Señor Director:
Este día recordamos a quienes nos dieron la vida, a esas mujeres que han entregado más de lo que ellas mismas han tenido, a esas mujeres que velan noche y día por el cuidado de sus hijos, procurando siempre su bien de una manera desmedida y desinteresada. Pero no celebramos únicamente a quienes han tenido el privilegio de concebir a un hijo desde su vientre.
Celebramos también a aquellas que en un acto de amor inconmensurable han decidido acoger a otro como hijo propio, como parte de sí, moviéndose únicamente por la convicción y necesidad de dar amor. Celebramos a aquellas que han perdido a sus hijos, que son las más valientes, pues la naturaleza nos va preparando para aceptar la muerte de nuestras madres, pero no la de nuestros hijos. Celebramos a aquellas que han sentido crecer en su vientre un ser que quizás nunca dio a luz, pero que ama por el solo hecho de existir, pues la grandeza de dar amor no se mide por el tiempo en que lo experimentamos, sino la intensidad con la que se vive.
Celebramos a aquellas que por ocasión o decisión no han concebido un hijo, pero que de todos modos viven la maternidad día a día; en sus trabajos, con sus familias, con sus amigos, en su entorno diario: cuidando, apoyando, colaborando, entregándose a los demás, sin esperar nada a cambio, ofreciendo lo mejor de sí, solo para que otro sea feliz. Aquel acto de amor solo es comparable a lo que una mujer experimenta cuando se transforma en madre.
Celebramos a esas mujeres con vocación de madre, que quizás no se concretó en un hijo de sangre, pero que han sido el sostén para niños abandonados, desposeídos y carentes de amor.
Para todas ellas, es el saludo del Día de la Madre, pues no se trata únicamente de un proceso de 40 semanas de gestación; se trata más bien de experimentar en el corazón el acto de amar tan profundamente, que se es capaz de dar la vida por otro, si fuera necesario.
Cristina Calderón
Docente del Programa de Ética
Duoc UC sede Concepción