Señor Director:
En la permanente búsqueda de la belleza, parece que hoy todo vale. Quizás porque la asociación que tenemos de ésta y el éxito es, aparentemente, cercana, quitándole peligrosamente espacio y valor a lo verdadero.
Y al parecer la práctica no es sólo de ahora. En otros tiempos, los antiguos artistas plásticos procuraban enaltecer a los monarcas que solicitaban sus retratos, ya sea exagerando los rasgos positivos o haciéndoles ver como ellos se sintieran más favorecidos. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Al parecer, la vanidad permanece inalterable y la belleza se asocia a cierto estatus del que todos quisieran ser parte.
Basta dar un recorrido por las redes sociales para darse cuenta de lo que muchas personas son capaces de hacer para que sus “selfies” sean lo más persuasivas posibles, para así ganar la aceptación popular y superar, aparentemente, ciertas inseguridades que les dificultan la vida. Para eso los desarrolladores de tecnología, siempre atentos, han puesto al alcance de todos, herramientas de fácil uso que permiten llevar esta búsqueda hasta la exageración (las armas las carga el diablo). Al tomar una fotografía, es común escuchar la expresión “trata de que me vea más delgada”, obligando posteriormente a la retratada a dar explicaciones de por qué lo que se ve en la foto, no es lo que de verdad es.
En otro escenario, cuando se trata de usar una imagen con fines comerciales, lo que con frecuencia vemos, es un mundo de ensueño del que quisiéramos ser parte. Una imagen cuidada artificialmente puede generar grandes expectativas, y la realidad, grandes decepciones. Entonces, ¿en qué mundo vivimos?, ¿a qué le damos verdadero valor?
El retoque digital de imágenes parece ser una solución conveniente cuando se trata de reducir costos en la producción publicitaria, sin alterar la calidad. Además, permite reforzar el discurso de manera creativa y para este tipo de industria, eso es válido.
Rodrigo Bastías
Coordinador de Carrera Diseño Gráfico Profesional
Universidad INACAP Concepción-Talcahuano