Humanidades

Consumir o no consumir: ¿Existe un equilibrio adecuado?

Consumir es parte de lo humano, no obstante, su exceso podría esconder algunas carencias no visualizadas y provocar efectos negativos sobre las personas, la sociedad y el medio ambiente. Ni propiciarlo ni demonizarlo, especialistas entregan distintas miradas sobre este concepto.

Por: Diario Concepción 14 de Febrero 2021
Fotografía: Contexto

Ximena Cortés Oñate

Pareciera que, en ocasiones, el concepto de consumo apuntara a algo negativo, a una acción que tensiona los valores humanos o los distorsiona. Esta figura, que ha demonizado el vocablo, alude más que nada a una acción extrema, regida por una suerte de control social.

Esta versión inmoderada de consumir productos que no siempre son necesarios es un tema en constante discusión. En su libro “El consumo me consume”, Tomás Moulián señala que “el consumo vertiginoso, (…) proporciona goce instantáneo pero compromete el futuro. Para ello ha instalado las instituciones que permiten realizar esos impulsos internalizados: los mall, las grandes tiendas, los sistemas crediticios”.

“Consumir es parte de lo humano”, señala Beatriz Cid, socióloga y directora del Magister en Investigación Social y Desarrollo de la Universidad de Concepción. “Los humanos tenemos necesidades y esas necesidades tienen satisfactores que hay que consumir para mantener saludable nuestra humanidad. Estos satisfactores están condicionados por contextos sociales: el consumo de proteínas, por ejemplo. En un grupo puede ser común consumir insectos (para nosotros totalmente inaceptable), en otros grupos comer carne de mamíferos (crecientemente contencioso), y en otros comer proteínas vegetales”, explica.

No obstante, existen varias lecturas sobre el consumismo que lo identifican con una adulteración antropológica de la identidad, una malversación psicológica del deseo o la tergiversación simbólica de lo común. Así piensa Carlos Ossa, para quien “el fenómeno no es sólo una racionalidad económica, también una agencia representacional; es decir, el funcionamiento de elementos heterogéneos que viven y luchan en un territorio por lograr un devenir”.

Filósofo y académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, Ossa asegura que, por un lado, “la máquina neoliberal dirige ese devenir hacia el lucro y la acumulación narcisista del capital y, por otro, se produce una apropiación de los significados que resisten lo hegemónico”.

Por ello, considera que el consumo es “una micropolítica que destruye y crea valores. Sin duda que la información tiende a reforzar los valores del sistema y su ejército de publicistas; sin embargo, no es una pieza completa que tiene absoluto poder para determinar toda la existencia”.

Eje del capitalismo

Para Cid, “el problema no es el consumo individual sino el contexto que promueve un consumo que podemos considerar problemático. Primero, desde una perspectiva individual, porque pone a las personas en espirales de deuda. Segundo, desde una perspectiva global, porque produce un uso exagerado de los recursos naturales y una enorme cantidad de desechos”.

La académica UdeC agrega que ese contexto, promotor del consumo excesivo, es la ilimitada necesidad de las empresas de vender. “Existe un conjunto de mecanismos para promover el consumo excesivo: la obsolescencia programada, el crédito, la publicidad, entre otros. Entonces, el contexto de nuestras prácticas de consumos es la promoción material y simbólica de un ilimitado deseo de satisfactores, para saciar nuestras muy humanas necesidades. Tiene un rol aquí el consumo simbólico: no comprar un bien material, sino una marca o un símbolo que satisface una necesidad inmaterial”.

En ese mismo sentido, Felipe Fuentealba señala que, al definirse como el consumo de bienes más allá de lo esencial para la subsistencia, el consumismo es uno de los ejes del capitalismo.

Fuentealba es académico del departamento de Filosofía de la Universidad de Concepción y, a su juicio, como el capitalismo requiere que el consumo no se detenga, y ara ello no basta con el crecimiento de la población, “la propia lógica interna del sistema condujo, a través de la publicidad, al fomento de productos que en principio pueden parecer prescindibles (autos de lujo, televisores gigantes, etcétera), pero que contienen una trampa: producen satisfacción. De allí que rebelarse contra el consumismo sea una tarea que requiere esfuerzo; sus estímulos dan placer, producen comodidad, incluso, en algunos casos, otorgan reconocimiento social”.

Así, además de ir imponiendo nuevas necesidades (como un televisor conectado a internet), la satisfacción de ellas resulta ser placentera. “Por supuesto, la otra trampa es que, para conseguir tal satisfacción hay que pagar, lo que muchas veces implica endeudarse. Es un círculo absurdo. A veces pienso que hay algo muy humano en eso, en el sentido de que parece que es parte del hecho de ser un ser humano el tolerar modos de vida tan evidentemente irracionales”, señala.

Consumidores somos todos

Esta suerte de desplazamiento de los valores que provocaría el consumo excesivo desviaría al ser humano de preocupaciones como el cuidado del medio ambiente, el valor de la vida de los demás o de intereses espirituales e inmateriales.

Aunque reconoce que la definición de superfluo versus esencial merece más de una precisión, Ángela Boitano cree que el énfasis en el consumo de bienes superfluos como casi una de las únicas vías que muchas personas tienen de sentirse parte de sus comunidades, es nefasta porque es una manera de hacer dóciles a las personas y, además, al producir endeudamiento, nos hace seres temerosos.

Académica de la Escuela de Sociología de la Universidad Diego Portales, Boitano señala que “el consumismo supone valores sumamente humanos: implica la necesidad de pertenecer a alguna comunidad imaginada, construye identidad (dime lo que consumes y te diré quién eres), otorga estatus, etc. ¿qué más humano que eso? Ahora, la manera en que los seres humanos satisfacemos esas necesidades es, probablemente, lo criticable. El modo capitalista ha terminado por homogeneizar otros modos de vida”.

También de acuerdo con la desvirtuación que implica el exacerbado consumismo en el que vivimos, la filósofa Valentina Bulo sostiene que “el capitalismo por definición es un tipo de política que reduce todo a lo económico, y eso es, precisamente, un circuito de producción, distribución y consumo, por lo que la hiper producción (y la sobre explotación) y el consumismo exacerbado son inherentes a un sistema capitalista”.

Bulo es académica del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile y señala que “consumidores somos todos, sin excepción, otra cosa es el grado de consumismo que tenemos y el grado de dependencia al consumo con el que vivimos”.

La idea de consumo, agrega, se relaciona con “consumar”, en el sentido de llevar algo a su fin. “Consumir es gastar, dinero y energía, eso implica aniquilar o degradar algo: nos queda menos dinero y hay un gasto o un desahogo energético. Por eso nos podemos hacer adictos a consumir, porque hay una descarga de energía síquica en ello, de energía acumulada y reprimida. Consumir en sí no tiene nada de malo, lo que es preocupante es cuando comenzamos a tapar otras carencias con el consumo. El consumo es como tragar sin masticar, es pura avidez”, dice.

Boitano sugiere no ser tan radical: “Habría seres humanos que gozan consumiendo, que se realizan en esa práctica y por esa vía se vinculan con otros/as (donando, por ejemplo) o aman (regalan bienes, pagan, etc.); otros se desangran para emular ese modo de vida. Puede que a uno no le guste, pero creo que no se debe moralizar el análisis. Es decir, quienes consumen no son menos humanos o moralmente menos valiosos que quienes deciden no hacerlo”.

Esa alienación del consumidor consiste, para Ossa, en la suspensión de toda relación reflexiva con el propio contexto y ser administrado por máquinas deseantes que trituran nuestra subjetividad. Pero, advierte, en el consumo también se piensa.
“La naturaleza de ese pensar es algo a discutir. Nos ayuda a ver las estrategias de coaptación de lo cotidiano, estrategias que van desde lo más bizarro a lo más vanguardista, buscando un punto de atención donde consumir y pensar puedan quedar unidos a la lógica de los objetos o las mercancías. En ese plano, el consumo es un tema desafiante porque allí está ocurriendo la sociedad y la emancipación es casi siempre pensar cómo puede ocurrir de otro modo”, señala.

Además, indica Ossa, cuando se logra comprender su profundo papel político como garante de sociedades del control y el espectáculo que han perdido su legitimidad narrativa, “el consumo se vuelve un punto de inflexión ética, debido a que ya no puede ser visto como el objetivo único y soberano de la vida social”. En suma, piensa Ossa, “las relaciones sociales orientan su interés hacia otras formas de intercambio capaces de garantizar rituales y permitir solidaridades, por ejemplo, la inevitable urgencia de atender que el reloj biológico del planeta puede detenerse y es obligatorio repensar el desarrollo fuera de la dogmática del mercado y la fake news de la mano invisible”.

Pandemia y consumo

Los países que han iniciado el desconfinamiento han visto, paulatinamente, cómo vuelve a aumentar la demanda por los bienes de consumo clasificados como prescindibles. De alguna manera, la pandemia nos vino a replantear, forzosamente, cuál era nuestra relación con los consumos que regían nuestras vidas cotidianas.

En los primeros meses de encierro, cuando experimentábamos una situación radicalmente extraña para todos y no sabíamos qué iba a pasar, se produjo una especie de recorte del mundo, recuerda Bulo. “Antes teníamos un mundo, relaciones personales, salir a pasear, a comprar; y de repente todo eso quedó prohibido, solo accedíamos al mundo que nos presentaban los medios, las redes sociales y la virtualidad. Es como que el mundo que llamábamos real desapareció para quedarnos en la burbuja virtual. Y eso, para los más privilegiados, porque hubo mucha gente que no tuvo el acceso y el derecho a esa burbuja”, sostiene.

En esas condiciones, continúa, “los que podían se relacionaron con el mundo externo casi únicamente a través de la compra: ese acto mágico de apretar botones y que luego toquen el timbre de tu casa y el objeto deseado aparezca para ti. Pero, por otra parte, desapareció el espectro de lo que era necesario para nosotros ya no tenía sentido comprar muchas cosas”.

“En un primer momento hubo una vuelta a los satisfactores básicos: asegurar la alimentación, acumular para garantizar la sobrevivencia en un contexto incierto”, recuerda Cid. También se demandaron productos útiles para pasar y hacer llevadero el encierro: pantuflas, ropa holgada, alimentos de confort y, debido a las restricciones de movilidad, se fortalecieron las compras por internet, las plataformas de comercialización y las distintas formas de delivery.

Luego de ello, y en sectores económicos más acomodados, continúa la socióloga, se ha producido un conjunto de ansiedades en torno a la seguridad de nuestro consumo, como buscar alimentos que hayan pasado por menos manos y, por lo mismo, vengan más limpios. “Ello ha dinamizado un consumo más localizado, incluso más ético, que puede promover también una localización de la producción. Estos últimos meses se ha visto también un aumento del consumo en torno a la vivienda, que aparece como el lugar donde pasamos una gran parte, sino toda, la vida, y surge la demanda por hacerla más habitable”, señala.

A su juicio, algunas tendencias como la localización de ciertas formas de consumo y la compra por delivery pueden mantener su importancia en el tiempo y cambiar, estructuralmente, nuestra forma de consumir. “Es posible, también, que se mantengan ciertas formas de consumo ansioso: acumular satisfactores básicos que permitan la base de la sobrevivencia. Se espera también que, pasada la pandemia, haya una explosión de consumo ´atrasado`, especialmente el que nos ha sido vetado: viajes, fiestas, eventos. Todo ello además dinamizado por una sensación de precariedad vital que creo nos va a quedar por bastante tiempo: un nuevo carpe diem”.

Fuentealba subraya que esa disminución del consumo, producto de los confinamientos, ha sido lamentable para un amplio sector de la sociedad que, producto de ello, ha visto caer sus ingresos. No obstante, cree que la pandemia no nos va a hacer abandonar el consumismo, sino sólo lo ha puesto en pausa.

Si la crisis fuera a durar décadas, sostiene, entonces sí podríamos especular que, para no morir de hambre, no nos quedaría otra opción que imaginar otro tipo de sistema económico. Pero la realidad parece decir otra cosa. “Lo único que queremos es que se acabe la pandemia y rehacer nuestra vida anterior, que era la vida del consumismo, sepámoslo o no. Por lo demás, el sistema siempre se las arregla para encontrar modos de sobrevivir, aún en las situaciones más desesperadas. El mejor ejemplo es la explosión de las compras en línea. Seguimos siendo consumidores, sólo que ahora desde nuestras casas”, dice.

Con él concuerda Bulo: “en general, se alteró radicalmente el patrón de consumo y muchos de esos cambios van a permanecer, pero no creo que haya habido un cambio de paradigma de consumo como se dijo al principio. Incluso se afirmaba que era el fin del capitalismo. Eso no pasó”.
El cambio en los patrones de consumo también es algo que menciona Boitano, señalando que se ha visto favorecido el consumo de bienes más domésticos y menos asociados con la vida pública.

“Creo no estar equivocada si pienso que nos hemos comprado menos zapatos y más ollas. Sé que ha aumentado también la violencia intrafamiliar, los cuadros depresivos, el consumo de alcohol y que en este escenario la peor parte se la han llevado las mujeres y niñas. Creo que la pandemia ha hecho visibles cuestiones indignantes que, hasta marzo del año pasado, estaban más o menos ocultas, aunque ya habían sido develadas gracias a octubre de 2019. La pandemia interrumpió un proceso de cambio, de toma de conciencia que debería ser reencauzado por alguna parte. Pero no creo que haya que satanizar a los consumidores (también lo somos, aunque creemos que tenemos mejores razones para hacerlo), sino que hay que construir, ofrecer, fomentar otras maneras de pertenencia, de creación de comunidad, etc.; reorientar esta tendencia al consumo hacia actividades y bienes más amables”, sostiene.

 

 

Carlos Sossa

 

Beatriz Cid

 

Ángela Boitano

 

Valentina Bulo

Felipe Fuentealba

Libros recomendados

-Sobre el placer, Valentina Bulo. Editorial Síntesis, Madrid, 2019.
-Crítica de la economía política del signo, Jean Baudrillard. Editorial Siglo XXI, 1982.
-La era de la Iconofagia, Norval Baitello. Arcibel Editorial, 2008.
-Modernidad Líquida, Zygmunt Bauman. Fondo Cultura Económica, 2003.
-Calibán y la bruja, Silvia Federici. Editorial Traficantes De Sueños, 2010.
-Desarrollo a escala humana. Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones. Max-Neef, Manfred,
Antonio Elizalde y Martín Hopenhayn.
-El Rey Lear, de Shakespeare. Felipe Fuentealba dice que, “aunque no trata específicamente del consumismo, hay un magnífico fragmento en el Acto II en el que se describe cómo y por qué los humanos con frecuencia deseamos lujos pasajeros, a sabiendas de que son perjudiciales y se especula que quizás eso precisamente es lo que nos hace humanos. ´No hay que aplicar la razón a la necesidad`, dice Shakespeare”.

 

 

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