Editorial

La PSU como posible chivo expiatorio

Para medir competencias académicas hay que tener instrumentos exigentes, pruebas que en nuestro país han puesto en evidencia que hay niños que reciben educación de buena calidad y otros que no. Culpar a la prueba es un intento insuficiente para evitar enfrentar esa dura realidad.

Por: Editorial Diario Concepción 06 de Enero 2019
Fotografía: Agencia UNO

Las pruebas de ingreso a las universidades chilenas están sometidas, nuevamente, como cada año, a escrutinio, los resultados insisten en mostrar realidades difíciles de digerir, se busca la razón, la responsabilidad de estos resultados insatisfactorios e inquietantes, se corre el riesgo de equivocar la causa.

Históricamente, las pruebas de admisión a la universidad, operan desde los orígenes de la educación superior. De esas manera, a mediados del siglo XIX, se adoptó el Bachillerato; exámenes escritos de Historia y Geografía de Chile, y pruebas específicas que correspondieran a la mención a la que postulaban los estudiantes. Este sistema fue reemplazado por la Prueba de Aptitud Académica (PAA) en 1967; como mecanismo de selección e ingreso a la totalidad de sus carreras, puesto a disposición de las universidades existentes en la época, con algunas adecuaciones posteriores, como pruebas especiales para ingresar a determinadas carreras.

La actual Prueba de Selección Universitaria (PSU), se focalizó en los contenidos mínimos obligatorios alineados al nuevo Marco Curricular de la Enseñanza Media, aplicándose por primera vez que en diciembre de 2003 para el Proceso de Admisión del año 2004.

Esta prueba, como todas las anteriores, tiene como objetivo básico evaluar el dominio de determinados contenidos, de una base de conocimientos indispensables, e identificar a los jóvenes con mayor talento académico para desempeñarse adecuadamente en programas de educación superior. No ha cesado de tener detractores desde que se puso en práctica, acusada de ser la causa de segregación, de discriminar negativamente a los estudiantes más vulnerables, al demostrar, reiteradamente, la desigualdad intrínseca del sistema educativo chileno. Los resultados de la PSU muestran que los jóvenes que estudian en liceos municipales, que en general provienen de familias de bajos ingresos, tienen menos oportunidades que los jóvenes de colegios particulares pagados.

Efectivamente, entre quienes obtuvieron 700 puntos o más, el 56% estudió en un colegio particular pagado y solo 13% en uno municipal, que corresponde a 13,8 y 1% de los estudiantes de colegios particulares y municipales que rindieron la prueba, respectivamente. En nuestra región, en cuanto a la dependencia del establecimiento de egreso, comparativamente con el año anterior, disminuyó el porcentaje de altos puntajes de establecimientos particulares pagados -de 75% a 73%- y aumentó la participación de los particulares subvencionados -de 14% a 16%- y se mantuvo el porcentaje de establecimientos municipales en un 11%. Para efectos prácticos, la misma enorme brecha entre unos y otros.

Los promedios de colegios particulares privados, subvencionados y municipales, autoexplican esta situación, en Concepción, por ejemplo; Charles de Gaulle 667.1, Salesiano, 533.1, Sta. Sabina, 590.3, Liceo E. Molina 472.0, Liceo de Niñas, 467.5, y Liceo Comercial Femenino, 414.0.

Se puede cambiar la prueba, medir otra cosa, pero para medir talentos se debería actuar más temprano, lo mismo para aptitudes, sin embargo, para medir competencias académicas hay que tener instrumentos exigentes, pruebas que no han hecho otra cosa que demostrar que hay niños que reciben educación de calidad y otros que no. Culpar a la prueba es un intento insuficiente para evitar enfrentar esa dura realidad.

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