Dr. David Oviedo Silva
Académico Departamento de Historia Facultad de Humanidades y Arte UdeC
El asesinato del activista Charlie Kirk en un campus universitario ha impactado a Estados Unidos y el mundo, considerando la juventud de la víctima y legitimidad de su accionar en una sociedad pluralista (al margen del contenido de sus posturas). El homicidio se inserta en una tendencia hacia la intensificación de la violencia en Estados Unidos por razones políticas o socioculturales en los últimos años; evoquemos las consecuencias desatadas por la muerte de George Floyd en 2020 como resultado del abuso policial o el tiroteo a una iglesia en Charlotte en 2015.
En 2010 el científico de la historia Peter Turchin, visualizó niveles álgidos de conflicto en Estados Unidos para nuestro presente, en atención a tres factores clave: deterioro económico, sobreproducción de las élites y el colapso del Estado (déficit fiscal). En el caso de la fragmentación de las élites, los grupos de poder compiten encarnizadamente entre sí para acceder a bienes que no crecen en la misma proporción, por ende, polarizan al resto de la sociedad para el control de recursos estratégicos. Si a esto agregamos un escenario tecnoglobal de posverdad y polarización afectiva (no solo ideológica como en la guerra fría, sino que valórica y emocional), tendríamos la pavimentación de un camino de no retorno en la fractura sociológica del país.
Desde luego, en los estudios históricos no existen modelos predictivos totalmente confiables, más bien se trata de ejercicios prospectivos que debieran cautelar factores como el azar, el caos o la libertad humana.
Con el colapso de los socialismos reales a fines del siglo XX emergió con fuerza el valor de la identidad y la disputa entre cosmovisiones incompatibles, bajo acuciantes dinámicas de pluralismo postsecular y globalización. Es una tensión que se proyecta al debate político (temas como aborto o eutanasia), pero que usualmente se manifiesta como lucha entre identidades o esencias, de difícil proyección a una discusión racional.
Por un lado, aparece un integrismo religioso que niega la realidad de la evolución sociocultural contemporánea (redefinición de roles de género, transformaciones en los tipos de familia, etc.), por otro, se advierten discursos supuestamente progresistas que en ocasiones fomentan la demonización de toda estructura tradicional y la cultura de la cancelación. Si bien la polarización estadounidense manifiesta rasgos específicos, en cierta medida constituye una cristalización de fenómenos globales. ¿Qué tipo de valores podrían suscitar adhesión social, más allá de las trincheras identitarias que destacan con la politización de la tragedia de Charlie Kirk?
Albert Schweitzer (premio Nobel de la Paz en 1952) planteaba la necesidad universal de promocionar la reverencia por la vida, en todas sus formas (humana y del resto de los seres vivos) como un principio para sustentar la viabilidad y el sentido de la civilización. La crisis multisiémica contemporánea incrementa la necesidad de este horizonte ético-social.
Cobra significado la exploración de una genuina espiritualidad, que en el caso del cristianismo desafía las motivaciones más profundas, más allá de la puesta en escena que hemos apreciado en los funerales del joven activista, también en reacciones contrarias que reproducen lo que dicen combatir al enfatizar que merecía su destino. La dramática partida de Charlie Kirk podría originar una reflexión sobre la importancia de las creencias compartidas en una sociedad, de lo contrario será un hito que agudiza la brecha sociocultural que experimenta Estados Unidos y la generalidad de Occidente.