Señor Director:
He abordado de manera recurrente la importancia del tema político. Y la porfiada realidad cada cierto tiempo ratifica que no se debe cejar en el intento. Uno de los elementos que nunca debiera faltar en un personaje público de cualquier nivel y con mayor razón si accede a cargos mayores de representación popular es la preparación adecuada a esa investidura.
El desempeño de un senador y pre-candidato presidencial en un programa televisivo dejó en evidencia la realidad de que algunos servidores públicos no toman con la seriedad requerida su responsabilidad política. Es verdad que los periodistas del espacio aludido son agudos, incisivos y preparados a la hora de preguntar, al igual que los otros panelistas. Pero, en rigor, sólo uno de éstos alcanza un vuelo mayor, sin embargo, ni siquiera va dirigido al entrevistado sino más bien es una reflexión de exigencia de su propio oficio.
Las preguntas están enfocadas más bien a las contingencias que le atañen directamente al entrevistado, por tanto, éste puede tener un despliegue que debiera siempre ir de lo bueno a lo brillante. El bochorno que sufrió el honorable por su precaria preparación en diversos temas, en especial por su desafortunada respuesta referida al acuerdo de París sobre cambio climático, provoca un daño inconmensurable no sólo a su sector sino que a la actividad política.
Es cierto que no tiene los contornos groseros de otros hechos protagonizados por algunos senadores, como la “deleznable” actitud de uno de ellos cuando le cursaron un parte por ir a exceso de velocidad o de otro por su patética incursión en el “copiar y pegar” para presentar un proyecto de ley.
Pero, lo que realmente indigna es la contumacia de espíritu de los involucrados para aminorar su falta. La débil claridad intelectual del senador entrevistado lo lleva a creer que la preparación inherente a su cargo no es una obligación. Lo es, y no sólo una finura ética de unos pocos, sino deber moral de todo parlamentario. Esta actitud banal ha alejado a muchas personas talentosas y principalmente honestas de la vida política y más grave aún merma o mata el incentivo de los jóvenes por participar activamente en la política. Reitero, si un país quiere alcanzar su desarrollo de calidad humana, la clase política debe estar conformada por ciudadanos honestos. La desidia es enemiga del desarrollo, pero lo es aún más la corrupción.
Salvador Lanas Hidalgo
Director académico Escuela de Liderazgo Universidad San Sebastián