Opinión

Causa N°37

Por: Diario Concepción 30 de Noviembre 2016
Fotografía: imagenPrincipal-862.jpg

Para Alejo Carpentier, "hay grandes acontecimientos – grandes por su significado, por su energía generadora- que sólo se nos muestran en su cabal dimensión histórica cuando podemos considerarlas, retrospectivamente en función de los hechos que de ellos derivaron".

El 16 de octubre de 1953, como resultado de la causa Nro. 37, fue juzgado en la Audiencia de Santiago de Cuba, Fidel Castro, oportunidad en la que pronunció en su defensa su famoso alegato "La historia me absolverá".

Este proceso partió por el fracasado intento de hacerse del Cuartel Moncada (26 de julio del mismo año). "Parecía que el apóstol iba a morir el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, su pueblo es rebelde, digno de sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y vida para que él siga viviendo en el alma de la Patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tú Apóstol!". 

Luego vinieron la Revolución, la conversión al marxismo-leninismo, Playa Girón, las disputas internas, la no aclarada muerte de Camilo Cienfuegos, los exiliados, los encarcelamientos, el bloqueo, la crisis de los misiles, los mártires de uno u otro lado, las exitosas experiencias en varias áreas esenciales, etc. 

Como toda dinámica histórica, los sucesos no se pueden explicar por un solo motivo. El ideal es que toda gesta de transformación sea pacífica y que la vía hacia una sociedad mejor sea de manera sosegada, amistosa y concertada. Pero los seres humanos no somos pacíficos, solemos acojonarnos con lo que es diferente, con lo que pueda sacarnos de la rutina, aunque esta sea abominable y nos resistimos a todo lo que sea nuevo, ya sea por desconfianza o por miedo.

En ningún caso la violencia se justifica, pero de no mediar capacidad de canalizar el descontento, circunstancias han mostrado que de simples movilizaciones masivas, se puede llegar a brutales enfrentamientos. Todo termina sirviendo para construir, sobre la sangre de muchos, mitos y héroes a partir de los que se pretende cambiarlo todo. 

Como diría Diderot: "Todos los pueblos cuentan con este tipo de hechos, a los que para ser maravillosos no les falta nada más que ser verdaderos. Con ellos se demuestra todo sin probar nada. Que nadie se atreva a negarlo sin ser impío y que nadie pueda creerlos sin ser imbécil". 

Como todo ser humano, Fidel no era un mesías, pero tampoco un demonio. 
 

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