Política

Desde el ‘Me Too’ al Nobel de la Paz, un año de visibilización de la lucha contra la violencia sexual

Se han dado pasos relevantes para generar conciencia acerca de la gravedad de los delitos de agresión y acoso sexual en el mundo, pero aún estamos lejos de un acuerdo sobre qué implica el respeto en el trato a las mujeres y sobre la igualdad de derechos entre géneros.

Por: Diario Concepción 07 de Octubre 2018
Fotografía: Referencial

Constanza Fernández Danceanu
Abogada y Analista Internacional

Hace ya un año la activista Tarana Burke dio comienzo al movimiento ‘Me Too’ (Yo También), el viral hashtag por el cual se buscaba crear un espacio para que las víctimas de agresión y acoso sexual pudieran contar sus historias y denunciar a sus victimarios. En las primeras 24 horas del llamado realizado por la actriz Alyssa Milano en octubre de 2017, #metoo fue utilizado por más de medio millón de personas en Twitter y en 12 millones de posts en Facebook. El impacto alcanzado por el movimiento lo llevó a ser nombrado como “la persona del año” por la célebre revista Times, la que quiso homenajear a las rompedoras del silencio, todas aquellas mujeres que han compartido sus experiencias respecto a los abusos que sufrieron, un amplio espectro que “abarca todas las razas, todas las clases de ingresos, todas las ocupaciones y prácticamente todos los rincones del mundo” señaló la publicación.

La conmemoración del primer año del movimiento coincide con el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz, que en su versión 2018 fue entregado a Nadia Murad y Denis Mukwege. Murad es una activista iraquí de 25 años, que fue secuestrada, torturada y vendida como esclava sexual por el grupo terrorista autodenominado Estado Islámico. Ella, a partir de sus propias experiencias, ha encabezado una lucha en nombre de las demás víctimas buscando acabar con la invisibilización de los crímenes del Estado Islámico, especialmente contra los yazidistas, una minoría religiosa kurda. Mukwege, por su parte, es un ginecólogo congoleño de 63 años que fundó un hospital para curar a mujeres violadas y víctimas de mutilaciones. Él ha condenado la impunidad por violaciones masivas y ha criticado al gobierno de la República Democrática del Congo y a otros países por no hacer lo suficiente para detener el uso de la violencia sexual contra las mujeres como estrategia y arma de guerra. El Comité Noruego ha concedido el galardón por la labor de ambos en la lucha “para poner fin al uso de la violencia sexual como arma de guerra”.

De esta manera pareciera que la lucha por la igualdad estaría dando frutos, lo que suena lógico considerando que estamos en pleno siglo XXI y que no hay razonamiento alguno -ni científico, ni moral, ni religioso- que pueda justificar un trato diferente por razones de género. Pero la polarización que se está viviendo en Estados Unidos por la nominación de Brett Kavanaugh como posible juez de la Corte Suprema nos muestra que aún estamos lejos de esa anhelada igualdad.

La controversial nominación de Kanavaugh

En Estados Unidos la Corte Suprema está compuesta por nueve jueces que son nominados por el Presidente de la República y confirmados por el Senado. Su nombramiento es de por vida. Recientemente el Juez Anthony Kennedy se jubiló, lo que dio paso a la nominación de Kavanaugh por parte del presidente Trump. Cuando esta designación se dio a conocer, tres mujeres –Christine Blasey Ford, Deborah Ramírez y Julie Swetnick– denunciaron abusos sexuales por parte de Kavanaugh. El Comité Judicial del Senado sostuvo audiencias públicas para analizar la competencia Kavanaugh como juez supremo, y para discutir las acusaciones.

El caso ha generado tanta controversia que ha dividido al país. Sin perjuicio de que se ha convertido en una causa partisana (demócratas versus republicanos), el problema real es la división entre los que le creen a las presuntas víctimas y los que creen en las declaraciones de Kavanaugh en las que insiste ser inocente.

Las acusaciones dicen relación con abusos sexuales perpetrados hace décadas, durante la época de colegio y Universidad del juez, por lo que es muy difícil determinar con seguridad si ocurrieron o no. Sin embargo, el trato que las presuntas víctimas han recibido es lo que impacta. El propio presidente Trump ha ridiculizado sus acusaciones ya que hay detalles específicos que ellas no recuerdan, presumiendo con ello que sus acusaciones son falsas. Incluso ha llegado al extremo de señalar que “es una época muy aterradora para los hombres jóvenes en Estados Unidos, cuando puedes ser culpable de algo de lo que tal vez no seas culpable […] Toda mi vida he escuchado que eres inocente hasta que se pruebe lo contrario, pero ahora eres culpable hasta que te prueben inocente”. Lo más preocupante es cómo el tema ha dividido a Estados Unidos, donde aproximadamente la mitad del país respalda a Kavanaugh (y por tanto la visión de Trump). Pareciera que esos millones de personas no entienden, ni de la forma más básica, lo difícil que es ser mujer.

¿Dónde está la igualdad?

Ser mujer en una sociedad que ni siquiera logra entender lo machista que es, es un reto diario. Una sociedad en la que el piropo es algo que deberíamos agradecer, en la que la mamá tiene la culpa cundo un niño hace algo indebido, en la que una mujer en el poder es juzgada por su talla y no por su capacidad. Una sociedad que ha normalizado el “mansplaining”, fenómeno por el cual un hombre explica algo a una mujer sin tener en cuenta el hecho que ella sabe más sobre el tema él. Una sociedad en la que no podemos caminar por la calle tranquilas, o vestirnos como se nos dé la gana, porque “estamos buscando que nos pase algo”. Una sociedad donde aún muchos cuestionan qué es lo que la mujer hizo para entender por qué el marido le pego.

Así, incluso después de todo lo que hemos avanzado este último año, ahora tenemos que pensar dos veces si denunciamos a nuestros agresores, ya que el cuestionamiento caerá en nosotras. Seremos nosotras quienes “estamos arruinando” la vida de un hombre inocente con “acusaciones no corroboradas”, como lo ha señalado Trump en relación con Blasey Ford, Ramírez y Swetnick. Porque el dolor de revivir uno de los momentos más complejos de tu vida y quedar de paso con el estigma de víctima al declarar sobre el abuso es difícil solo para quien está siendo denunciado, de acuerdo con el estándar del presidente estadounidense. Porque cuando las acusaciones son recibidas con escepticismo, preguntándose si la víctima busca fama o atención, estamos tácitamente haciendo un llamado a no denunciar, a mantener el estatus quo en una sociedad que perdona “los deslices” de los hombres, ya que es su género lo que lo determinó a actuar de esa manera.

Más que ahogarnos en la pelea de referirnos a ‘todos y todas’, necesitamos un cambio de mentalidad real, que nos conduzca a una sociedad en la que cuando nos enfrentemos a ‘es la palabra de ella contra la de él’, no sea esta última asumida como verdad absoluta. En la que podamos vestirnos como queramos. En la que el género no predetermine nuestras capacidades.

Hoy los medios tienen un rol importantísimo al visibilizar voces femeninas. Pero somos cada uno de nosotros los que tenemos la tarea más importante. Alzar nuestras voces para no permitir que misóginos lleguen a puestos de poder, para defender a quien no tiene la fuerza para hacerlo por sí mismo, para que lo que decenas de tratados de Derechos Humanos establecen no quede solo en el papel.

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