Humanidades

Meritocracia: no la panacea que parece

El énfasis en el mérito genera, a la larga, un resultado contraproducente, dividiendo a las personas entre ganadores y perdedores, jerarquizando a los individuos en función de sus éxitos o fracasos. A juicio de especialistas, se impide con ello la construcción de una sociedad más inclusiva y respetuosa de la dignidad de cada cual.

Por: Diario Concepción 14 de Marzo 2021
Fotografía: Cedida

Ximena Cortés Oñate

Atractiva parece la idea de una sociedad que reparta los bienes de acuerdo a las capacidades y esfuerzo de cada uno y no en función de la cuna, el colegio u otras vías por las que se eterniza el poder. Valorar el mérito y que sea éste el que gobierne es una idea seductora y puede sonar razonable, conveniente e incluso justa, pero la llamada “Meritocracia” es un concepto que no existe en un vacío y, por lo tanto, no una solución para la sociedad actual.

El experto en filosofía política, Michael Sandel, ha señalado en su libro “La tiranía del mérito”, que el concepto de meritocracia es engañoso porque, en realidad, no se cumple y porque deja a un lado el bienestar público y la solidaridad. A juicio del estadounidense, el ideal meritocrático es altamente excluyente y las actitudes que alienta, esto es, una sociedad de ganadores y perdedores, como manera de pensar en la sociedad, es corrosiva para el bien común.

Pero, para precisar de qué, exactamente, estamos hablando, el filósofo Pablo Aguayo propone distinguir entre mérito y meritocracia.

Académico de Filosofía Moral y Teoría de la Justicia de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, no ve problema en que a algunos bienes sociales se acceda considerando el mérito de la persona, pero sí lo hay cuando se piensa que ésta es la principal forma en que tiene que estar “gobernada” la distribución de bienes sociales. Aquí, alude a la etimología del concepto “merito-cracia”, donde cracia viene del griego krato, que significa gobierno, tal como en la palabra demo-cracia o aristo-cracia.

“En gran medida, aquellos elementos que son significativos para una distribución meritocrática son, en sí mismos, inmerecidos. Es claro que nadie puede decir que `merece´ su inteligencia o la familia en la que nació y, al mismo tiempo, esos elementos son centrales para acceder a posiciones sociales de interés bajo una concepción meritocrática de la sociedad”, sostiene.

Otro problema que detecta el filósofo es el de la medición del mérito: “¿qué elementos se deben considerar para sostener que X es más meritorio que Y? ¿el tiempo invertido, el esfuerzo, o ambos? Si así fuese ¿cómo se mide el esfuerzo? Normalmente las personas a las que la naturaleza ha dado menos dotes deben esforzarse más y gastan más tiempo en hacer determinadas actividades o resolver ciertos problemas, pero, paradójicamente, en una sociedad meritocrática suelen quedar atrás”.

Pablo Aguayo: “Tendríamos que pensar un sistema de distribución de oportunidades en la educación que, probablemente, no sea el mismo para la salud o el acceso a los puestos sociales de interés”.

Justa igualdad de condiciones

Así entendida la diferencia entre ambos conceptos, Waleska Muñoz data la aparición del término en 1958, cuando Michael Young publicó el libro “The Rise of Meritocray” (El Triunfo de la Meritocracia). Sin embargo, señala, al entender la meritocracia como un sistema que privilegia de manera exclusiva los méritos de las personas para acceder a determinados “espacios”, podemos remontarnos mucho más atrás.

La académica del Departamento de Administración Pública y Ciencia Política de la Universidad de Concepción explica que “la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789, en su artículo 6to, al hacer referencia a los cargos públicos, señalaba que no serían sino los talentos los que deben ser privilegiados para el acceso a ello”.

Poco más de un siglo después, continúa Muñoz, “al plantearnos un modelo de burocracia, Max Weber regresa sobre el acceso a los cargos (públicos y privados) y la importancia de privilegiar los talentos de las personas por sobre otra consideración”.

La académica, quien además es directora del Diploma en Gestión de Personas en el sector Público, asegura que la valoración del mérito propio acentúa la desigualdad. Para ello retoma a Weber, quien señalaba que quienes podían demostrar dichos talentos procedían principalmente de “estratos económica y socialmente privilegiados en virtud del reparto social del poder”.

“Con lo planteado por este autor, deja entrever que quienes tenían los méritos pertenecían a una parte de la sociedad que era poseedora de ciertas ventajas, por sobre otras. Es decir, no existía una base mínima para que ciudadanos y ciudadanas, en general y sin distinciones, pudieran sobresalir solo por sus méritos”, señala.

En ese sentido, podemos estar de acuerdo en que el mérito debe ser un elemento importante a considerar, pero, como dice Muñoz, “si queremos centrarnos de manera exclusiva en él, se deben adoptar medidas para asegurar una justa igualdad de condiciones para todos y todas, y así no terminar dañando a una parte de la sociedad que pudiera no acceder a esa ´justa igualdad`, acentuando con ello, la ya existente desigualdad”.

Waleska Muñoz: “No solo el Estado, al no asegurar una justa igualdad, es responsable de dañar a la sociedad, sino también muchos de quienes defienden el mérito”.

Al respecto, Aguayo consulta: ¿qué vamos a entender por “justa igualdad de condiciones”? En general, dice, en el debate contemporáneo los y las filósofas cuando se enfrentan al problema de la distribución de bienes sociales se preguntan: ¿igualdad de qué? ¿Igualdad de unos determinados bienes sociales? ¿Igualdad de recursos? ¿Igualdad de oportunidades? ¿Igualdad de resultados?

“No ha habido acuerdo sobre esto y creo que la posición que uno tome al respecto es central para responder la primera pregunta. Tengo claro que para estas cuestiones no hay UNA solución, y en este punto concuerdo con la idea que defiende Michael Sandel respecto a diferentes `esferas de la justicia´. Quizás tendríamos que pensar un sistema de distribución de oportunidades en la educación que, probablemente, no sea el mismo para la salud o el acceso a los puestos sociales de interés”, señala.

Alfonso Henríquez complementa: “una sociedad resulta justa si las personas son recompensadas en función de su trabajo, merecimiento y capacidades. Por el contrario, una sociedad no es justa, si los bienes y las oportunidades aparecen distribuidas en función de su rango social, su origen socioeconómico o sus privilegios de clase. Lo que hace injusto este segundo escenario, es que el destino de las personas está determinado por factores ajenos a ella”.

Sin embargo, se pregunta, ¿una sociedad meritocrática podría escapar a este problema? Para aclarar este punto, señala que una comunidad en la cual lo que obtenga cada persona sea producto de su propio esfuerzo o de sus aptitudes, podría generar la ilusión de que los logros que obtienen los individuos son producto de sus propios méritos.

“La realidad es más compleja. Nuestras vidas están condicionadas por una serie de circunstancias aleatorias, respecto de las cuales no cabe hablar de merecimiento o elección. Clásicos ejemplos son los factores relacionados con el nacimiento (la familia donde nacemos, los estímulos que recibimos durante la infancia, las oportunidades educativas, etc.); nuestras dotes naturales; y la forma en como la sociedad valora las actividades que realizamos”, señala el académico del departamento de Historia y Filosofía del Derecho de la Universidad de Concepción.

Alfonso Henríquez: ”El concepto de igualdad de oportunidades encierra un lado negativo: culpabilizar a quienes no pueden subirse al carro de la victoria, haciéndolos responsables de su propia desgracia”.

La dialéctica de la igualdad de género

Por su parte, la trabajadora social Cecilia Pérez Díaz aprovecha la cercanía del Día Internacional de la Mujer para dar una mirada en clave de género. “La meritocracia es un concepto esencialmente individualista, que hace referencia a lo que cada uno/a merece según su propio esfuerzo; el locus de control de la meritocracia es interno, es personal, incluso en un escenario hipotético de que todos/as pudiéramos comenzar desde un mismo punto de partida”, señala la académica de la Facultad de Ciencias Sociales UdeC.

Esta idea, insiste, desconoce o invisibiliza lo fundamental que es el tejido social, con sus redes, sus articulaciones y su potencial de construcción colectiva del bien común.

“Desde la perspectiva de género, el orden social establecido a partir de un eje patriarcal de funcionamiento ha generado una división sexual de trabajo que, en términos gruesos, concibe al hombre como el proveedor material que gestiona la cuestión productiva en la esfera pública, y a la mujer como proveedora emocional que administra los asuntos reproductivos en la vida privada”, dice.

Los efectos de esta forma de organización del poder y la sexualidad, asegura, generan otro tipo de “ganadores y perdedoras” en el reparto de los reconocimientos, recompensas o beneficios de la sociedad. “Este marco de complejidades no lo puede resolver cada uno o cada una a partir de sus solos méritos”.

Entre 2002 y 2006, Pérez fue Ministra de Planificación y Cooperación (actual Ministerio Desarrollo Social y Familia), y Ministra Directora del Servicio Nacional de la Mujer, Sernam. Para ella, la meritocracia es la dialéctica de la igualdad de género.

“No es posible ser exitoso en lo público (trabajo remunerado, política, deporte de alto rendimiento, etc) si no tienes resuelta la esfera privada, la que hoy conocemos como la Esfera del Cuidado. La mantención de la infraestructura de la vida (la casa, los hijos, las personas mayores dependientes, los enfermos de la familia) es la función crítica e insoslayable que, por siglos en la historia de la humanidad y de nuestra cultura judeo-cristiana, han desarrollado las mujeres; ya sea por las lealtades morales del parentesco, por las expectativas de roles de género o porque sus servicios especializados son comprados para el efecto”, sostiene.

Por eso considera falaz decir que sólo los mejores integran el Congreso Nacional, o están a la cabeza de los ministerios más importantes o los directorios de las grandes empresas, y que están ahí por sus propios méritos. “Están ahí por sus membresías familiares, económicas o políticas; están ahí porque han podido generar y acumular capital suficiente para financiar campañas o ritos sociales. Pero están ahí, sobre todo, porque alguien/alguna está ocupada en resolver y acomodar todo lo necesario en lo cotidiano y doméstico que les permita a esos otros desplegarse y, eventualmente, triunfar en sus vidas públicas”, afirma.

Para ratificar sus dichos, propone una mirada al impacto de la pandemia de coronavirus en la vida de las mujeres chilenas. “En el ámbito laboral, el INE reporta que casi 1,3 millones de personas en Chile se inhibieron de buscar trabajo a causa del COVID 19 a fines de 2020; 6 de cada 10 de esas personas eran mujeres. El estudio revela, además, que las personas que no buscaron trabajo remunerado por razones de cuidados y quehaceres domésticos registraron una variación en doce meses de 593% en el caso de las mujeres y 172% para ambos sexos. Es evidente que el repliegue de las mujeres de la fuerza de trabajo se debe a que la pandemia obligó a concentrar toda la vida en las casas y a prescindir de todo apoyo formal o informal para sus propias necesidades de cuidado”, señala.

Por otra parte, la pandemia y sus medidas de confinamiento en el hogar exacerban los riesgos y la opresión en materia de violencia de género. Todo esto, sostiene Pérez, muestra lo importante que es “leer la realidad con distintos enfoques o matrices, distintas al individualismo meritocrático.”

Cecilia Pérez Díaz: “Es importante leer la realidad con distintos enfoques o matrices, distintas al individualismo meritocrático”.

Sociedad de derechos

Ese individualismo alentaría una sociedad de ganadores y perdedores, y reniega de un sentido de responsabilidad social. Aguayo lo explica así: “en general, la idea de la meritocracia está muy centrada en la libertad y autonomía personal y, por tanto, que cada uno es responsable de sus logros o fracasos. Es normal escuchar que si uno se esfuerza mucho puede conseguir lo que se propone. Esa idea es sumamente irresponsable ya que obvia que, pocas veces, somos merecedores de aquellos dotes que nos hacen merecedores de los bienes sociales”.

A su juicio, “uno de los efectos de la pandemia es que cada día somos más conscientes de la necesidad de vernos como comunidad y que no sacamos nada si solo remamos de manera aislada nuestro bote”.

El filósofo destaca que hay una responsabilidad colectiva por la situación en la que se encuentran los miembros de nuestras comunidades, tanto a nivel local dentro de las universidades, como a nivel más general. “Es por ello que, quizás, los mal llamados perdedores, que generalmente son las personas más empobrecidas de la sociedad, se encuentran en esa posición no por `su voluntad´, sino por cómo hemos organizado la sociedad en la que vivimos”, dice.

Parece, entonces, que una sociedad perfectamente meritocrática no sería deseable, puesto que invariablemente terminaría por excluir o marginar a un grupo importante de la población. “Como explican François Dubet y Michael Sandel, el concepto de igualdad de oportunidades encierra un lado negativo: culpabilizar a quienes no pueden subirse al carro de la victoria, haciéndolos responsables de su propia desgracia, o atribuyendo a los más vulnerables la responsabilidad sobre su suerte”, sostiene Henríquez.

Entonces, si la meritocracia no es suficiente para una sociedad justa o buena, ¿cuál sería la alternativa?

Un sistema que para Aguayo resulta atractivo es la idea de una Democracia Constitucional que tenga como norte la “equitativa igualdad de oportunidades”. Si bien, dice, esta es una idea general, “se puede concretar por medio un sistema de educación que en primer lugar reconozca las diferencias de talentos que cada uno posee y que al mismo tiempo permita un equitativo desarrollo de éstas”.

Por su parte, Muñoz se remite a la década de los cuarenta del siglo pasado cuando Davis Kingsley cuestiona la burocracia pública, centrada exclusivamente en el mérito, y plantea una burocracia representativa. “Pensando en todos aquellos espacios en que es importante considerar el mérito (acceso a becas, a universidades, entre otros), cobra relevancia un sistema en que al mérito le sumen otros criterios, entre ellos, pertenecer a determinados grupos que, por no haber podido acceder a esa justa igualdad, ven disminuidas sus posibilidades para demostrar talentos por sobre los que sí han tenido oportunidades”, dice.

Junto a autores de Argentina, Colombia, México y España, Muñoz participa en el libro “Meritocracia. Una mirada multidisciplinaria”, que se publicará a fines de 2021. Ella critica lo que llama la “soberbia meritocrática”, y sostiene que no solo el Estado, al no asegurar una justa igualdad, es responsable de dañar a la sociedad, sino también muchos de quienes defienden el mérito y llegan al punto de justificar que merecen determinados derechos por sobre los demás.

Ante ello, Pérez señala que debemos volver nuestra mirada y poner nuestra energía en lo común, en lo público. “Una sociedad más justa es la que se ha preocupado de procurar las mejores reglas del juego para todos y todas, y que acompaña las trayectorias de los sujetos, para que los resultados, y no sólo los comienzos, sean más justos e igualitarios”, dice.

Esa, agrega, es una sociedad de derechos, con un Estado “capaz de combinar políticas de reconocimiento y políticas de redistribución, como nos ilustra la discusión de las feministas Nancy Fraser y Judith Butler, y que, al tiempo que provee de bienestar, se reconoce en su diversidad, y a partir de ella construye su propio bien común”.

Y concluye: “la realidad biselada, caleidoscópica y profundamente compleja en la que nos encontramos viviendo, exige nuevas miradas y otros estándares de respuesta para el bienestar de las comunidades. No tengo duda de que esos estándares no son marcas individuales de rendimiento; se trata ni más ni menos que de una cultura de derechos humanos”.

Libros recomendados

– El Triunfo de la Meritocracia. 1870-2034. Ensayo sobre la educación y la Igualdad, Michael Young. Rivadeneyra, 1964.

– Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad, Michael Walzer. Fondo de Cultura Económica, 2001.

– La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común?, Michael Sandel. Debate, 2020.

-¿Redistribución o reconocimiento? un debate político-filosófico, Axel Honneth y Nancy Fraser. Ciencias Sociales, 2006.

-Teoría de la justicia, John Rawls. Fondo de Cultura Económica, 2006.

-Reconocimiento, Justicia y Democracia: Ensayos sobre John Rawls, Pablo Aguayo. Cenaltes, 2018.

-La Desigualdad Persistente, Charles Tilly. Manantial, 2000.

-Me Gusta Cuando Hablas, Margarita Iglesias Saldaña. Editorial Aún Creemos en los Sueños

-¿Reconocimiento o Redistribución? Un debate entre marxismo y feminismo, Nancy Fraser y Judith Buttler. Traficantes de sueños, 2017.

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