Editorial

La compleja decisión de alejarse o mantenerse fiel a un caudillo

Por: Editorial Diario Concepción 03 de Agosto 2018
Fotografía: Contexto

La condena del ex Presidente de Brasil, Lula Da Silva, por corrupción ha hecho dividir aguas en la izquierda latinoamericana, entre quienes acusan una maquinación  y un ajuste de cuentas de la derecha, y entre quienes aceptan que este ícono del socialismo continental pudiera haber cometido faltas o errores graves que efectivamente mancillan e hipotecan su legado político y social. Y es  que, no siempre es fácil separar aguas cuando hay un compromiso emocional fuerte con un  líder emblemático de una causa en la que se cree y se comparte.

Existen notables ejemplos de personalidades que han mantenido amistad con líderes y apoyado revoluciones, y que han terminado renegando de ellos, rindiéndose ante abrumadoras evidencias de acciones reñidas con sus convicciones. Y también abundan los ejemplos de aquellos que se han mantenido fieles a esa relación, por dogmatismo, lealtad a toda prueba o porque, simplemente, podría implicar el desmoronamiento de todo en cuanto habían creído.

Durante un largo período del siglo XX, la mayor parte -o al menos la más representativa- de los intelectuales latinoamericanos adscribieron al socialismo y en su momento apoyaron con entusiasmo los postulados de la revolución popular cubana. Sin embargo, este consenso y este diálogo a partir de una visión de mundo común no duró para siempre.

Sin duda, el cisma lo marcó el asunto Padilla en 1971, caso que dejó en evidencia el lado opresivo del régimen de Fidel Castro y la falta de libertades en la hasta entonces utópica revolución cubana. Heberto Padilla fue un poeta cubano encarcelado por el Gobierno de La Habana en 1971, después de una lectura poética. Al año siguiente fue liberado y exiliado a los Estados Unidos por la presión internacional y, en especial, por la férrea defensa de muchos intelectuales hasta entonces de izquierda.

Este incidente separó a los intelectuales del continente entre los que seguirían comprometidos con la utopía marxista hasta el final, y los que adoptaron una postura más realista, crítica y, a estas alturas, desencantada. El caso Padilla marcó una ruptura profunda a nivel político, literario y afectivo. A un lado quedaron autores como el mexicano Octavio Paz o el peruano Mario Vargas Llosa; al otro, íconos como el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar y el chileno Pablo Neruda. El muro ideológico se había levantado y ya no había forma de franquearlo.

A Neruda, en efecto, le tocó vivir un proceso complejo, oscilando entre un desencanto solapado y la absoluta lealtad al PC. Famosa fue la oda del poeta a Stalin, a quien calificó del “gran genio de este siglo”. Demasiado le costó separar aguas, incluso después de que el premier soviético Nikita Khrushchev  denunciara en 1956 el “culto de la personalidad” de su predecesor, revelando millones de crímenes políticos de su gobierno. Sin embargo, más tarde reconoció en sus memorias “que había contribuido en alimentar ese pérfido culto personalista”.

El novelista y diplomático Jorge Edwards cita a la Primavera de Praga (en 1969, en que las tropas soviéticas aplastaron a la ciudadanía checa que clamaba por más libertades) como otro punto de inflexión que marcó un distanciamiento de Neruda con el Kremlin. Y aunque no tuvo la voluntad ni la convicción para denunciarlo públicamente, en su libro Fin de Mundo deja entrever su conflicto interno: “Fue fácil para el adversario/ echar vinagre por la grieta/ y no fue fácil definir/ y fue más fácil callar./ Pido perdón para este ciego/ que veía y que no veía”.

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