Editorial

Desafíos para los medios de comunicación en era de posverdad y fake news

El problema es que, en estos días, los medios no parecer estar ajenos a la crisis de credibilidad que ha afectado a tantas instituciones. Y sería un error que no aprovecháramos estos días bullentes para analizar nuestro quehacer con espíritu crítico.

Por: Editorial Diario Concepción 11 de Noviembre 2019
Fotografía: Nadia Pérez | Agencia UNO

Hasta el hartazgo se ha hablado en los últimos cinco años de la posverdad, neologismo que en 2016 fue entronizado como “palabra del año” por el Diccionario de Oxford. Vocablo que intenta parametrizar las verdades a medias, manipulaciones informativas dirigidas con fines particulares, íntimamente ligadas a las fake news, construidas para desinformar o para instalar en segmentos afines de la población, ciertas ideas no necesariamente acordes al bien común.

Se sabe que el concepto no es nuevo, que las noticias falsas y la práctica de instalar mentiras como verdades oficiales son tan antiguas como las primeras civilizaciones. Lo que hace único al fenómeno actual es el factor tecnológico, la inédita posibilidad de diseminar información tendenciosa desde fuentes no identificables, en el momento mismo en que suceden los hechos que la inspiran, y con un alcance global. Las redes sociales, invento determinante en la atomización y democratización de las fuentes informativas, se presentan también como un terreno fértil para la actuación de grupos de interés, que tienen muy claro que a la verdad le cuesta competir con una buena historia, que gatille respuestas emocionales en las audiencias. En otras palabras, que pueden destruir sin que haya tiempo suficiente para reparar con la corroboración de los hechos. Es el caso de la elección de Trump en Estados Unidos y del Brexit en Reino Unido, donde se pudo acreditar que fake news pudieron ser determinantes para inclinar la balanza electoral.

La proliferación de estas noticias falsas a través de redes sociales pareciera brindar una inmejorable oportunidad para probar la valía y carácter necesario a losmedios tradicionales” (entendamos como tales a los que cuentan con una planta profesional, un domicilio conocido y un representante legal, al cual quienes se sientan agraviados puedan demandar por injurias y calumnias). En efecto, el erguirse como fuentes serias de información capaces de contrastar versiones, de informar desde distintos ángulos, de corroborar cuando un rumor es verdadero o falso, puede convertir a una buena parte de estos medios en verdaderas tablas de supervivencia para audiencias que luchan por mantenerse a flote con información fidedigna en océanos de desinformación.

El problema es que, en estos días, los medios no parecer estar ajenos a la crisis de credibilidad que ha afectado a tantas instituciones. No se puede desconocer que existen grupos sin ninguna vocación democrática, interesados en quitarles credibilidad y presentarlos como enemigos para dejar la pista despejada para sus posverdades con intereses particulares. Pero sería un error que los medios no aprovecháramos estos días bullentes para analizar nuestro quehacer con espíritu crítico, para pensar si efectivamente todos los sectores de la sociedad han estado presentes en nuestras páginas, y para reconocer hasta donde la comodidad de la rutina se ha transformado, sin quererlo, en una aliada del estatus quo.

Ya lo observó hace más de treinta años el novelista checo nacionalizado francés, Milan Kundera, quien en su notable ensayo “La desprestigiada herencia de Cervantes”, planteó que los medios de comunicación habían terminado reduciendo el sentido del mundo. Al respecto, reflexionaba: “Basta con hojear los periódicos políticos norteamericanos o europeos, tanto los de izquierda como los de derecha, del Time al Spiegel, todos tienen la misma visión de la vida que se refleja en el mismo orden según el cual se compone el sumario, en las mismas secciones, las mismas formas periodísticas, en el mismo vocabulario y el mismo estilo, en los mismos gustos artísticos y en la misma jerarquía de lo que consideran importante y lo que juzgan insignificante. Ese espíritu común de los medios de comunicación disimulado tras su diversidad política es el espíritu de nuestro tiempo”. Ello, para Kundera, está en contraposición con el espíritu de la novela, que busca decirnos que la realidad es siempre más compleja de lo que creemos.

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