Humanidades

Biocultura urbana: Cerro Caracol como espacio de diálogo

Con el nombre de Diálogos ciudadanos en el Alto Caracol: Biocultura urbana, tres académicas de la Universidad de Concepción, de distintas áreas del conocimiento, desarrollaron un proyecto financiado por el programa Ciencia Pública del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. A partir de este trabajo en el emblemático cerro penquista, junto a la comunidad que lo rodea, lo habita y lo define, las especialistas reflexionan sobre la necesidad de poner a conversar los conocimientos académicos con los saberes populares.

Por: Diario Concepción 23 de Enero 2022
Fotografía: Cedida

Por Ximena Cortés Oñate

Comprender las interrelaciones complejas entre procesos ecológicos y dinámicas culturales, implica reconocer que la naturaleza no existe aparte de la sociedad, sino que ambas se construyen mutuamente, existiendo así una relación biocultural. El intercambio entre sociedad y medio, y la influencia bidireccional de esta relación, plantea que la diversidad de la vida está profundamente interrelacionada en todos sus sistemas, ya sea en la Cultura, la Economía o en el sistema Socio-Medioambiental; estableciendo un vínculo emocional entre una persona y su hábitat.

La socióloga Beatriz Cid explica que a la relación entre la diversidad biológica y la diversidad cultural se le llama Biocultura. En el fondo, señala la académica del Departamento de Sociología y directora del Magister en Investigación Social y Desarrollo de la Universidad de Concepción, se refiere a esta relación mutua, donde las prácticas culturales van a contribuyendo a la diversidad biológica.
“Hay prácticas culturales que contribuyen a la diversidad, como hay otras que no. De hecho, culturas muy simplificadas tienen una diversidad muy simplificada. Por ejemplo, la cultura simplificada moderna, que nos tiene llenos de forestales en vez de un paisaje diverso. Esta relación de diversidad cultural y diversidad biológica, que existe en distintos espacios, puede existir también en sectores urbanos”, señala Cid.

Beatriz Cid: “La naturaleza no es algo que esté allá afuera, no es algo externo. Somos materialmente parte de la naturaleza y nuestros procesos culturales median nuestra relación con ella y la modifican también. Entonces, que esas personas conocieran tanto el cerro, que lo usaran y lo valoraran, tiene en parte que ver con las prácticas culturales que se desarrollan en torno a él”.

 

Al respecto, la académica del departamento de Ingeniería Matemática de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas UdeC, Anahí Gajardo, complementa que “por el habitar, la gente se va afiatando con el medio ambiente y, entonces, se crea una mutua dependencia entre el ecosistema natural y el ecosistema humano. Aparecen costumbres por las cuales, en el fondo, al final la naturaleza termina también dependiendo de la existencia de ese humano que la visita. Entonces, ya no es simplemente llegar y cambiar las cosas sin considerar a quienes las usan y habitan”.

Anahí Gajardo: “Experiencias como esta sirven para situarse como científico o científica. Puedes viajar mucho pero, cuando empiezas a trabajar en el barrio, tu visión del mundo es otra. No se está haciendo un trabajo científico o publicando un paper, sino que se tiene una responsabilidad; se es mirado por la sociedad. Por eso creo que la actividad tuvo un impacto muy positivo”.

 

Existe un cierto paradigma predominante que ve la naturaleza como recurso, relación que puede sonar perversa, pero que Cid reconoce también como algo propio de una cultura. “La Biocultura es la particular relación que tiene un grupo cultural con su naturaleza. Entonces hay grupos para los que la naturaleza es un recurso y así reducen su entorno”, sostiene Gajardo, quien además pertenece al Centro de Investigación en Ingeniería Matemática CI2MA.

A ellas se suma Verónica Oliveros, académica del departamento de Ciencias de la Tierra, de la facultad de Ciencias Químicas UdeC: “esto de disociar a la sociedad humana de la naturaleza, es como si uno quisiera disociar al humano de su cuerpo. Uno usa su cuerpo como recurso, pero igual tiene una conciencia. Esto es como lo mismo. Somos un continuo, no cosas discretas ni separadas”.
Cid coincide con esa mirada: “cierto, no se puede disociar el ser humano, la mente del cuerpo, así como tampoco el cuerpo de la naturaleza, pero eso es exactamente lo que ha hecho todo el pensamiento moderno. Es decir, la mente tenía que ser autónoma del cuerpo: los sentidos me engañan, mi cuerpo me engaña, lo importante es la mente, el desarrollo. Eso es lo fundante de los temas de conocimiento occidental moderno, y hoy se plantea un poco la ruptura con eso. Todo un elemento de reconexión que no significa negar todo, sino que reconectarse”.

Verónica Oliveros: “La única manera de ser resiliente frente al cambio global, es que cada territorio, cada lugar, cada comunidad, sea capaz de articularse para resistir o para poder vivir. A partir de ahí hay que ir escalando hacia el sistema humano. Para eso se necesita un diálogo de saberes o una validación de los conocimientos mutuos diferentes”.

 

Realidad biocultural

Pese a trabajar en distintas áreas del conocimiento, Cid, Gajardo y Oliveros coincidieron al impulsar el proyecto Diálogos ciudadanos en el Alto Caracol: Biocultura urbana, financiado con fondos del programa Ciencia Pública de la División Ciencia y Sociedad del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación.

La iniciativa comenzó luego del Estallido Social, ocasión en que, como explica Oliveros, un grupo de vecinos y vecinas del Barrio Universitario se reunió semanalmente para conversar acerca de los temas de país, de la Constitución, entre otros tópicos. En una de esas reuniones los visitó un representante del colectivo Comité de Defensa de Alto Caracol, donde se les habló del valor ecológico que tenía el sector del Cerro Caracol, y lo amenazado que estaba ese lugar producto de los intereses inmobiliarios y de urbanización.

“Cuando se abrió esta iniciativa de Ciencia Pública, donde por primera vez estaban incluidas las organizaciones sociales, un grupo de vecinos de la asamblea pensamos en la posibilidad de presentar un proyecto, como una manera de valorar el Cerro Caracol”, señala la geóloga, quien además es miembro del directorio de la Sociedad Geológica de Chile.

Además de reconocer el emblemático espacio de la ciudad, el objetivo de la iniciativa era, primero, rescatar su valor ecológico. Luego surgió el interés por su valor biocultural.

“Llegamos a conocer el valor biológico porque hay un conjunto de vecinos del sector Agüita de la Perdiz que, durante mucho tiempo, ha vivido, visitado y usado el cerro, y nos lo empezó a mostrar”, recuerda Cid.

“Yo había caminado muchas veces por el cerro y nunca había logrado ver nada. Uno pasa por el lado de las cosas y no las ve. El caso, para mí, más insólito es la Laguna de los Perros, que está a 50 metros del camino que sube al Mirador Alemán. Había ido muchas veces y nunca me había dado cuenta de que había una laguna al lado. Hablamos de un cuerpo de agua importante. Está al lado y no la ves”, dice la socióloga.
Cid trabaja la relación entre diversidad económica, diversidad biológica y diversidad cultural, que es lo que involucra el concepto de biocultura. “La naturaleza no es algo que esté allá afuera, no es algo externo. Coexiste con nosotros. Somos materialmente parte de la naturaleza y nuestros procesos culturales median nuestra relación con ella y la modifican también. Entonces, que esas personas conocieran tanto el cerro, que lo usaran y lo valoraran, tiene en parte que ver con las prácticas culturales que se desarrollan en torno a él”.
Para explicarlo mejor, señala que el hecho de que este cerro sea de tal manera, y no de otra, tiene que ver con cómo se usa; cómo, efectivamente, se vive. De ahí entonces, los reclamos sobre los proyectos que se plantean en ese entorno adquieren sentido, porque, señala Cid, “el impacto en la forma como la comunidad usa el cerro tiene que ver con su morfología, con las características del entorno; tiene un impacto, finalmente, con el cerro en sí mismo”.

Fue así como surgió la idea de este proyecto que no implicaba solo estudiar el cerro, como si fuera algo aparte, con sus plantas, con el agua, etcétera. “No como si fuera algo pre humano, porque no es así. Es un cerro intensamente habitado por una comunidad”, dice.
Por ello, para hablar del cerro, tenían que hacerlo en esta dimensión de un sistema biocultural donde hay procesos biológicos, biofísicos, etc, con un conjunto de usos, significaciones, costumbres, en torno a él.

Y, ¿cómo se trabajan los sistemas bioculturales? No solo desde la ciencia natural, dice Cid, sino que desde los distintos actores interesados en un lugar, y donde se reconoce que no todo el mundo habla el mismo lenguaje; que la esencia natural es uno de los lenguajes con los que se ve la realidad.

“No es que se oponga al lenguaje científico. Ambos pueden coexistir perfectamente. Sin embargo, pueden ver otras cosas, tener otras valoraciones. También levantan hipótesis o sistematizan los conocimientos, pero desde otra mirada”, señala.
Y continúa: “poner a conversar estas distintas lecturas, distintas observaciones, las distintas valoraciones que se hacen del cerro nos pareció súper importante para reconocer esta realidad biocultural que creemos que es muy valiosa”.

Del diálogo de saberes al codiseño

Oliveros reconoce no haber tenido experiencia ni cercanía con el saber popular a través de su disciplina. “Esta era la primera vez que trabajaba con seres vivos; siempre había trabajado con rocas. No había enfrentado esto de poner al mismo nivel distintos saberes para poder generar un sistema de conocimiento, no único pero, por lo menos, un multiconocimiento”, señala.

La geóloga reconoce que “fue una experiencia muy interesante, muy iluminadora también; una manera de ver un camino por el cual la ciencia logre dialogar con los otros sistemas de conocimiento y, por lo tanto, contribuir con las comunidades, de una manera más horizontal. Fue interesante esa aproximación y creo que a mí me sirvió mucho en lo profesional”.

Gajardo ha trabajado en divulgación de la ciencia desde hace más de 8 años. En ese sentido se declara “militante de un enfoque que consiste en escuchar a las personas. Que, a partir de las necesidades que observo, ir complementando esas inquietudes con mis conocimientos. No hago una divulgación impositiva sino más bien una invitación a descubrir y abierta; sin marcar un camino”.

La investigadora destaca que el proyecto de los Diálogos Ciudadanos…, calzó muy bien con su experiencia en divulgación y vinculación. “Mi rol en este proyecto fue más bien contactar a científicas y científicos, y motivarlos en esta senda para trabajar con las personas, en particular con los niños. No fue fácil porque los académicos vienen con toda la buena voluntad, pero no están preparados para este tipo de actividades. Hace falta un trabajo mucho más largo, más experiencia, para que ellos puedan adaptarse a este formato. Fue, de todos modos, un aprendizaje de todo punto de vista, para los niños, para nosotras y para los académicos”.

Para Cid, uno de los aprendizajes de este proceso fue la necesidad de aprender a establecer conversaciones entre las distintas disciplinas, y comunicarse. “También hay que reconocer que, en cualquier proceso, siempre hay seres humanos involucrados, que tienen sus propios roles y que, al mismo tiempo, nunca los seres humanos están en un vacío ambiental, nunca están fuera de un contexto. Es preciso mirar las cosas en su complejidad”, señala.

Oliveros, por su parte, destaca la gran expectativa de los vecinos por tener un contacto más estrecho con la Universidad. Una mayor vinculación. “Ahí hay un rol que la Universidad tiene que cumplir, vincularse de una manera horizontal, entendiendo que esta comunidad también puede retroalimentar a la Universidad. Como científica de las Ciencias de la Tierra, me fue muy útil trabajar en este proyecto y me sirvió también para poder hacer contacto con colegas con los que, de otra manera, no me habría contactado. En ese proceso podemos crecer multidisciplinariamente e internarnos en una comunidad que desea que la Universidad sea un vecino activo”, dice.

Para Gajardo, el impacto de este proyecto fue doble. “De alguna manera, la comunidad nos hizo saber que había sido bueno para ellos poder darse cuenta de que éramos `seres humanos´. Fue como descubrir que, en el fondo, detrás de la Universidad de Concepción hay múltiples facetas, que no es una identidad homogénea, que hay gente que tiene otras visiones complejas, y que son personas, como todo el mundo. Creo que en esta experiencia se logró un poco de eso, de confianza”, dice.

A su juicio, experiencias como esta sirven para situarse como científico o científica. “Puedes viajar mucho pero, cuando empiezas a trabajar en el barrio, tu visión del mundo es otra. No se está haciendo un trabajo científico o publicando un paper, sino que se tiene una responsabilidad; se es mirado por la sociedad. Por eso creo que la actividad tuvo un impacto muy positivo”, dice.

Para Oliveros, la única manera de ser resiliente frente al cambio global, es que cada territorio, cada lugar, cada comunidad, sea capaz de articularse para resistir o para poder vivir. “A partir de ahí hay que ir escalando hacia el sistema humano. Para eso se necesita un diálogo de saberes o una validación de los conocimientos mutuos diferentes. Quienes conocen el espacio local, entienden cómo éste es afectado por el fenómeno global. Desde mi punto de vista, ese sería un modelo que se podría replicar y eso se podría hacer también en términos de educación”, dice.

Con ella coincide Cid, para quien la metodología del diálogo, de la conversación, debiera estar en todos los espacios. En ese sentido, y gracias a una iniciativa Anillos que se adjudicaron con Oliveros, sienten necesario transitar desde el diálogo de saberes, donde se reconoce y respeta el conocimiento del otro, al codiseño.

“La idea del codiseño es obtener algo de esos conocimientos diversos; por ejemplo, diseñar el Cerro Caracol colectivamente; transformar eso en algo concreto. Esa idea de codiseño la estamos usando en temáticas de cambio climático en los espacios locales. En general es algo que debiera ser transversal; la idea de que el conocimiento tiene que ser colectivamente creado”, concluye Cid.

Caminatas y conversaciones

El proyecto Diálogos ciudadanos en el Alto Caracol: Biocultura urbana, se inició con unas caminatas de reconocimiento, mediante las cuales se definió un conjunto de rutas las que, luego, se realizaron con un grupo de actores locales que conocía muy bien la ruta y que servían de guías, un grupo de científicos, y público diverso.

Hasta 30 personas se llegaron a congregar en algunas de las 10 caminatas que contaban con estaciones donde los científicos dialogaban con actores locales. Estas interacciones se registraron y, además, con la información obtenida se creó un mapa colectivo que incluye parte de lo que se habló en esas reuniones.

Ese mapa actualmente se encuentra en proceso de validación local y, luego de eso, se socializará mediante diversos soportes, incluso como gigantografías en el acceso del sector Agüita de la Perdiz.

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