
Cinco artistas de diferentes edades y disciplinas, exploran la evolución del rol femenino en el ámbito sociocultural. Además, se refieren a los cambios alcanzados y las luchas que aún persisten en la escena artística. En el marco del Día Internacional de la Mujer.
Por Damari Saavedra Cifuentes
En tiempos donde el ámbito cultural era dominado por hombres, figuras como Brisolia Herrera, Laurencia Contreras, Ana María Contreras y Lucy Neira Pino sentaron las bases de la escena artística con su trabajo incansable. Su legado abrió camino a nuevas generaciones de mujeres que continuaron fortaleciendo el arte y la cultura en Concepción. A través de cinco voces de distintas edades y disciplinas, se explora la evolución del papel de la mujer y la lucha constante que aún enfrentan.
Paola Aste, experimentada intérprete, docente y coreógrafa del Biobío, ha dedicado toda su vida a la danza. Inició sus estudios con la maestra Belén Álvarez y con referentes como Joan Turner y Patricio Bunster. Reconocida con diversos premios y galardones, actualmente dirige la Compañía de Danza Calaucalis y es docente en la Universidad Uniacc, donde lidera la dirección del remontaje.
A pesar de su destacada trayectoria, Aste aún enfrenta desigualdades de género en su entorno laboral. En su experiencia como docente, ha notado que la voz de los hombres suele tener más peso en ciertas instancias. “Cada vez menos, afortunadamente, pero claramente al hombre se le toma más en cuenta cuando está hablando, se le escucha más”, comentó. En este sentido, agregó que los estereotipos de género muchas veces condicionan la manera en que se espera que una mujer se exprese. “Yo tengo un carácter fuerte, hablo fuerte, tengo que aclarar que no estoy enojada porque yo hablo así. Creo que le pasa a muchas mujeres. Un hombre sí se puede dar el lujo de hablar fuerte, pero las mujeres tenemos que hablar más suavecito”.
Esa misma sensación de lo que significa “ser mujer” fue algo que marcó la infancia de Ema Millar, reconocida folclorista y docente musical. Creció en una época en la que la feminidad estaba cargada de normas estrictas: las niñas debían hablar bajo, cerrar las piernas al sentarse y jugar con muñecas. Su rechazo a estos estereotipos la llevó a desear, por un tiempo, no ser mujer. “Yo jugaba fútbol, hacía ‘pipí’ de pie y no quería muñecas. Era mi manera de cuestionar acciones como hablar ‘suavecito’, cerrar las piernas, reírse fuerte. Hubo un periodo en que yo quería ser hombre, porque encontraba a las mujeres tontas, pero eso se fue borrando a medida que pasaba el tiempo y la madurez”, recordó Millar.
Por su parte, Leyla Selman también tuvo un conflicto interno con el hecho de ser mujer. Tras años de lucha consigo misma producto de una infancia abusiva, para la reconocida actriz y dramaturga penquista, ser mujer significaba estar en constante desventaja. “Tuve una experiencia infantil muy complicada. Entonces, ahí pasó que no quise ser mujer porque lo encontré un poco complicado. Caché que ser mujer era lo peor que me podría haber pasado. No es así, pero como mi experiencia fue tan dura, no quería ser mujer por eso. Yo odio estar en desventaja y me sentía así todo el rato”, relató la también escritora.
Según Selman, para combatir esta desigualdad y lograr un cambio significativo, es fundamental incidir en las políticas, en el parlamento, pero también junto a los hombres, quienes también han sido afectados por el mismo sistema patriarcal. “Hay que seguir luchando, seguir trabajando en el parlamento, en la calle. Son varios frentes y se atacan de manera distinta, hay que ser súper estratégicas. Es fundamental aprender que el patriarcado no solo daña a la mujer, sino que también al hombre y creo que la igualdad la vamos a lograr con ellos”.
Bajo esta idea, la dramaturga planteó que el feminismo es una vía de escape para acabar con los estereotipos y roles de género, que por generaciones han repercutido en la sociedad. “El hombre tiene que ser el proveedor, estar siempre listo, no pueden llorar, no puede mostrar sus emociones. Es terrible. El feminismo es la solución para todo, para que cada uno haga lo que puede y lo que quiere ser. Para mí eso es el feminismo, la inteligencia máxima aplicada a la sociedad”.
Nuevas miradas, la misma lucha
Lilith Fernández es comunicadora audiovisual, fotógrafa musical y manager de diversas bandas penquistas. A sus 34 años y con 10 años de trayectoria capturando conciertos, logró abrirse camino en una profesión desconocida y poco valorada para la época. Sin embargo, al momento de asistir a grandes festivales como el Lollapalooza, el acceso al escenario se convertía en una trinchera y la cámara en un arma. Al principio, la estatura o el equipamiento que utilizabas eran aspectos determinantes a la hora de hacerte valer como fotógrafo. “Antes, cosas tan simples como ser más baja o ser más flaca, era recibir un empujón asegurado. Pasan por arriba tuyo, te empujan o se ríen porque tu cámara no es tan ‘bacán’ como la de ellos”, expresó la fotógrafa.
A esto agregó que “es súper injusto porque son fotógrafos que van pagados por medios y los equipos de ellos son de empresas grandes, mientras que una va autogestionada con sus equipos que a duras penas te puedes comprar. Estás en desventaja tanto en lo físico como en el equipamiento, pero la cámara no hace al fotógrafo, eso lo aprendí trabajando en esto”.
Gracias a la apertura de escuelas enfocadas en lo audiovisual y la comunicación, este tipo de situaciones disminuyeron considerablemente. Permitió que las mujeres ganen mayor presencia y espacios creativos para desarrollarse como artistas. “Hay muchas mujeres en carreras como periodismo, diseño o relaciones públicas, ya no diría que es un espacio netamente de hombres. Hoy, realmente no siento que esté sufriendo alguna diferencia por ser mujer y lo agradezco mucho porque costó llegar hasta acá, es algo que cambió en los pasados cinco años. Se ha dado lento, pero hemos podido ganar nuestro espacio”, enfatizó Fernández.
Para Amparo Cartes, el camino en la música ha sido distinto. Influenciada por el arte y la música desde pequeña, a los 5 años comenzó a practicar con la batería. Ahora, a sus 20 años, es miembro de la banda penquista, Onírica. Gracias al apoyo incondicional de sus padres y al esfuerzo de las mujeres que abrieron paso en la cultura, nunca experimentó situaciones de discriminación por su género. “Gracias a todas las ‘cabras’ que han luchado por poder compartir su arte y ser valoradas, de alguna manera nos han abierto el camino. Puedo decir que, particularmente, no he tenido ninguna complicación por ser mujer en la industria musical, lo que agradezco mucho. Sin embargo, no significa que no exista”, dijo.
Desde su perspectiva, reconoce que aún hay estructuras que dificultan el desarrollo equitativo de las mujeres en la música. La falta de perspectiva de género y la eterna sexualización a las artistas, son cambios necesarios para progresar. “Debe parar la sexualización a la mujer y eliminar esas mafias de productores musicales que se aprovechan de la mujer sedienta de cumplir sus sueños. Sería ideal que existan más mujeres en cargos altos dentro de la industria musical y que en la educación temprana, se fortalezca el respeto hacia la mujer”, concluyó Cartes.
Foto: Cedida