Opinión

Las duras barreras de la desconfianza

Por: Procopio 18 de Julio 2018

La historia de nuestra infancia no podemos escribirla nosotros, por no tener todavía memoria, los primeros capítulos han de ser redactados por terceros, por los padres, por ejemplo, que a veces no cuentan las cosas tal y como fueron, porque no son para nada objetivos, o porque las han olvidado. Hay otras fuentes, por supuesto, pero son igualmente lábiles, porque la memoria es frágil y estamos demasiado preocupados con nuestros asuntos como para llevar la bitácora de una guagua ajena y llorona.

El asunto es que siempre hay consecuencias debidas a las primeras cosas que nos pasan en la vida, recordémoslas o no; como aprender a confiar. No sería trascendente si no importara la confianza, pero la confianza es el piso. Sin ella estamos como almas errabundas y angustiadas. Cómo vivir si no se pudiera confiar en nada ni nadie; mal, así viviríamos y así vivimos en ciertas circunstancias, sin poder descuidarnos, porque si lo hacemos vamos a perder más de algo, actitud decididamente agotadora.

Es esta sólo una reflexión, pero debería ser tomada en cuenta a la buena, ya que la desconfianza puede ser una barrera importante a todas las acciones que emprendamos que tengan algo que ver con otros, como sucede la mayoría de las veces, hay programas y proyectos que mueren de puro mal ejecutados o que jamás llegan a postularse, por la desconfianza en los que se supone son del equipo de trabajo.

Sin confianza en la lealtad u honestidad de los otros, podemos andar por allí traficando misterios, asustados de la expropiación de cada iniciativa que tengamos. Para empezar, hay revisar la composición de los grupos, sincerarlos y sincerarnos, darnos mutuamente la oportunidad de confiar y descansar en esa indispensable fe de tener las espaldas cuidadas.

PROCOPIO

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