Humanidades

Transhumanismo: las implicancias éticas y filosóficas tras el deseo del mejoramiento humano

En la sociedad actual existe una serie de discusiones racionales que centran su mirada en la ciencia, donde las humanidades no siempre tienen una voz considerada. Uno de estos temas es la creencia de que la tecnología nos ayudará a sortear las debilidades del ser humano, incluso, la muerte. Este concepto, conocido como Transhumanismo, trasciende el ámbito científico, lo que conlleva una serie de implicancias éticas y filosóficas, que no siempre son escuchadas.

Por: Diario Concepción 10 de Enero 2021
Fotografía: Cedida

Por Ximena Cortés Oñate

Siempre ha existido una relación simbiótica entre el ser humano y la tecnología. Quizá en estos tiempos inciertos hemos tomado cierta conciencia de la dependencia que tenemos de los aparatos tecnológicos para mantener las relaciones interpersonales limitadas por la pandemia. No obstante, una lectura liviana del aporte que la ciencia y la tecnología realiza en nuestras vidas, parece mostrarnos un mundo de fantasías distópicas forjadas por la ciencia ficción.

Lo cierto es que, de la mano de la técnica y la ciencia, se ha ido forjando una creciente creencia de que la tecnología nos ayudará a sortear las debilidades del ser humano, incluso, la muerte. Este concepto es conocido como Transhumanismo, y se define por enfocarse en la necesidad de mejorar al ser humano mediante la aplicación de las nuevas tecnologías, particularmente las biotecnológicas y la inteligencia artificial. Su impacto tiene repercusión en la filosofía, el arte, la ciencia e, incluso, la religión; no obstante, pareciera ser que las humanidades no siempre son escuchadas en esta cuestión.

Antonio Diéguez, filósofo español, autor de Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano (Herder), lamenta en el diario El País que se haya dejado a la filosofía fuera de la discusión sobre el mundo que llega gracias a la tecnología. “Habría sido importante saber cuáles son sus presupuestos y cuáles sus garantías epistémicas en función del conocimiento científico y técnico disponible. La filosofía podría haber contribuido a aclarar si realmente las posibilidades de contar en un plazo previsible con una Superinteligencia Artificial General son tan grandes como se dice, o si la edición del genoma humano para modificar la inteligencia, la estatura o el color de la piel es cosa fácil”, sostiene.

Logros de la ciencia contemporánea

Julio Torres Meléndez, Director del Programa de Magíster en Filosofía de la Universidad de Concepción, señala que el pensamiento transhumanista comparte con el humanismo una concepción progresivista de la humanidad y una concepción antropocentrista del universo.

“Es progresivista porque ve a la naturaleza humana como autoperfectible y, también, como la coronación de la creación divina o, alternativamente, de la evolución biológica. Y es antropocentrista porque asume que no hay valores intrínsecos que no sean valores humanos, todo lo demás tiene un valor en la medida en que entre en el ámbito de los intereses humanos”, explica.

Por otra parte, manifiesta que la diferencia entre ambos radica en que el humanismo cree en el mejoramiento humano sobre la base de la educación, la ciencia, la literatura y el arte; en cambio, el transhumanismo cree que el mejoramiento se puede lograr también manipulando la propia biología de la especie humana.

“El transhumanismo puede ser definido como una corriente de pensamiento que asume que, manipulando la biología humana, es posible que dejemos atrás la naturaleza humana tal como la hemos conocido hasta ahora, y transitemos a una forma biológicamente divergente”, dice.

Ese marcado optimismo tecno-científico es también mencionado por Sandra Baquedano Jer, directora del programa de Doctorado en Filosofía de la Universidad de Chile. “El transhumanismo parte del supuesto de que el estado de la humanidad es transitorio y que, con ayuda de la ciencia y la técnica, es posible y puede ser intervenido para mejorarlo. Los transhumanistas están convencidos de que las capacidades humanas de hoy pueden ser potenciadas y perfeccionadas mediante dispositivos tecnológicos. Ellos creen que incluso el comportamiento o la conducta humana con intervenciones de ingeniería genética puede ser objeto de modificaciones, obteniendo resultados positivos en el actuar ético”, sostiene.

Desde las obras de Julian Huxley (1957), el concepto del transhumanismo ha ido evolucionando y se ha convertido en un tema de importantes debates filosóficos frente a los avances tecnológicos, referidos a su intervención para mejorar al ser humano de manera biológica, buscando una transformación de la condición humana.

Sofía Valenzuela, subdirectora del Centro de Biotecnología y profesora titular de la Facultad de Ciencias Forestales, y la abogada Adriana Ribeiro, Coordinadora del Comité de Ética, Bioética y Bioseguridad de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo, ambas de la Universidad de Concepción, junto a Jorge Gutiérrez, profesor de Filosofía, de la Facultad de Derecho y Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Campinas, Brasil, dictan hace 7 años el curso “Bioética, Biotecnología e Inteligencia Artificial: escenario actual y proyecciones”, en la Escuela de Verano de Postgrado.

Para ellos, lo que se propone con esta mirada del transhumanismo se acerca a la ciencia ficción, considerando que, hoy por hoy, no hay una transformación de la condición humana, pero sí una búsqueda por mejorar la calidad de vida humana.

“En el caso de los ciborgs (humanos que tienen implantes cibernéticos en el cuerpo y que ya son una realidad), lo que se busca es mejorar la calidad de vida, confiriendo capacidades que no se heredan. Quizás, una alternativa sería el uso de la ingeniería genética en humanos, de la que aún estamos lejos y, a la vez, nos presenta muchos dilemas bioéticos”, sostienen.

A su juicio, el transhumanismo tendrá lugar cuando pueda entregar respuestas en las que los beneficios suplanten a los riesgos inherentes a la tecnología, la que no es neutra y depende de quién la emplee. “Así, la biotecnología, la nanotecnología o hasta la infotecnología, deben ser empleadas considerando sus aspectos éticos e implicancias algoréticas, sociales, económicas y culturales, entre otros aspectos que nos permite desarrollar como sociedad. Por tanto, el transhumanismo no estaría en función de permitir acelerar un proceso evolutivo, pero sí se reconoce como un producto de nuestra evolución. Recordemos que un ser humano se define así, porque nace de otros seres humanos”, agregan.

Más humanos

Si bien hay quienes asocian el transhumanismo con la modernidad, hay autores que refieren sus inicios incluso a Kant con su famoso “¡Sapere Aude!” que llama a confiar en la racionalidad de los seres humanos. A juicio de Torres, esto no es tan así.

“Aunque se puede entender la ideología transhumanista como una consecuencia histórica del pensamiento de la Ilustración, se trata finalmente de ideas que sólo se hacen posibles con los logros de la ciencia contemporánea, entre ellos, el desarrollo de la teoría de la inteligencia artificial y, especialmente, los logros biotecnológicos de finales del siglo XX relativos a la posibilidad de editar el genoma humano (algo que de ninguna manera podían prever los pensadores de la Ilustración del siglo XVIII)”, sostiene.

De ahí que propone hacer una distinción entre transhumanismo cultural (o posthumanismo) y transhumanismo biotecnológico. Para el doctor en Filosofía, el primero de los conceptos es una idea filosófica acerca de la superación de nuestra idea tradicional de la humanidad, a través de la modificación radical de nuestro pensamiento antropocéntrico, de nuestros valores, de nuestras categorías sexuales o de nuestras instituciones tradicionales.

El transhumanismo biotecnológico, en cambio, es una idea filosófica acerca de la superación de nuestra idea tradicional de la humanidad, pero sobre la base de la manipulación o instrumentalización de nuestra dotación biológica. “Se caracteriza también, dice, por ser profundamente tecnofílico. Ambas versiones pueden estar unidas en una sola concepción, pero aun así se trata de ideas distintas”.

En escenarios como la actual crisis sanitaria, que nos ha obligado a reducir los contactos humanos directos, y a confiar y depender cada vez más de la tecnología, el transhumanismo parece adquirir un cierto sentido. No obstante, Sandra Baquedano

señala que el mayor uso de dispositivos está lejos de asociarse con la pregunta por el ser humano, su sentido, su naturaleza y la noción de verdad que empieza a imperar en, y a través, del uso y aplicación de los medios tecnológicos.

En el mismo sentido, Valenzuela, Ribeiro y Gutiérrez señalan que, en este tiempo en que nos vimos obligados a interactuar por varias plataformas virtuales, nos hemos educado en tecnología, pero ello no nos acerca al concepto de transhumanismo.

“Con la pandemia, para quienes están con teletrabajo, ha disminuido el tiempo de transporte, permitiendo compartir más tiempo con la familia, dedicarse a la lectura o aprender otras habilidades. En parte, vemos que estamos siendo más humanos, re-aprendiendo a vivir, a convivir, a buscar una calidad de vida digna de un ser humano que evoluciona con el desarrollo de las capacidades de otros humanos”, dicen.

Mayor responsabilidad

La discusión sobre los aportes del transhumanismo al desarrollo de la sociedad aún no está zanjada. Permite, sostienen algunos, acelerar el proceso evolutivo, pero ¿cómo esto afectará al ser humano, en sus aspectos morales, filosóficos?

Para Julio Torres, eso aún está por verse. “Creer que acelerar el proceso evolutivo es siempre deseable, es un error. Los procesos evolutivos suponen adaptación a las condiciones ambientales y dependerá de cuáles sean esas condiciones, y qué capacidades biológicas tengamos para responder a esas condiciones, lo que determine nuestra supervivencia futura”, sostiene.

En ese sentido se manifiesta convencido de que “la sobrevivencia humana reside en cuidar y conservar el medio natural”, agrega.

Ante escenarios como el señalado, existen quienes, como Francis Fukuyama, califican a este concepto como “la idea más peligrosa del mundo”, mientras que hay autores que sostienen que la sociedad ya sería transhumana. Torres señala que se trataría de ideas reduccionistas y genéticamente deterministas que están equivocadas.

“Podemos evitar e incluso curar males de origen genético; podemos escoger el sexo de nuestros hijos y, también, incluso otras cualidades que quizás dependan de algún conjunto identificable de genes (o de la interacción de distintos genes), pero ninguna de estas cualidades es deseable por sí misma. Depende, finalmente, de las preferencias y valores de cada uno, y de las distintas condicionantes culturales e históricas. La dotación genética es solo una parte de nuestra naturaleza, la otra porción la aporta el ambiente natural y la sociedad en la que se nace”, concluye.

A juicio de Baquedano, el peligro estaría en el hecho de que la falta, en una sociedad, de un móvil moral básico como la compasión o la ausencia de responsabilidad, puede tener repercusiones amplificadas muchos más dañinas e incluso letales que sin los avances tecno-científicos en los que confían muchos transhumanistas.

“En su clásico del año 1979 El principio de la responsabilidad, Hans Jonas nos hacía ver que entre mayor es el poder, mayor es la responsabilidad. Los alcances del desarrollo tecno-científico pueden tener consecuencias tan vastas, tan amplias, tan poderosas que pueden afectar la calidad de vida y la vida misma en el planeta y, por consiguiente, enfrentan a las personas a una responsabilidad hasta ahora inédita, mucho más grande que antes”, señala.

El ser humano de hoy en día es más tecnológico, pero no es más responsable, ni más compasivo que antes. Bajo esa premisa, Sandra Baquedano sostiene que “hay una disociación en la ecuación que es muy adversa sobre todo a la hora de enfrentar interrogantes tan espantosas respecto a escenarios transhumanos como ¿a quiénes se les potenciaría con ciertas capacidades? ¿Cuáles serían? ¿Quiénes quedarían excluidos? Luego, los mejorados, ¿qué relación tendrán con el resto: de hermandad o, por el contrario, de especismo, belicismo, discriminación o esclavitud?”.

Nuestra sociedad es humana, pero no transhumana aún, señalan Valenzuela, Ribeiro y Gutiérrez. Es cierto que tenemos muchas máquinas que nos rodean fuera de nuestro cuerpo (computadores, smartphones, relojes, etc.) que nos ayudan y apoyan en nuestra vida diaria, pero nadie dudaría que seguimos siendo humanos.

“La evolución humana, unida a la interacción con las máquinas -las que no tienen capacidad de sentimientos-, ha introducido nuevos conceptos, hábitos y conocimiento, cada día con más fuerza en la sociedad. Consecuencia de ello es el nivel de desarrollo y de innovación relacionados con el avance tecnológico. Con esto, no nos alejamos de la búsqueda por entregar soluciones a necesidades humanas, acompañando con ello una consciencia de moralidad en el empleo de estas optimizaciones -no transformaciones-de nuestras capacidades humanas”, señalan.

Por ahora, aseguran, seguiremos disfrutando de la transhumanidad a través del arte, de la literatura, del cine, todo lo que nos hace pensar en el desarrollo tecnocientífico y en nuestro rol protagónico como humanos.

Libros recomendados

-Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano, del filósofo español Antonio Diéguez. Editorial Herder, 2016.

-Una grieta en la creación. CRISP, la edición génica y el increíble poder de controlar la evolución, de la premio Nobel 2020 Jennifer Doudna y Samuel Sternberg. Alianza 2020, publicado originalmente en 2017. En él se relata el descubrimiento, en 2012, de la biotecnología de edición genética que permite CRISPR cas9.

– El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?, de Jürgen Habermas, Buenos Aires: Paidós, 2004. Aquí Habermas desarrolla un importante argumento en contra de la eugenesia liberal.

-El principio de la responsabilidad, del filósofo alemán contemporáneo Hans Jonas. 1979.

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