pereza intelectual. Ejemplos sobran: Carlos Altamirano y la tragedia del ’73, Ricardo Lagos y todos los errores de los mejores 30 años de la historia de Chile, Rueda y el año negro de la selección.

Y ahora Elizalde, apuntado como culpable del camino  errático del Partido Socialista que, sabemos, se arrastra desde la derrota de Frei Ruiz-Tagle. Así entonces, para expiar los pecados en nuestra crisis solo bastará identificar un cordero sacrificial, y pensar: ¿A quién le echamos la culpa?

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