Señor Director:

En las últimas semanas, la prensa ha informado sobre el brote separatista catalán, que se considera una región ‘oprimida’ por el gobierno español y argumenta tener símbolos ‘patrios’ como una bandera y un himno. Pero la Generalitat ha omitido algo: Cataluña nunca ha sido una nación.

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, confunde el Condado de Barcelona con Cataluña. Originado en los tiempos de Carlomagno, como Marca Hispánica y ‘tapón’ contra el expansionismo árabe, se fue integrando con el paso de los siglos en la esfera de los reinos hispánicos, hasta pasar a formar parte de Aragón en el siglo XII, cuando Alfonso, hijo del Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV y la princesa aragonesa Petronila, reuniese en sus manos ambos territorios. Esa unión con un macroconjunto mayor (llamado España ya en el siglo VI), es evidente en la obra de cronistas como Ramón Muntaner o trovadores como Peire Vidal. La propuesta de Puigdemont es solo una cortina de humo para justificar la mediocre gestión de sus antecesores, Artur Más y Jordí Pujol, involucrados en sonados escándalos de corrupción.

Se dijo alguna vez que “una mentira mil veces repetida puede convertirse en una verdad”. Y eso es peligroso para Cataluña, pues compromete su porvenir al entrar en un mundo de fantasía creado por sus propias autoridades.

Diego Canales
Doctor en Historia y académico U. Central