Opinión

El fascismo en el siglo XXI (1ª parte)

Por: Diario Concepción 21 de Junio 2019

Gran parte de la carga cultural, ideológica y emotiva que ha tenido el concepto de fascismo se explica por la historia de los regímenes dictatoriales de Mussolini en Italia y Hitler en Alemania. Este fascismo clásico, sin embargo, no siempre estuvo en el poder. Sus definiciones programáticas e ideológicas originales se basaron en diagnósticos cataclísmicos sobre los sistemas democráticos plurales en los cuales surgió.

La ideología del fascismo clásico se basó en unos pocos principios fundamentales: oposición a la revolución socialista, sublimación de la idea de comunidad nacional, promoción del orden a través del uso de la fuerza y el rechazo a un sistema internacional considerado injusto y opresivo. A su vez, las ideas económicas teóricamente corporativas o socialistas de estos movimientos eran secundarias a los principios anteriormente señalados. La estrategia del fascismo clásico fue la movilización, a través de grupos paramilitares, y la explotación del carisma de un jerarca, cuyo liderazgo se hacía cada vez más indiscutible a medida que el movimiento crecía y adquiría protagonismo público.

Sin perjuicio de las muchas diferencias que existen entre el mundo de hoy y el del siglo XX, sí hay un elemento de continuidad claramente discernible: el sistema democrático representativo, como espacio esencial del desarrollo político, se ha extendido sustancialmente en el mundo; en ese marco institucional y de cultura democrática, han surgido durante los últimos años y en lugares tan diversos como por ejemplo Hungría, Filipinas, Brasil y Chile, movimientos políticos que, en respuesta a los desafíos y realidades propias del siglo XXI, han mostrado rasgos que claramente forman parte del repertorio de características que definen al fascismo.

Así, movimientos de ultraderecha que han emergido en Europa y América en los últimos años -dentro de los que se incluye el nuevo Partido Republicano, liderado por José Antonio Kast en Chile- tienen como denominador común oponerse intensamente a la izquierda y, en algunos casos, al liberalismo moderado también, a quienes culpan de gran parte de los males que supuestamente afligen a la sociedad del siglo XXI. En muchos, estos sentimientos son incluso anteriores a las convicciones positivas que pueden alentarlos a la acción política, que quizá es el medio para detener el avance de dichos “vejámenes”.

Todos estos movimientos promueven, en distintas medidas, una exaltación de la idea de nación o patria, y rechazan las instituciones y el espíritu del orden internacional actual, al que ven como una amenaza tanto a la soberanía como a la identidad nacional. Estas sensibilidades ideológicas atacan con mucha virulencia a las estructuras burocráticas del Estado, a las que acusan de ser redes clientelares de partidos políticos y no servicios públicos, como también a la ineptitud de las instituciones de la política deliberativa para enfrentar los problemas más acuciantes de la sociedad, entre los que destaca la seguridad ciudadana. En esta línea, su propuesta se reduce a fortalecer el poder del ejecutivo y/u otorgar más facultades a las fuerzas policiales y militares.

En un sentido histórico, todos estos movimientos políticos caben dentro del espectro del fascismo. Ello no quiere decir que sus propósitos sean igual de destructivos a la forma genocida en que terminaron operando los fascismos del siglo XX. Sin embargo, como ya se ha visto en Hungría y Polonia, la llegada al poder de estos grupos resulta en una erosión de las instituciones que sostienen la democracia liberal y plural, cumpliendo de esta forma con los propósitos que los inspiran.

Desafortunadamente, algunas de las proposiciones de estos grupos extremos resuenan en amplios sectores de las sociedades democráticas, que sienten que las élites políticas de otras sensibilidades ideológicas no los representan con sus programas o convicciones culturales; aún más, son consideradas por varios de ellos como una amenaza.

El desafío del resto de las fuerzas políticas hoy en día es reconocer los motivos que han hecho atractivos a estas corrientes fascistas del siglo XXI y, sin renunciar a las convicciones ideológicas y culturales propias, establecer un mínimo común que sea aceptable para la mayoría de la población y así evitar que el populismo de esta ultraderecha empoderada dañe permanentemente los cimientos sobre los que se sostiene la democracia por la que luchásemos y de la que hoy somos parte.

 

Sebastián Hurtado
Doctor en Historia
Académico Universidad Austral

Felipe Vergara
Doctor en Comunicación
Académico Universidad Andrés Bello

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