Política

A 26 años del “affaire Honecker” que enfrentó a la diplomacia chilena y alemana

Por: Diario Concepción 16 de Diciembre 2017
Fotografía: Cedida.

En los albores de la pos Guerra Fría, el 11 de diciembre de 1991, el ex mandatario de la RDA y su mujer Margot llegaron a la sede diplomática chilena en Moscú, desatando tensiones entre Rusia, Alemania y Chile.

Por: Dr. Cristian Medina Valverde
Facultad de Derecho y Cs. Sociales
Instituto de Historia, Universidad San Sebastián
FONDECYT Regular N° 1170184

Hace pocos días se cumplieron 26 años del ingreso de Erich Honecker y su esposa Margot a la legación diplomática chilena en Moscú. La situación coincidió temporalmente con el fin de la Guerra Fría, la rearticulación del escenario internacional, el relevo de la bipolaridad ideológica Este-Oeste y el ingreso de otros actores al tablero mundial. Esta vorágine de cambio de época coincidió, además, con la recuperación democrática en Chile y su regreso a la escena mundial. Fue precisamente en los albores de esa temprana pos Guerra Fría cuando se desató un hecho que hasta ahora no había llamado la atención de los especialistas, el denominado, “affaire” Honecker, que llevó a una tensa situación a los gobiernos de Chile, Rusia y Alemania, y que provocó en nuestra política interna todo tipo de roces.

En base a fuentes primarias inéditas tanto chilenas como extranjeras, a una exhaustiva revisión de la prensa en los tres países comprometidos y entrevistas a algunos de los actores involucrados, un equipo de historiadores gracias al apoyo de un proyecto Fondecyt, estudia y analiza las complejidades intermésticas de un caso que alcanzó amplia repercusión internacional y que llegó a convertirse en un reflejo de los espectaculares cambios producidos por el reordenamiento político mundial. Constituye, además, uno de los primeros casos de justicia transicional y del impacto transnacional de la agenda de derechos humanos.

El huésped (in) esperado

Ese 11 de diciembre de 1991, día en que Erich Honecker y su mujer Margot llegaron a la sede diplomática chilena en Moscú, el entonces embajador de nuestro país, Clodomiro Almeyda, no estaba en la URSS sino en Santiago. Una de las interpretaciones al respecto es que aunque nadie creyera que él no supiera exactamente lo que ocurría en la legación diplomática de la que era responsable, lo cierto es que estaba en Chile y por eso no lo sabía.  El regresó a Moscú el 20 de enero de 1992, cuando el affaire ya había estallado.

Honecker ingresó a la embajada en un automóvil Shayka de manufactura soviética y de color negro, nada muy galano pero habitualmente utilizado por el protocolo soviético (ruso) por su amplitud interior. Aparentemente, quién invitó a cenar al matrimonio Honecker y luego informó que ellos se quedarían en la embajada fue la esposa de Almeyda, Irma Cáceres.

Recién al día siguiente, desde la Cancillería chilena se ordenó en un cable que: “Honecker podrá permanecer en calidad de huésped en esa misión” y que se “deberá gestionar su traslado a alguna otra república de la antigua unión”. Sin embargo, cualquier gestión para dar solución al tema se frustró con la decisión de las autoridades rusas –lideradas por Boris Yeltsin- de negarle la visa de salida al matrimonio.

El equipo diplomático al que se le encomendó a tarea de buscar una solución al affaire lo integraron James Holger, Jorge O´Ryan y Roberto Cifuentes, quien se desempeñaba como asesor especial del presidente Aylwin en materias internacionales. Su presencia muestra hasta qué punto Aylwin estaba involucrado personalmente con el asunto.

La fórmula que Chile ofreció a las tres partes involucradas –Erich Honecker / Rusia / Alemania, fue formar una comisión de personas destacadas que representaran a los interesados y lograrán un acuerdo para que Honecker saliera voluntariamente, teniendo la confianza que se iban a respetar sus derechos. Sin embargo, el ex líder de la RDA jamás aceptó esos términos.

A pesar de que Honecker siempre mencionó como posible la opción del asilo, sabía que esta no era viable. Sus abogados en una reunión en Moscú plantearon un procedimiento de extradición que involucraba a Chile y Alemania, y que esto podría iniciarse sin que Honecker se trasladara a Chile. El gobierno de Santiago desestimó la iniciativa dado que significaba desconocer el Estado de Derecho imperante en Alemania. Honecker siempre creyó que un juicio político en Alemania lo exponía a sufrir una humillación pública como ex Jefe de Estado.

Al interior de la embajada la situación se fue haciendo compleja tanto para el huésped como para el anfitrión forzado, que era Chile. El encierro, a pesar de las comodidades dispensadas, resultó humillante para alguien que había sido jefe de Estado.

Las instrucciones emanadas desde Santiago para la embajada en Moscú fueron claras y precisas: los Honecker debían limitar sus actividades, para evitar entorpecer las negociaciones y la filtración de información. No se les autorizó salir de la legación diplomática por que podrían perder la calidad de huésped, no podían tener audiencias privadas sin la presencia de un funcionario de la embajada, no podían dar entrevistas de prensa, y debían observar la máxima discreción como huéspedes.

Con el pasar de las semanas y de los meses resultó claro que los rusos no harían mucho por ellos, más que mal vivían su propio proceso de transformación interna y tampoco querían disgustar a los alemanes.

Honecker abandona la embajada

Cuando el gobierno de Aylwin vio que la estadía en la embajada de Chile se estaba extendiendo más de la cuenta afectando el clima político interno, los intereses del país y tensionando muchos las relaciones con Alemania y Rusia, fue el momento de gestionar la salida del matrimonio germano oriental. Esta aunque se trató de presentar como “voluntaria”, no fue del todo así.

Un documento diplomático subrayó que la negociación debía garantizar la salida por decisión propia del ex jerarca con protección rusa. Incluso surgió la idea de que podría viajar a Corea del Norte o a Cuba, pero para la cancillería chilena era evidente que esto era algo que sólo Honecker podía negociar a título personal sin involucrar en ello al gobierno de Santiago, que velaba sólo por su seguridad y que se respetaran sus garantías.

El 12 de julio de 1992 el presidente Aylwin, tomó la decisión definitiva para no seguir afectando a Chile y se le comunicó a Honecker que el estatus de “huésped temporal” llegaba a su fin.

Para esa etapa, la relación con los Honecker ya no era tan dura. El deterioro del ex dictador era tanto que ya no podía, como antes, liderar las negociaciones con los diplomáticos chilenos. De hecho, en los últimos meses, lo había reemplazado su esposa.

Ante la imposibilidad de llevar nuevamente al ex líder de la RDA a un hospital, Holger hizo gestiones para que un médico de otra embajada lo visitara. Este, si bien no tenía elementos para hacerle los exámenes, pudo constatar que Honecker estaba grave.

En ese contexto, el 28 de julio nuevamente Holger y O’Ryan se reunieron con el matrimonio de huéspedes. En el encuentro les explicaron todas las gestiones realizadas por el Gobierno para resolver la situación y las diversas connotaciones político-jurídicas del caso.

No fue fácil convencer a la pareja, principalmente porque ellos sabían que tenían apoyos en el gobierno chileno donde muchos de los antiguos exiliados en la RDA eran parte del gobierno de presidente Aylwin. Sin embargo, y con no pocas complicaciones, terminaron cediendo. Pocas horas después, el 29 de julio, Honecker abandonó la embajada, con el puño en alto, flanqueado por James Holger y Jorge O’Ryan, en una imagen que dio la vuelta al mundo.

Tras eso abordaron el auto de la embajada, conducido por un militar ruso, ex combatiente en Afganistán, e iniciaron una loca carrera -en la que incluso hubo autos que se volcaron- para evitar a los cientos de periodistas que cubrían la noticia y llegar al aeropuerto de Moscú.

Una vez ahí, Honecker se despidió, muy agradecido del embajador James Holger, manifestándole su aprecio por las gestiones realizadas. Luego, él mismo lo acompañó a su asiento en el avión que lo llevaría a Berlín.

Su esposa Margot, solicito viajar al exilio en Chile, lo que se aceptó de inmediato ya que no había cargos en su contra, tenía pasaporte alemán vigente y gozaba de plena libertad de movimiento.

A las 20:04 minutos, el avión especial de Aeroflot, un Tupolev 134, que aún llevaba la bandera soviética con la hoz y el martillo se ubicó en la esquina más alejada del aeropuerto de Tegel (Berlín). Dieciséis meses después de su huida, Erich Honecker volvió a Berlín.

Un Mercedez Benz negro condujo a Honecker a la prisión de Moabit. El coche pasó a las 21 horas a la prisión 6 desde la calle Rathenower. Opositores y partidarios se enfrentaron en los muros de la prisión entonando cánticos a favor y en contra.

Un documento diplomático remitido desde la embajada chilena en Moscú a la cancillería en julio de 1992, con un escueto párrafo: “El embajador Holger dice: “Misión Cumplida””, constituyó el epílogo de uno de los casos diplomáticos más complejos que tuvo que enfrentar Chile tras la recuperación de la democracia.

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