Opinión

El genio del anillo

Por: Diario Concepción 28 de Enero 2021
Fotografía: Roger Leiton

Dr. Roger Leiton Thompson
Centro para la Instrumentación Astronómica (CePIA)
Departamento de Astronomía, Universidad de Concepción

28 de enero de 1986. El transbordador espacial Challenger explota a 73 segundos de despegar. Días después, Richard Feynman se une a la comisión presidencial a cargo de la investigación, integrada por ingenieros, físicos, políticos, militares, incluso el gran Neil Armstrong (primer humano en la Luna) y Sally Reid (primer mujer astronauta norteamericana). Feynman, Premio Nóbel de Física (1965) y uno de los más grandes físicos de todos los tiempos, era conocido por su trato directo, simple y relajado, por el gusto de entender las cosas hasta su esencia y por enseñar lo aprendido de manera maravillosa. Un genio de pies a cabeza.

El transbordador se pensó como un camión para llevar carga regularmente a órbita (unas 60 veces/año) y ser reutilizable. En medio de la Guerra Fría, el Senado había cancelado un programa secreto de la Fuerza Aérea para poner satélites espías y le dio la tarea (y los fondos) al programa del Transbordador. Pero la Nasa sufría retrasos y la promesa no se cumplía. Bajo gran presión, la administración de Nasa llevó el transbordador al límite.

La máquina consistía en una nave alimentada por un tanque de combustible externo más dos cohetes laterales. Con 2.5 millones de partes, fue uno de los artefactos más complejos jamás construido. Pero no era perfecto. Cada cohete lateral consistía en 4 secciones. La juntura entre secciones se sella con un anillo de goma. Cuando el cohete se enciende, las partes se expanden en 1 centésima de segundo y el anillo ajusta inmediatamente un sello para que el combustible no se escape por la juntura. En 1985, ingenieros contratistas advirtieron a la Nasa que los anillos de sellado no funcionaban bien a temperaturas bajo 11 grados Celsius. Ignorándolos, Nasa lanzó el Challenger aquel frío día a 2 grados. Durante la investigación de la Comisión, la Nasa insistió que el frío no era el problema. Era claro para todos que los anillos habían fallado. Los miembros de la comisión investigadora, todos involucrados en el ámbito espacial, sabían que la reputación de la Nasa estaba en juego y que revelar aquella incompetencia sería un duro golpe para la industria espacial.

Excepto Feynman. Condujo una investigación independiente, hablando con ingenieros y burócratas para hacerse su propio juicio. Hizo una demostración ante las cámaras con un trozo de goma del anillo, el que deformó con una pequeña prensa de ferretería. Lo dejó un rato en un vaso con hielo y al sacarlo demostró que el material no recuperaba su forma inmediatamente como se esperaba. El sello no funcionó debido al frío y 7 astronautas murieron. Lo que Feynman puso de manifiesto de manera sencilla fue algo que nadie quería decir: la abierta desconexión que hubo entre la burocracia espacial y los ingenieros. En palabras del mismo Feynman: “Para que una tecnología sea exitosa, la realidad debe prevalecer sobre las relaciones públicas, ya que la naturaleza no puede ser engañada”.

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