Opinión

La virtud en la era de la hiperconectividad

Por: Diario Concepción 29 de Noviembre 2018

Desde los albores de la civilización, la idea de la “virtud” ha rondado en la cabeza de iluminados y pensadores, tal vez como una necesaria introspección en busca del tipo de hombre/mujer ideal sobre el cual construir la sociedad. Una discusión que, en el plano de las ideas, se dio con particular intensidad en la órbita de la Grecia clásica.

Sócrates, por ejemplo, identificaba la virtud con el conocimiento: no se puede hacer lo justo si no se lo conoce, pero también es imposible dejar de hacer lo justo una vez que se lo conoce. En La República, Platón formula por primera vez la división de la virtud en cuatro categorías fundamentales: prudencia, fortaleza y templanza, correspondientes a las tres partes del alma, y la justicia como la armonía que resulta de las tres anteriores. Por su parte, Aristóteles enseña que la virtud no viene directamente del conocimiento, sino que requiere el hábito.

Distinta es la mirada de Epicuro, quien asocia la virtud con el placer (hedoné). A su juicio, el objetivo de la ética y de la filosofía, es conseguir una vida feliz. A su juicio, la Virtud no sería otra cosa que la disposición anímica que lleva a la persona a alejarse de las perturbaciones para alcanzar la felicidad, a través de una vida equilibrada, con énfasis en la reflexión, el autocultivo y el desarrollo de buenas amistades.

Todos estos pensadores coinciden en que para alcanzar la virtud se requiere un camino largo de reflexión, de ensayo y error, y de autocontemplación. Cabe preguntarse si en estos tiempos frenéticos, con ritmos acelerados, con altos niveles de estrés y depresión, donde los pocos espacios de ocio se llenan automáticamente con la superflua hiperconectividad de los celulares, son propicios para la formación de personas integrales y virtuosas. Una reflexión necesaria en un mundo que está cambiando demasiado rápido como para darnos cuenta en qué nos estamos convirtiendo.

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