Opinión

Hija mía, no escuches y patea siempre adelante

Por: Paulo Inostroza 25 de Diciembre 2017
Fotografía: La Tercera

La Paulita patea una pelota verde, siempre de puntete, y sonríe. Camina hace cinco meses y ya grita gol o algo parecido. Yo amo el fútbol o lo amaba. Amo lo que entendía por fútbol, ese que de niño era veinte contra veinte en el patio, grandes con chicos, mujeres con hombres, y a veces papás parchando al equipo del hijo, pero sin meter goles. Amo ese fútbol porque era para todos y lo de ahora es apenas un mal remedo. Todo es plata y los clubes ricos pasean a los pobres. Uno que es solo para algunos.

En Santiago, otra Paula, que también pateó en el living de su antigua casa esa pelotita de goma que se arranca y da botes impredecibles. Hoy, tiene 45 años y un currículum para que se la peleen. Pero le tocó el camino largo y no porque quiso, porque no había otro. Porque el camino corto y justo está cerrado desde siempre y, para pasar, ella misma tendría que pescar un hacha, cortar las tablas y abrirlo. Paula es valiente y empuña fuerte, pero no basta con eso. En este remedo de fútbol que te hablaba, no. En este remedo de vida, porque el fútbol aquí es lo de menos. Paulita baila lo que venga. Se mueve, lo lleva en la sangre. Las tías me dicen que es distinta, que si quiere ser bailarina, baile. Si quiere ser pintora, la aliente. Llega a casa con las manos manchadas con témpera y hacemos chinitas para decorar. No sé qué será, pero tiene pinta de artista. Y si quiere escribir como el papá, que se cague de hambre, pero sea feliz. O que sea buena, mucho mejor que uno, y sea el libro estrella brillando en la vitrina. ¿Por qué no? Cómete el mundo, le digo. Y en Santiago, Paula se queda frente a la cerca. Un grupo de hombres, primitivos, con antorchas de fuego ahuyentando al monstruo que no existe, se paran ahí y le impiden seguir. No se puede porque no se puede. El capitán del equipo, el “Clavo”, el “Peineta”, el Castañeda grande. Manga de tarados que le hacen tan mal al deporte, a la sociedad. Con esa frase pequeñita. Con esa lógica ilógica de que las capacidades no son lo que realmente vale. Y la mujer, de secretaria o promotora el día que lancen la nueva camiseta. Ojalá con un pantalón blanco ajustado. Mandando a un hombre, jamás. Al menos, no en el fútbol.

Llego a la casa y pienso que la Paulita jamás será gerente, que la Isapre la asaltará un día porque tiene la fortuna de poder ser madre, que el jefe la mirará como un cacho y que la pelota de goma debería esconderla en un baúl. Mejor peinarla y que se vea linda. Llego a la casa y lo pienso, pero no puedo hacerlo. La llevo al patio y le muestro el hacha. Hija, una de ustedes tendrá que hacerlo. Qué triste decírtelo, pero los hombres aún somos de madera.

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