Opinión

La jornada del escrutador

Amerigo había aprendido que los cambios en política se producen por caminos largos y complicados, y que no era cosa de esperárselos de un día para otro, por un giro de la fortuna.

Por: Diario Concepción 11 de Noviembre 2020
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

“Amerigo había aprendido que los cambios en política se producen por caminos largos y complicados, y que no era cosa de esperárselos de un día para otro, por un giro de la fortuna. Para él, como para muchos, la experiencia había significado volverse un poco pesimista”, dice Italo Calvino en la novela “La jornada del escrutador”, escrita a partir de su experiencia como candidato de relleno en una lista en las elecciones italianas en 1953. En democracia, siempre hay fuerzas opuestas que deben entender que ninguna puede imponerse a la otra sin ceder en algo. Es parte de las reglas que nos permiten ejercer la política a partir del diálogo. Nada ocurre de manera espontánea o al azar. Peor el escepticismo no significa ser pesimista, ya que no hay que resignarse ante la derrota.

“En política, como en todas las cosas en la vida, y para quien no sea necio, sólo cuentan dos principios: no hacerse demasiadas ilusiones y no dejar de creer que cualquier cosa que hagas puede servir”. Es la paradoja de medir las expectativas cuando se trata de pelear por las legítimas convicciones que cada uno tiene dentro de la institucionalidad, por cuanto debemos asumir que las expectativas del otro son igualmente legítimas, aunque sean opuestas, siendo siempre necesario el compromiso de la acción decidida, por cuanto todo lo que hagamos es trascendental para conducirnos a los cambios en los que creemos.

Es en una democracia que se desenvuelva desnuda de grandes lujos, en la que todos, aunque sea por escasos momentos, son iguales y orgullosos de tener un nombre y sentirse que existen, porque cuentan del mismo modo que otros, con el mismo peso del voto. Con ceremoniales sencillos, con una tramoya consistente en una tosca cámara secreta, con pedazos de papel que doblados y lápices asequibles para cualquiera, contienen una opción por un universo de esperanzas que se introducen en una también muy rudimentaria urna, cuyo significado trasciende cualquier apreciación respecto de su humilde estética. Es el valor de la modestia de las cosas de las que nos hemos olvidado por la mediática suntuosidad del consumismo.

“Entonces se lanzaba con sus pensamientos hacia un posibilismo tan ágil que le permitía ver con los mismos ojos del adversario las cosas que antes le habían indignado, para volver a experimentar con mayor frialdad las razones de su crítica y a intentar expresar un juicio finalmente sereno”, en un ejercicio de empatía necesario cuando los ánimos crispados hacen parecer irreconciliables a quienes tienen posiciones diferentes, de modo que todo diálogo se hace imposible ante el ponzoñoso efecto de la intolerancia.

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