Opinión

Hölderlin

Por: Diario Concepción 18 de Octubre 2017
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz
Abogado, Magíster Filosofía Moral

El alemán Friedrich Hölderlin, inspirador de Heidegger y muchos otros, escribía: “Cuánto peca el que quiere hacer del Estado una escuela de costumbres. Siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo lo ha convertido en su infierno”. Todos los esfuerzos por una sociedad mejor, a costa de someter al ser humano, maniatándolo a los dogmas más diversos, han terminado en dictaduras. La única forma de vivir en serio es aceptar lo que somos para no terminar ultrajándonos por obtener la aprobación del otro.

Para la constitución de la esencia moral del mundo hay que atender sólo a la libertad: “Solo lo que es objeto de la libertad se llama idea. ¡Tenemos que ir más allá del Estado. Pues todo Estado tiende a usar a los hombres libres como un engranaje mecánico”. Hölderlin proponía que se debía luchar por la unidad con el ser (que no le daba nombre), olvidarse de esta ficción que constituye el asumirse como un individuo aislado y fusionarse con la naturaleza.

En su obra Hiperión (entre 1794 y 1795), refería que en todos hay una ambición extraña, “irresistible a ser Todo, que, como Titán del Etna, brota enojada desde la profundidades de nuestro ser”. La angustia surge al tratar de confinarse y no reconocerse en el otro. Se mostró receloso del mesianismo científico, y de la metodología de enseñanza, que pretendía uniformar a los seres humanos, hacerlos creer que podían dominarlo todo bajo el argumento de lo “razonable”, expulsándonos del “jardín de la naturaleza. “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un hijo pródigo a quien el padre echó de casa”.

Pero no terminó muy bien, ya que en 1804 se volvió loco y él constató como comenzó a darse este proceso, lo que lo llevó a escribir “Entra, pues, genio mío, desnudo en la vida/ y no te preocupes de nada/ lo que ocurra, ¡todo será en buena hora!/ Armonízate con la alegría, pues, ¿qué podría afrentarte, corazón, qué podría/ sucederte donde debes ir?”. Llegó a tal que ya nadie pudo entender lo que quería expresar, al usar el griego, el alemán y el latín simultáneamente. Murió al cuidado del ebanista Ernst Zimmer, que lo acogió hasta su muerte en 1843.

En su etapa de locura, algunos dicen que encontró lo que buscaba, ya que de entre sus textos se rescató el que sigue: “Oscura, cerrada, parece a menudo la interioridad del mundo,/ sin esperanza, lleno de dudas el sentido de los hombres,/ mas el esplendor de la Naturaleza alegra sus días/ y lejana yace la oscura pregunta de la duda”.

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