Humanidades

No solo un asunto de hombres

Ser hombre es una idea cultural que incluye a toda la sociedad. Masculinidad y género es una relación que tiene a los hombres como objetos de estudio y donde el aspecto relacional juega un papel fundamental. Tres especialistas revisan algunos de estos aspectos.

Por: Diario Concepción 12 de Diciembre 2021
Fotografía: Pexels

Por Ximena Cortés Oñate

Puede parecer un asunto de hombres, pero el estudio de las masculinidades involucra, más bien, un aspecto relacional entre las masculinidades y las feminidades, la relación con las disidencias sexuales y con las mujeres.

Para el doctor en Sociología Sebastián Madrid, la masculinidad es una idea cultural de lo que significa ser hombre, tanto para hombres como para mujeres. Por ello, sostiene que los estudios de las masculinidades están íntimamente aliados con la agenda feminista. Su objetivo es la igualdad de género, no la reivindicación de los hombres, e implica un cambio científico en sí mismo.

“Las masculinidades no son solamente una idea cultural, sino que son un conjunto de prácticas que se intersectan con otras estructuras sociales como la clase o la raza y, por lo tanto, hay que tener una perspectiva sectorial para abordar este tema”, sostiene el Investigador asociado del Proyecto Anillos ANIDPIA SOC180023: La formación de la Norma de Género (www.nde.cl).

Sebastián Madrid: “Hay un cuestionamiento a formas tradicionales de la masculinidad, pero eso no necesariamente ha producido nuevas formas que se hayan consolidado y que uno pueda decir `es una nueva masculinidad´. Tenemos esta masculinidad que se consolidó en el capitalismo tardío y que luego tomó una nueva forma del neoliberalismo y sigue ahí, sin indicios de cambio”. 

Algo similar opina la doctora Norma Fuller, académica del departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Perú. “La sicología, e incluso la sociología, daban por sentado que el ser humano se identificada con el varón, por lo que, más bien, existían estudios sobre feminidad. Lo clásico, por ejemplo, es el sicoanálisis que muy tempranamente tiene estudios sobre la feminidad, pero con toda una estructura teórica basada más en el varón. Entonces, podríamos decir que todos los estudios eran sobre masculinidad porque estos temas no eran cuestionados”.

Norma Fuller: “Sigo pensando que una de las reglas o mandatos que no han cambiado es que los hombres deben trabajar, proveer y triunfar en el mundo del trabajo. Es una estructura muy amplia que va desde el aparato militar, el aparato del trabajo, el patrimonio, etc, y lo encuentro muy duro”.

Es así como los estudios críticos de hombres y masculinidades surgen a finales de la década de 1970, principios de los 80, en Estados Unidos y en Europa occidental.

En América Latina, señala Madrid, desde finales de la década de 1980 tenemos un inicio de producción que se hace más sistemática a partir de la segunda mitad de los 90. “Hoy en día, el campo de estudio sobre hombres y masculinidades está bastante consolidado en América Latina, Estados Unidos, Europa y Australia. Hay un conjunto de teorías, un andamiaje conceptual, que lo sostiene”.

A su juicio, los orígenes de los estudios de la masculinidad, al menos en América Latina, están profundamente influidos por el movimiento de mujeres, los feminismos. “De hecho, son mujeres quienes, desde finales de los 80, empiezan a sugerir que el estudio de los hombres y las masculinidades debiese ser un foco en los estudios de género. Que, para entender el patriarcado, es necesario estudiar quiénes están en las posiciones principales de privilegio y de poder en el sistema sexogénero. Entonces, son las mujeres las que impulsan en América Latina el estudio crítico de hombre y masculinidades. Después se consolida con más hombres. Hoy hay más hombres que mujeres en estos temas, pero en un principio era al revés”, dice el sociólogo de la Universidad Católica de Chile.

Como sostiene la doctora Lucía Saldaña, estudiar las masculinidades va de la mano con investigar las relaciones de género y, con ello, las relaciones de poder constituidas en torno al orden de género o modelo de dominación masculina.

“Los estudios sobre masculinidades son parte de los estudios del género, dado que el género es un constructo sociohistórico relacional y dinámico. Ello se evidencia en las representaciones estereotipadas de cada uno de los géneros, las que propician ámbitos de desempeño: público/productivo para los varones y privado/reproductivo para las mujeres”, señala la directora de Equidad de Género y Diversidad de la Universidad de Concepción.

Lucía Saldaña: “Hoy vemos múltiples cambios en las relaciones de género que van desde las reediciones de la masculinidad hegemónica en versiones `neopatriarcales´ hasta una multiplicidad de masculinidades tensionadas y otro grupo de masculinidades más `rupturistas´ que cuestionan las asignaciones de género tradicionales”. 

Saldaña cita a Raewyn Connell, para quien las masculinidades hacen referencia a la posición de los varones en este orden de género o modelo de dominación, en el que existen “prácticas y consecuencias de estas prácticas, que se observan en la posición de subordinación de la gran mayoría de las mujeres, las personas de las disidencias sexuales y, de manera sustancial, las masculinidades subordinadas y/o marginadas”.

Antecedentes previos

El vínculo entre la teoría feminista y los estudios de hombres y masculinidades también lo evidencia Madrid. “El devenir intelectual de esto surge en los años 70. Se parte de los estudios de la mujer, con el foco en sus condiciones de vida, su situación… y cuando esto se problematiza a los estudios de género como una perspectiva relacional, que incluye no solo a las mujeres, también a los hombres y cómo los dos se relacionan con las disidencias sexuales, por ejemplo, los estudios de hombre y masculinidades toman más fuerza como campo de estudio”, señala.

Otras formas de producción de conocimiento sobre estas temáticas serían la teoría sicoanalítica de Freud, en el complejo de Edipo, o en los casos de estudios del “hombre rata” o del “hombre lobo”, donde el padre del sicoanálisis iba mostrando cómo era la formación de esta masculinidad. Madrid menciona, además, un conocimiento político que se forma a través de los movimientos de disidencias sexuales, que contribuyen a este campo.

“Si bien los estudios del hombre surgen como tales a mediados de los 80, hay antecedentes previos, tanto en la Academia como en los movimientos políticos, que insuman conocimiento crítico sobre hombre y masculinidades”, sostiene.

Fuller, en tanto, traza una suerte de genealogía que relaciona el feminismo con los estudios de las masculinidades y que tendría tres vertientes: una amistosa que habría comenzado en las cercanías de 1990 con los Men´s studies que “no se consideran feministas sino friendly, que era el término que usaban Michael Kaufman y Michael Kimmel. Ellos podían asumir posiciones feministas, pero no eran parte del movimiento”. Paralelamente, sostiene, están los estudios que reaccionan frente a la crítica a la masculinidad hegemónica, por ejemplo, Robert Bly o el youtuber canadiense Jordan Petersen, que plantea una férrea defensa de la masculinidad hegemónica.

Un tercer aspecto, dice, es el que considera los estudios de la masculinidad desde una perspectiva de género. En ese ámbito se sitúa ella misma, además de la colombiana Mara Viveros y la chilena Teresa Valdés, las tres feministas y quienes se habrían interesado en los estudios del hombre como una manera de poder mirar y entender el cuadro completo.

Nuevas masculinidades

El concepto de nuevas masculinidades surgió hace aproximadamente tres décadas, por lo que Saldaña señala que, hoy día, esas formas ya no serían tan nuevas y se estaría hablando, más bien, de masculinidades emergentes. “Como ha señalado Pierre Bourdieu, las relaciones de género se expresan en prácticas socioculturales de la vida cotidiana, que re-editan y actualizan las relaciones de poder”, dice.

Por eso, explica, “hoy vemos múltiples cambios en las relaciones de género que van desde las reediciones de la masculinidad hegemónica en versiones `neopatriarcales´, hasta una multiplicidad de masculinidades tensionadas, y, otro grupo de masculinidades más `rupturistas´ que cuestionan las asignaciones de género tradicionales”.

Para Fuller, el motor de cambio en estas relaciones sería el movimiento por los derechos de las mujeres, a lo que suma ciertos procesos políticos y económicos que estarían relacionados, como el cambio de los patrones reproductivos, el control de la fertilidad o el ingreso al mercado de trabajo.

“Honestamente, no soy muy optimista respecto de las nuevas masculinidades. No quiero decir que no se hayan producido cambios, pero creo que son reflexivos y ambivalentes. Es decir, los milénicos (millenials o Generación Y) cuestionan el control del hombre sobre las mujeres, la regla de heterosexualidad obligatoria y también están dispuestos a revisar su lugar en el hogar, pero eso es bastante débil porque implica toda una organización del trabajo fuera de casa que lo impide”, dice.

Y agrega: “sigo pensando que una de las reglas o mandatos que no ha cambiado es que los hombres deben trabajar, proveer y triunfar en el mundo del trabajo. Es una estructura muy amplia que va desde el aparato militar, el aparato del trabajo, el patrimonio, etc, y lo encuentro muy duro. Creo que los hombres están muy abiertos a temas como cambiar el trato con las mujeres, el trato con los hijos; también están mucho más abiertos respecto de su propia sexualidad. Pero, la cuestión de que el hombre debe trabajar para triunfar es un tema social, donde tampoco ha cambiado el horario laboral. Eso es algo mucho más estructural”. Por ello, señala que “no digo que no haya cambios, pero no un `nueva´ masculinidad”.

Según el informe Nuevo Mapa del Poder y Género en Chile, editado el año pasado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, que estudia los cargos de las elite política, económica, cultural y social entre 1995 y 2018, la distribución de posiciones de poder en términos de género en los últimos 25 años en Chile ha tenido muy pocos avances.

Teniendo ello como referente, Madrid desecha hablar de crisis de la masculinidad: “los hombres seguimos abordando los principales puestos de poder y hegemonizando los espacios discursivos. Sí tenemos un cambio sustantivo de la forma de entender la relación entre hombre y mujeres, y la diversidad y disidencia sexual”.

Aunque hoy podemos ver, al menos discursivamente, cada vez a menos personas de acuerdo con el rol exclusivamente de proveedor del hombre y a la mujer encargada de los cuidados, a Madrid, la llamada crisis de la masculinidad le hace ruido, también, “porque el objeto de estudio seríamos los hombres y la masculinidad en particular, y yo creo que el objeto de estudio somos los hombres y las masculinidades en relación con… En relación con las mujeres, en relación con las feminidades, en relación con las personas que no son cisgénero, o no son género binario. Es un concepto que, intelectualmente, tiene relevancia en relación con…”

Por eso, para él lo que hoy está en crisis son las relaciones de género. “Hay un cuestionamiento a formas tradicionales de la masculinidad, pero eso no necesariamente ha producido nuevas formas que se hayan consolidado en un nuevo patrón de práctica que uno pueda decir `es una nueva masculinidad´. Tenemos esta masculinidad que se consolidó en el capitalismo tardío y que luego tomó una nueva forma del neoliberalismo y sigue ahí, sin indicios de cambio”.

Ser hombre hoy

Ser hombre hoy tiene muchas implicancias y tensiones. Saldaña menciona, por un lado, la dificultad que genera el mandato tradicional de masculinidad, referido a cumplir con una serie de atributos fuertemente anclados en la expectativa social, como la virilidad, la valentía, la fuerza física y el ejercicio de la violencia, la racionalidad intelectual y el auto-control de las emociones, entre otros.

“Todo ello se ve reflejado en el desempeño de roles de proveeduría, importancia y prestigio, posiciones de poder y diversos ámbitos de privilegio. Durante las últimas décadas, se ha desarrollado una mayor consciencia en relación a que este mandato es muy difícil de cumplir. Por ello, muchas masculinidades se van sintiendo tensionadas por la `necesidad´ de satisfacer dicho estereotipo, y evidencian la imposibilidad de hacerlo”, señala.

Coincidiendo con Madrid, la académica de la Universidad de Concepción señala que “en nuestras sociedades han ido emergiendo ciertas masculinidades que cuestionan, en algún nivel, el orden de género y las formas de ser varón, contribuyendo así a `despatriarcalizar´ la sociedad. Por eso, las consecuencias de la condición de género no son las mismas para cada varón; más aún considerando que mandatos como el de proveeduría, detentar mayor status y poder político y económico, son difícilmente alcanzables en una sociedad cambiante, competitiva y frecuentemente expuesta a crisis económicas y sociales que ya no permiten seguir garantizando la subsistencia y el bienestar de su unidad familiar”.

Por lo tanto, sostiene, la definición del ser varón hoy le da un peso distinto a una multiplicidad de factores, haciéndose mucho más visibles los distintos tipos de masculinidades existentes.

Madrid habla de diferentes “configuraciones de práctica” de la masculinidad, entre las que menciona la “hegemónica”; la “subordinada”, principalmente por su orientación sexual y su identidad de género; la “marginalizada”, en relación a su clase social, su etnia, su raza, por ejemplo, y la masculinidad “cómplice”, que encarna la gran mayoría de hombres que no se sitúan en el plano de la hegemonía, ni subordinación, ni marginalidad, pero, sin hacer nada, “disfrutan del dividendo patriarcal”.

De todos modos, la “hegemónica” es la más cuestionada principalmente, como explica Fuller, porque es una visión de la masculinidad desde una posición de privilegio respecto a los recursos sociales económicos y de una posición de control sobre las mujeres, que serían las dos características más identificadas desde el punto de vista de la crítica feminista y de los derechos de la mujer.

El concepto de las masculinidades hegemónicas surge en Australia en el contexto de una investigación sobre división social en educación, que hace evidente las relaciones de género en las comunidades y espacios educativos.

Como explica Madrid, “este concepto ha sido muy influyente pero también muy formulado y reformulado. Es una idea cultural de lo que significa ser hombre, lo deseado, y también una configuración de un conjunto de prácticas que desarrollan hombres y mujeres que sostienen esta masculinidad”, señala.

También llamada “masculinidad referente” por el sociólogo chileno José Olavarria, la masculinidad hegemónica impone una serie de ideas culturales de lo que es el deber ser de los hombres, como el de no llorar, ser fuertes, autónomos, heterosexuales, marco donde la paternidad es un certificado de ello, explica Madrid.

“La idea cultural de las masculinidades hegemónicas impone muchos deberes ser que muy pocos hombres logran encarnar y eso produce mucha angustia, mucha contradicción, sobre todo en la adolescencia”, afirma.

Desigualdades estructurales

Los estudios feministas de hombre y masculinidades son relativamente marginales dentro de los estudios de género, señala Madrid. “En nuestro proyecto Anillo, sobre violencia de género, sabemos que el 75% de las veces que ocurre violencia contra las mujeres, la provocan los hombres. Sin embargo, no hay políticas para trabajar a nivel cultural la prevención primaria con hombres”, señala.

En ese sentido, más allá de transformar las masculinidades a través del trabajo con la familia, en el sistema escolar, se necesitan políticas públicas en esta materia, financiadas por el estado para generar prevención primaria en hombres, de manera de llegar a masculinidades más sensitivas, más género-inclusivas, más igualitarias.

“Cuando hablamos de políticas de género, no solamente hay que trabajar con mujeres en términos de prevención final. Lo punitivo está bien, pero también tenemos que abrir el universo al trabajo con el hombre porque los hombres somos, de cierta forma, el problema. Todavía no se configura un patrón de prácticas para llegar a una nueva masculinidad más equitativa”, señala.

A juicio de Fuller, la revisión o cuestionamiento de la violencia masculina ha generado una posición de mucha apertura, mucha reflexión sobre las relaciones de género, pero, dice también, hay una actitud muy reactiva en ciertos sectores. Menciona, por ejemplo, el caso del youtuber Petersen que “tiene mucha más audiencia que cualquier feminista”.

En ese sentido, señala que “los jóvenes que, al mismo tiempo que son muy reflexivos, también sienten que el cuestionamiento va demasiado lejos, sobre todo cuando se trata de acusaciones, sobre todo de ciertos movimientos. La violencia es algo que se ve afuera, pero cuando te empiezan a decir que micromachismo es que me digas tal cosa o que te sientes de determinada manera, se empiezan a sentir muy perturbados. Me pregunto si, mientras no se modifique la estructura social, el capitalismo global, vayan a poder darse cambios profundos en esta materia. Me preocupa que se critique la violencia, pero que la guerra y el militarismo sigan siendo algo tan sólido, por ejemplo”.

Saldaña es un poco más optimista. “Se observa que las nuevas generaciones, niñas, niños y adolescentes, se van situando desde otros espacios en las relaciones de poder, modificando gradualmente los estereotipos de género y las expectativas de desempeño”, señala.

Sin embargo, y ahí coincide con Fuller y Madrid, este proceso no es suficiente por sí mismo. “Se requiere abordar las desigualdades estructurales, el ejercicio de la violencia hacia las mujeres y el rol que juegan las instituciones sociales, de manera de desnaturalizar prácticas culturales que llevan a reproducir la dominación masculina. Me parece que uno de los principales desafíos de las masculinidades emergentes es asumir que el cambio del orden social requiere renuncias a privilegios que han persistido por décadas, contribuyendo a la `desinstalación´ de los mecanismos de perpetuación del orden de género”, sostiene.

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