Humanidades

El pensamiento de Hannah Arendt más vigente que nunca

En octubre se conmemoran 115 años del nacimiento de esta pensadora inquieta y actual, que desarrolla los conceptos del respeto, la tolerancia, la justicia, la verdad y la libertad. Tres especialistas analizan el fenómeno de su obra, que nos ayuda a pensar políticamente nuestro tiempo.

Por: Diario Concepción 24 de Octubre 2021
Fotografía: Archivo.

Ximena Cortés Oñate
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Considerada una de las más destacadas teóricas políticas de todos los tiempos, Hannah Arendt fue una pensadora inquieta, de lecturas muy contemporáneas, que reflexionó sobre las experiencias políticas fundamentales del siglo XX, las que siguen siendo, en gran medida, las nuestras.

A 115 años de su natalicio, su pensamiento es aún un referente en el ámbito político con una obra que abarca una diversidad de perspectivas y conocimientos filosóficos y políticos, proponiendo conceptos nuevos.

Felicitas Valenzuela, destaca su resiliencia frente a las grandes dificultades que enfrenta por ser judía alemana y perseguida en su propio país. “En su huida del viejo continente, se desempeña, primero, como periodista y teórica política. Luego, por sus títulos académicos y actividad intelectual, como académica en diversas universidades en Estados Unidos. Ella enfrenta con valentía tiempos de oscuridad”, señala la ex académica del departamento de Filosofía de la Universidad de Concepción.

Autora de varios libros de filosofía, entre ellos dos sobre el pensamiento de la filósofa alemana, Valenzuela recuerda un episodio de 1964, en Alemania, cuando, en una entrevista televisiva, Arendt señalara al periodista Günter Gauss: “Yo no pertenezco al círculo de los filósofos, no me siento filósofa y tampoco creo que haya sido recibida en el círculo de los filósofos”.

“Extraña afirmación de quien había estudiado filosofía en Marburgo con Heidegger y Karl Jaspers, y se había doctorado en 1929 en Heidelberg”, dice Valenzuela. Según ella, esa respuesta se explica porque siente un rechazo por la conducta de los colegas filósofos que toman una actitud de neutralidad, de indiferencia, frente al fenómeno del nazismo, instalado en el país desde 1933.

Felicitas Valenzuela

Esa era una actitud inaceptable para un pensador, un filósofo, un intelectual, señala Valenzuela y sostiene que Arendt vive intensamente y asume la precisión en el lenguaje. “Nunca rechaza su compromiso con la realidad, que siempre es su punto de partida. Vive en tiempos de oscuridad donde quiere comprender. Uno de sus más importantes aportes justamente viene del estudio profundo que realiza sobre el `totalitarismo´. Le espantan los crímenes y atrocidades que suceden. Le asaltan preguntas como ¿Qué ha sucedido? ¿por qué sucedió? ¿cómo ha podido suceder? Frente a ese acontecer se asombra de la extrema violencia política y social de este nuevo proyecto ideológico-político”, dice.

Coincidiendo con ella, Cecilia Sánchez sostiene que, a su juicio, “Hannah Arendt nos lega una serie de preguntas y enfoques de lo político decisivos para el siglo XX, proyectables al siglo XXI e, incluso, mucho más allá”.

Directora de la licenciatura de Filosofía de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, UAHC, Sánchez recuerda que Miriam Revault D’Allones llama a Arendt “filósofa de la crisis”, en especial porque se preocupa de la crisis de la política y del conocimiento moderno a partir del totalitarismo.

“Desde allí ve la cultura como `campo de ruinas´ y reconoce la crisis de la educación pragmática regida por el puro `hacer´ como insensata e irreflexiva. Con respecto a entrever las crisis del siglo XX, yo agregaría que al diferenciar entre el `conocimiento´ en el sentido moderno del know-how y el `pensamiento´ desde la experiencia del lenguaje, es capaz de darse cuenta de las decisiones políticas asumidas por la ciencia a espaldas de la ciudadanía, al punto de plantearnos la posibilidad de un cambio de planeta y de vivir en un futuro, ya no tan remoto, una vida artificial, como seres humanos completamente fabricados”, sostiene.

Cecilia Sánchez

Teórica política

En 1951, Arendt publica su libro “Los orígenes del totalitarismo”, donde analiza las razones políticas y sociales del fenómeno del totalitarismo. Este trabajo marcó un hito histórico, posicionando a su autora en los círculos intelectuales como una teórica de la política muy destacada.

Valenzuela califica esta obra de magistral: “Para Arendt, el sistema totalitario resulta ser diferente de las dictaduras y tiranías. El totalitarismo es la dominación total del individuo en todos los ámbitos de la vida. El control es extremo, la vida es totalmente vigilada, desaparece la espontaneidad. Están las tropas militares, que actúan violentamente muy adiestradas y siempre presentes. No hay ni un pequeño asomo de libertad”.

En su estudio de esta realidad abismante, continúa Valenzuela, observa algo muy inquietante: el hecho de que el sistema totalitario, no obstante su extrema criminalidad, se base en el apoyo de las masas. “Al buscar desentrañar el fenómeno, afirma que estos procesos destructores, social y políticamente, deben desaparecer de la humanidad. Nada los justifica. Hannah Arendt concluye su investigación afirmando la necesidad de un mundo justo y solidario donde primen los incondicionados derechos humanos que competen a los humanos, ya que todos tenemos el derecho de tener derechos”, dice.

A su juicio, todo este minucioso trabajo investigativo del totalitarismo tiene el propósito no solo de mostrar el horror, el mal, lo siniestro del proyecto nazi, de hacer desaparecer a seis millones de judíos, sino, especialmente, el intento de explicar cómo pudo suceder este horror inconmensurable.

“El estudio de este nuevo concepto del totalitarismo ha sido muy gravitante en los espacios intelectuales y de las ciencias sociales”, dice Valenzuela, quien además es Premio Regional de Ciencias Sociales de la Región del Bío Bío.

Orígenes del totalitarismo

Su esfuerzo por comprender el fenómeno del totalitarismo y su ímpetu por analizar las más elementales articulaciones de la condición humana, son dos aspectos que, coincidiendo con sus colegas, destaca el profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de Concepción, Daniel Brito.

“Partiendo del supuesto que siempre resulta complejo acotar la obra de una pensadora política de la talla de Hannah Arendt, es importante también reconocer su talante comprensivo en torno al problema de la banalidad del mal, y su determinante (aunque inconcluso) interés por elaborar una teoría del juicio. Estos cuatro aspectos, por supuesto, no condensan su derrotero intelectual, sino más bien son muestra de los diversos intereses que confluyen en su quehacer biográfico, filosófico y político”, señala Brito.

Arendt parte explicando los crímenes y la dominación deshumanizante de víctimas y victimarios que llegó a ejercer el totalitarismo tanto nazi como estalinista a partir de la categoría del “mal radical”, tomada del pensamiento de Kant. Sin embargo, dice Sánchez, esta categoría le resultó insuficiente ya en “Los orígenes del totalitarismo”, pues tenía ingredientes de la metafísica de la religión.

“Hay que recordar que la aproximación al totalitarismo de Arendt tiene que ver con la `comprensión´ de éste, más que con su teorización. De allí que importa más el testimonio, su experiencia y la de quienes lo padecieron, antes que recurrir a categorías metafísicas para explicar la conducta de quienes eran capaces de reducir a `cadáveres vivientes´ a los habitantes de los campos de concentración y de exterminio”, dice Sánchez, quien agrega que este término lo abandona en 1961, cuando desarrolla la noción del mal como algo banal.

La banalidad del mal

Para entender la profundidad del concepto “la banalidad del mal” es necesario contextualizar. Circunstancialmente, Hannah Arendt fue designada reportera de la revista The New Yorker para informar sobre un proceso judicial, que se desarrollaba en Israel, en contra del militar nazi, teniente-coronel Adolf Eichmann, respecto de crímenes del nazismo.

“En su escucha del testimonio de Eichmann, toma nota de sus frases hechas, de su obediencia a las órdenes de sus superiores, creyendo que cumplía con su deber. Desde su observación, percibe que en la vida de Eichmann no había grandes deliberaciones. De modo tal que entiende que este sujeto no era malvado, sino que `banal´”, dice Sánchez.

Valenzuela complementa: “Es en ese camino de reflexión que acuña la expresión la banalidad del mal. Arendt queda muy impresionada al escuchar al preso. No lo considera ni un loco, ni un enfermo mental, ni un desalmado; lo ve sólo -como afirman los siquiatras- como un hombre normal, pero sin pautas morales sobre el bien y, por ello, incapaz de reflexionar sobre las consecuencias de sus actos”, explica.

De tal manera, dice Valenzuela, demuestra que no solo es incapaz de pensar, sino que nunca se responsabiliza de sus acciones. “Durante el proceso, el militar siempre se declaró inocente, diciendo que solo obedeció las órdenes militares de Hitler, por lo que no es culpable de ninguna muerte, sólo obedecía órdenes. Arendt concluye, entonces, que no es un enajenado mental, pero no es capaz de distinguir el bien del mal. No reflexiona. No asume sus actos morales. Se le acusaba de crímenes contra el pueblo judío y crímenes contra la humanidad en el período nazi, y crímenes de guerra y siempre se declara inocente. Ante eso, Arendt concluye que el totalitarismo busca, no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos”, sostiene la investigadora.

En el post scríptum del libro sobre el juicio a Eichmann, Arendt señala que “Eichmann no era estúpido. Únicamente la pura y simple irreflexión -que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez- fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo”, cita Brito.

A su juicio, la categoría surge de un fenómeno que el curso del juicio mostró evidente: “Eichmann no era un villano; simplemente su falta de imaginación, su alejamiento de la realidad y su irreflexión fueron las condiciones a partir de las que aprendimos una horrorosa lección: la ausencia de estos elementos puede causar más daño que todos los malos instintos inherentes al ser humano. Cada vez que un burócrata remite a ideas preconcebidas enarbolando banderas como el `cumplir el deber´ mal entendido, se asoma la influencia decisiva de nuestra autora”, señala el académico de la UdeC.

Con la banalidad del mal, Arendt deja de lado la perversidad de la voluntad, de la que hablaba Kant, para captar, en la normalidad de quien manejaba la máquina del exterminio, una falta de juicio y de pensamiento reflexivo, dice la académica de la UAHC.
Ahora bien, en nuestro mundo contemporáneo parece inaceptable una actitud de no responsabilizarse de las propias acciones. La moral y la responsabilidad son esenciales en el comportamiento humano en una sociedad libre y tolerante.

“Si reparamos en la sociedad actual, yo diría que ese hombre o mujer `normal´ que toma decisiones irreflexivas, puede ser desde una o un técnico en las políticas públicas, un o una científica (…), hasta un padre o una madre tratando de cumplir con su rol. Para Arendt, el único antídoto frente a esta banalidad es hacerse preguntas, no creer en ningún lenguaje o saber infalible y, sobre todo, salir del solipsismo que se da en la vida cotidiana, para reflexionar en quiénes somos, y para aprender a aparecer ante los demás sin cobijarnos en frases hechas y sin seguir la corriente”, sostiene Sánchez.

Para Valenzuela, en tanto, “la actividad humana es reflexiva; todos somos capaces de distinguir el bien y el mal e, igualmente, asumimos la moralidad en nuestro vivir. Y la vida humana solo es viable en la medida que se respete al conjunto de las personas, sus derechos humanos, su libertad que es intrínseca al ser humano. La humanidad ya alcanzó un desarrollo de la civilización en que podemos poner la exigencia de respetarnos; aceptar la libertad de los otros y hacer un mundo justo y libertario”.

Daniel Brito

Pensar políticamente nuestro tiempo

La vigencia del pensamiento de Arendt en el mundo actual es algo que ninguno de los tres discute. “Su manera de pensar es completamente vigente, pese a que su pensamiento nace en el período de los Estados-nación, de las guerras mundiales, los totalitarismos y de la así llamada Guerra Fría. Le brinda un estatus reflexivo a la aparición del migrante y al apátrida, a los derechos humanos como el `derecho a tener derechos´, independiente del país en que se ha nacido, en vez de atender a los derechos del `hombre abstracto´ que invisibiliza al Otro; temas que recién se reconocen como parte del ejercicio de la política, entendida desde la interacción entre quienes `hablan´ en el mundo”, dice Sánchez.

Por este motivo, agrega, es crítica del “cálculo de la mente” del tecnócrata moderno, debido a que tiende a un tipo de racionalidad que obvia el mundo común.

Para Valenzuela, la presencia actual de esta pensadora se debe básicamente a los temas y preguntas que aborda, que siguen siendo vigentes. “Desde luego, sus estudios sobre el totalitarismo son muy importantes en la teoría política. Igualmente, su interés por la política con la necesaria democracia como valores humanos esenciales”, dice.

En ese sentido menciona el libro “La condición humana”, de 1960, donde se refiere a aspectos de la humanidad, del quehacer humano en el Mundo Moderno; “desde sus dimensiones más fundamentales como son las actividades humanas: de la labor, el trabajo, y la acción; siendo ésta última la más significativa como característica propia del ser humano. La acción humana es sólo prerrogativa del ser humano, y el medio a través del cual se convierte en humano. En este estudio recorre parte de la historia de la humanidad. Destaca la justicia y la necesidad de desarrollar un mundo en que impere la verdad y la justicia. Todo ello tiene actualidad”.

Lo mismo, dice, se puede ver en el texto inconcluso “La vida del espíritu”, donde da cuenta del pensar como condición esencial en la vida. “Sin acción y sin pensamientos la vida no sería posible, ni vivible. Sin duda, la filosofía es la gran capacidad humana que hace pensar”, señala.

Con ella coincide Brito: “en la obra de Arendt tenemos la oportunidad de encontrarnos con diversas reflexiones que colaboran a pensar políticamente nuestro tiempo, las que van desde las distinciones entre el autoritarismo, la tiranía, la dictadura y el totalitarismo, hasta los elementos fundamentales que pueden ayudar a comprender el juicio”.

A modo de ilustración, concluye, “si en `La condición humana´ hayamos las condiciones y actividades propias del ser humano en el mundo moderno post-totalitario, en el controversial `Eichmann en Jerusalén´ encontramos la noción de la banalidad del mal, la cual no sólo apela a pensar las condiciones en las que se ha dado el acontecer político de nuestra historia reciente; también nos apela a pensarnos hoy”.

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