Editorial

La ardua tarea de restaurar los puentes de confianza

La aparente tregua, el compás de espera por el progreso de las promesas e iniciativas no debe confundirse con el cese del problema, sería un error esperar la distracción o el olvido.

Por: Editorial Diario Concepción 24 de Diciembre 2019
Fotografía: Agencia UNO

En la coyuntura que vive Chile, es propio referirse al inicio de un nuevo ciclo, con sus consiguientes dificultades, por mucho que la frase “la vida continúa” salga a describir este supuesto problema como un simple estado de ánimo. Las reflexiones que surgen al terminar un año, y los propósitos que se enumeran para hacer del año próximo uno mejor, se asumen como un compromiso que lamentablemente suele irse diluyendo hasta casi desaparecer, atrapados de nuevo en una rutina que no deja demasiados espacios para el trabajoso proceso de enfrentar el devenir de manera diferente.

Progresivamente, la realidad anterior encuentra su cauce en la realidad actual. En estricto sentido, eso no tendría nada de malo; pero, en la circunstancias que está viviendo nuestro país, resulta impensable que se siga realizando lo que se hacía o continuar procediendo como si nada. La aparente tregua, el compás de espera por el progreso de las promesas e iniciativas no debe confundirse con el cese del problema. Ciertamente, sería un error esperar que el tiempo pase mientras se instala el olvido, una razón comprensible para generar nuevas manifestaciones de frustración e ira, como causa de la inconsecuencia entre lo que se dice y lo que se hace. En otros términos, todo lo anterior se puede resumir en una falta de sinceridad.

El resultado evidente y de público conocimiento es la pérdida de confianza a la que se alude constantemente; pero pareciera expresar más bien declaraciones retóricas, sin la dinámica específica para un cambio positivo que corrija esa pésima condición -textualmente, un adjetivo superlativo de mal; lo que no puede ser peor- . Se podría relativizar, buscar asuntos aun peores; no obstante, en la actualidad, la ruptura de los puentes de confianza hace realmente difícil encontrar modos de entendernos, sobre todo si cada quien desconfía de las intenciones de los demás, con una política de cartas contra el pecho. En este debate largo sobre infinidad de temas, ello provoca ventajas para ahora mismo o para un futuro predecible, bloqueando de paso las salidas razonables y justas.

No se trata de pérdida de fe, pues esta condición consiste en creer en lo que no puede verse, y la confianza no es un acto de fe. La confianza se basa en lo que la experiencia muestra cada día. La primera es absoluta: se tiene o no fe, sin que se admita términos medios. La confianza se adquiere o se pierde, permite grados y matices; es, por tanto, mutable y necesita reforzarse a diario. Si se disminuye hasta niveles muy bajos, deja de ser útil; poca confianza resulta así más o menos lo mismo que nada. Por desgracia, es aquello que se aprecia en las personas con respecto a las instituciones, los representantes y sus autoridades.

La importancia de la confianza en política es tan necesaria que los propios textos constitucionales la reconocen; incluso determinados cargos políticos que se ejercen dependen de esa condición. Sin embargo, la confianza depositada en personas elegidas no tiene modos igualmente efectivos de ser retirada, pues hay plazos largos durante los cuales los electores se pueden ver capturados en una realidad que no era aquella prevista al momento del sufragio. En ese escenario, no cabe más que esperar un nuevo período eleccionario.

En el momento presente, en el umbral de poner en marcha cambios importantes, la tarea parece evidente: actuar con transparencia y mesura para que estas transformaciones se orienten efectivamente hacia el bien común, que sus efectos correspondan fielmente a aquello que se ha planteado como argumentos para aplicarlos. Y no descubrir a destiempo que surgen consecuencias no descritas o que detrás de las líneas inspiradas se muestran capciosas letras chicas.

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