Deportes

El niño egoísta que no quiere pasar su juguete

Lota Schwager vive su momento más difícil de los últimos años y solo una rápida venta podría salvar al club. La oferta ya está sobre la mesa y parece imposible de rechazar, pero el jefe dijo que no. Hoy tiene la palabra de nuevo.

Por: Diario Concepción 09 de Enero 2017
Fotografía: imagenPrincipal-7280.jpg

Lota Schwager vive su momento más difícil de los últimos años y solo una rápida venta podría salvar al club. La oferta ya está sobre la mesa y parece imposible de rechazar, pero el jefe dijo que no. Hoy tiene la palabra de nuevo.
 

Paulo Inostroza
 

Lo recuerdo perfectamente. Era el que tenía más plata en el barrio o el que en algún momento la tuvo. Porque también recuerdo que su papá terminó vendiendo el auto por el que tanto se quebraban y compraron uno rojo que apenas se paraba. Tenía los transformers más caros, el Omega Supreme y el que se transformaba en una base, y los prestaba cuando quería. Y eso era casi nunca. Generalmente, nos pasaba un par de insectos de juguete y esos autos rascas que venían como de a veinte en una caja. El Omega Supreme nunca. Ese era su chiche.

Siempre íbamos a su casa, porque era el que tenía el patio más grande y la media terraza. El único que podía meter adentro a todos los del barrio y su mamá compraba queques y cosas ricas. Le decíamos amigo, pero lo encontrábamos más pesado que la cresta. Da lo mismo. Éramos pobres y esa era nuestra sede. Medio a la fuerza, pero al menos estábamos juntos. Parecía que no faltaba nada, pero nos faltaba todo eso que no se compra y en algún momento nuestra relación se iba a quebrar. 

Los últimos días nos juntábamos por inercia, había que llevar donaciones porque la tía ya no tenía para la pastelería y este loco seguía sin pasarme el transformer. No había caso. Éramos muchos, pero nunca nos fuimos. Éramos cómodos, pendejos miedosos. Esperamos que llegara otro vecino con lucas y ahí cambiarnos de sede, pero no llegaba nunca. Siempre rumoreaban que tal vez al frente del Richi o cerca de la casa del Lalo, pero no llegaba nadie. Un día, no les quedó otra que deshacerse del auto rojo y una ropa de marca que metieron en bolsas de basura. No nos juntamos más, cada uno se quedó viendo tele en la casa y un día nos pillamos en la plaza, al lado del resbalín. Le dije si me prestaba el Omega Supreme y me dijo que no. Estaba solo, no tenía amigos y aun así me volvió a decir que no. Se quedó ahí sentado, sin nadie cerca. Yo me fui a la casa, puse un videojuego y jugué sin otro player al lado. Al final, perdimos todos.

Ese cabro pesado del barrio es Jaime Valdés. Ese que puede perderlo todo y a todos, pero no quiere soltar su chiche. Hablando desde lo económico, lo mejor que puede hacer es vender a un club que ahora incluso está descendido y adeudado hasta el cogote. Ya no va a recuperar esa plata que dice que perdió por años y nadie sabe si es tan así. Pero no le interesan los demás cabros del barrio y prefiere quedarse solo en la plaza porque sabe que nunca fueron amigos. Y no le interesa que ellos pierdan su única excusa para reunirse cada semana. Dicen que puede llegar un vecino con lucas. Uno gringo. Veremos si el egoísta suelta de una vez su juguete.

 

Etiquetas