Tengo dos hijos: una niña maravillosa de 9 años, y un remolino de 5. Mis hijos se levantan todos los días al colegio, se ponen su ropa o los vestimos con su papá, toman desayuno, juegan, corren, hacen travesuras.
Mis hijos tienen una gata y dos perros, y dos pares de abuelos que los malcrían; tienen primos y primas, vecinos con los que juegan al fútbol y a la escondida.
Mis hijos tienen papás que los regañan cuando se portan mal o cuando no comen su ensalada, y que los instan a ser la mejor versión de sí mismos.
Mis hijos son como los de ustedes que están leyendo esto, salvo por un detalle: mis hijos no nacieron de mí, ni fueron concebidos en mi cama. Mis hijos, mis niñitos maravillosos son niños del SENAME: niños que hoy podrían estar abusados, golpeados, drogados o muertos. Mis hijos nacieron de dos adolescentes que confiaron en la institución, y que hoy deben estarse preguntando qué fue de los niños que trajeron al mundo y no pudieron o no quisieron criar.
Yo no he hecho un acto de caridad ni de solidaridad: simplemente tuve la suerte de adoptar a mis hijos cuando las personas que no podían criarlos confiaban en el Servicio Nacional de Menores. Hoy cientos de madres adolescentes deben estar pensando en abortar a los hijos que vienen en camino y para los que ellas no tienen las herramientas emocionales, económicas o familiares para traer al mundo.
Por mis hijos, por los de muchos amigos, por los que siguen en los hogares y por los no deseados, por los cientos de parejas infértiles que quieren formar una familia, por la familia chilena, la situación en los hogares de menores debe corregirse.
Nuestro país no puede seguir esperando a que haya más pequeños muertos, abusados o suicidas que piensan que el mundo es un lugar hostil y que han venido sólo a sufrir, cuando en realidad ellos pueden ser el broche de oro que una familia espera para completarse como tal.
¿Será tan difícil tener hogares de menores que no sean la caricatura de la vida de Oliver Twist?
Casas que sean limpias, dignas, con los servicios básicos de agua caliente, higiene y orden que un niño necesita. ¿Es que no sería mejor destinar recursos a contratar personal adecuado profesional y acreditado psicológicamente para formar niños sanos que encuentren una familia? no me parece un plan tan ambicioso, pero lo que ha sucedido hasta ahora, me atrevería a decirlo, es indolencia, falta de empatía… y maldad.
Isabel Neira