Política

El 11 de septiembre de 1973 de dueña de quiosco del centro penquista : “La gente sabía que algo raro pasaba”

Rosa Arias tenía 17 años de edad para el día del Golpe de Estado. Según recuerda, la situación era extraña, no había claridad total de lo que ocurría.

Por: Sebastián Rojas 06 de Septiembre 2023
Fotografía: Raphael Sierra P.

Rosa Arias (68) es una reconocida comerciante del centro penquista que trabaja hace casi 50 años en un quiosco que está en la esquina de Anibal Pinto con Avenida O’Higgins. Frente al “correo”; aunque, no era justamente ahí donde estaba para el día del Golpe.

Hija de Luis Arias y Albertina Arriagada, desde joven ayudó a su madre -porque Luis ya había fallecido para 1973– a trabajar en el quiosco que tenían en Angol, con la también Avenida O’Higgins.

Fue en esa esquina, donde en aquellos años estaba la oficina del Servicio de Impuestos Internos (SII) donde Rosa Arriagada, con 17 años de edad, vivió gran parte de la jornada del 11 de septiembre de 1973.

11 de septiembre de 1973

Era muy temprano, cerca de las seis de la mañana cuando Rosa Arriagada salió a la calle a buscar algún vehículo para transportarse y llegar al centro de Concepción.

“Teníamos que tomar locomoción para estar acá antes de las 07:30 horas, aunque donde vivíamos, en Talcahuano, era muy escasa. Además, la locomoción se adhería al paro de los camioneros. Por lo tanto, desde Las Salinas, para llegar a Concepción, había que hacer dedo. Ese día nos subimos a un camión”, recordó.

Ya en el centro urbano, la rutina consistía en recorrer todas las oficinas de los periódicos para luego posicionarse a vender los ejemplares fuera de las oficinas de la Tesorería General de la República, a las que accedía atravesando Correos de Chile porque, en ese entonces, el correo tenía entrada por Colo-Colo y Av. O’Higgins, de tal forma que se generaba una galería en “L” altamente frecuentada.

“Ese día había un ambiente raro, no contábamos con mayor información, no existían los teléfonos ni los medios electrónicos rápidos como hoy. Estaba el rumor, pero no se sabía qué”.

Venía caminando desde Colo-Colo con Freire, para llegar a la ubicación de la Tesorería General de la República (dentro de la entonces galería del correo). Entonces, se percató de que el escenario comenzó a cambiar.

“Ahí ya se iba viendo un ambiente más enrarecido. Para llegar a la Tesorería, pasando por Colo-Colo, siempre hacía una pasada por el correo. Ese día, en vez de entrar pasé por fuera y se veía a la gente que estaba en las escalinatas del correo. Ahí había algo extraño, después me di cuenta de que tenían a todos los funcionarios retenidos dentro del correo”.

Según comentó Rosa, a través de los ventanales del correo que dan a Colo-Colo se podía visualizar a las personas extrañadas, observando la calle, descifrando la jornada. No había normalidad ni una galería transitada.

“Ellos no podían salir, no podían moverse, no sabían qué pasaba. Lo mismo que nos pasaba a nosotros una vez en el punto de venta. Había mucha incertidumbre, la gente sabía que algo raro pasaba, pero no tenían idea de que era un golpe de Estado”.

La noticia: “Golpe de Estado”

Rosa Arias explicó que cada día se instalaba dos horas en la mañana en el punto de la Tesorería y luego se dirigía a atender el quiosco de Angol con O’Higgins. Ese 11 de septiembre, luego de la primera imagen del correo, la ciudad siguió su rutinario transcurso.

Los transeúntes se dirigían hacia sus distintas actividades, “todo el mundo siguió normal, pero con la extrañeza de no entender qué era un golpe de Estado”, dijo Rosa. Sin embargo, todo quedó más claro con la edición p.m. del entonces diario Crónica, el que salió incluso antes de su horario cotidiano.

“Toda la gente vino corriendo a comprarlo (al quiosco de Angol) para saber qué es lo que había pasado. Decía Golpe de Estado. No salía todavía la muerte del Presidente Allende, aunque nadie lo quería creer, la gente no lo quería creer”.

El despliegue de militares

Fue durante el día que las guarniciones militares comenzaron a desplegarse por la ciudad, aunque, según recuerda Rosa, el personal estaba con la actitud de tampoco entender qué sucedía ni cuál era su labor. “Durante el día fueron saliendo y ganándose en todos los puntos de las oficinas públicas. Venían los camiones y los iban dejando por aquí y por allá”.

“Como nosotros estábamos en la esquina donde estaba Impuestos Internos, ahí llegaron un par de militares. Ni ellos mismos sabían qué tenían qué hacer, cualquier cosa que les dijeran para ellos era alerta, por lo tanto, tenían que apuntar. Era horrible. Pensábamos que esa realidad no era realidad”.

Le pidieron que cerrara el quiosco, pero Rosa argumentó que la gente estaba yendo en masa a comprar los diarios, que cómo iba a cerrar, cómo se iban a informar. “Ya, pero termina y se va altiro”, le dijo el militar.

“A las cuatro de la tarde ya estaban espantando a la gente de las calles para que se fueran. Aún así, se veía normal, la gente no sabía a qué atenerse. Si les contestabas, inmediatamente te arrinconaban, te ponían en la pared y te tenían ahí hasta que llegara una patrulla o algo. Eso sucedía a cada rato, en todos los lugares, en cada esquina”.

Al terminar la jornada

El final de la jornada del 11 de septiembre, dijo Rosa, no fue tan convulsionado como los días siguientes. “Después vino el temor de todos los días” y las dudas de si “voy a llegar, no voy a llegar, me pueden agarrar”.

“Ese día la gente se fue a dormir con mucha extrañeza y dolor, con la duda de saber si no llegaban tus familiares, tus parientes. Si en algún minuto, en cualquier parte, paraban a un montón de personas, uno no sabía hacia donde iban a ir”.

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