Carta al director

Aprecio por la vida

Por: Diario Concepción 16 de Noviembre 2018

Señor Director:

La tolerancia es la mejor virtud, todo lo disculpa y todo lo repara, puesto que soy imperfecto y necesito de la compañía del similar. Con lo placentero que sería cultivar ese espíritu cercano, solidario entre sí, siempre dispuesto a acompañarnos. Sin embargo, la sensación es otra. A veces cuesta admitir que el extremismo y el radicalismo se impongan violentamente por doquier, en un mundo cada vez más avanzado, que dice reconocer (más de boquilla que de hechos) los derechos humanos y las libertades, pero que falla en cuestiones tan básicas, como hacer realidad lo que es un deber moral, el aprecio y la consideración por el ser humano. Hay un menosprecio hacia lo diverso, verdaderamente preocupante, fruto de nuestra intolerancia y de nuestro espíritu discriminatorio, lo que nos exige una toma de conciencia social más respetuosa y tolerante.

Desde luego, la mejor manera de combatir esta absurda locura, pasa por repensar la incongruencia de esos rechazos y ver el modo de convivir todos con todos, desde la autenticidad de lo que somos y a través de la naturalidad del hallarse bien que da sentirnos comprendidos. Indudablemente es necesario educar sobre el tema y enseñar a convivir. La solución está en nuestras manos, en la de cada ciudadano, en su forma de ser y de actuar, siempre sumando entendimientos para vivir unidos con dignidad y quietud.

Es importante compartir horizontes, hacerse piña, calmar ánimos, aminorar tensiones y conflictos locales, ensanchar vínculos, cohesionarnos como humanidad. Ya está bien de destruirnos a nosotros mismos. Hace falta salir de nuestros interiores, de nuestras clausuras mentales, y abrirnos a lo armónico, para poder contagiarnos de ilusión, de la alegría de cohabitar, del gozo de sentirnos útiles en sociedad, sin distinción alguna.

El camino no es fácil, se requiere que seamos familia, poseer activa la confianza en cada cual, esperanzarse con respuestas y decisiones audaces, sin obviar esa actitud de escucha que es lo que nos enriquece como linaje. En consecuencia, nada de lo que le ocurra a un individuo, por lejano que esté de nosotros, debe resultarnos ajeno. No olvidemos que todos vamos en el mismo barco, en caminos diferentes, pero que hemos de reencontrarnos en la continuidad del tiempo, con el verso de la inmortalidad, aunque todos somos mortales en caparazón.

Víctor Corcoba Herrero

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