Opinión

De paternalismo y violencia

En una actitud bastante paternalista se intenta justificar, y no sólo comprender, estas conductas disruptivas que lesionan o ponen en riesgo a otros.

Por: Diario Concepción 21 de Octubre 2020
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

Abundan las atrocidades sin sentido y no faltan quienes han intentado darle una explicación a la violencia como respuesta válida contra una violencia estructural, una forma de opresión constante e indirecta que se viene aplicando de manera sistemática a una parte significativa de la población y en especial hacia los más marginalizados. En una actitud bastante paternalista se intenta justificar, y no sólo comprender, estas conductas disruptivas que lesionan o ponen en riesgo a otros. Es decir, con este argumento se quiere afirmar que los que incurren en actos vistosamente furiosos responden legítimamente a una violencia latente que subyace en un modelo y que hemos naturalizado. Pero estos sujetos no son considerados por quienes defienden sus acciones como parte de ellos mismos. Siguen siendo percibidos como distintos. Puede haber compasión o lástima, pero sin darle un espacio para la pertenencia, lo que constituye otra forma de menospreciar al prójimo. Este buenismo consistente en no hacerlos responsables de sus actos por su condición u origen es también excluyente. Tampoco sirve intentar ver en estos grupos una homogeneidad que intentan acciones disruptivas para hacerse notar. Las cosas no son tan simples. En el contexto de masivas movilizaciones habrá siempre pequeñas turbas que se descolgarán, conformadas por románticos de las revoluciones, por delincuentes, por fanáticos radicalizados, por infiltrados, que conjuntamente, a veces de manera irreflexiva y sin contenido político, pueden concurrir en barbaridades o bestialidades que deben serles imputables, porque la dignidad humana tiene como correlato la asunción de las consecuencias por las decisiones respecto de las que se ha optado.

Avalar las acometidas y disparates, cuando son otros los que las deben soportar, permite la confrontación de intransigencias que se pueden llegar a anular, entre lo que Walter Benjamin denominaba violencia conservadora y violencia generadora de derechos que, sin perjuicio de las consideraciones éticas, en general, no nos conduce a transformaciones que puedan proyectarse en el tiempo. Así como ha habido exitosas revoluciones, la mayoría de ellas sangrientas, también han existido muchas otras frustradas, que han dado pie a que todo siga igual o incluso con desigualdades y exclusiones más profundas, inhumanas y sanguinarias.

Una democracia debe empoderar a una ciudadanía para que sea competente y capaz de procesar la información. El desafío es producir una civilidad dispuesta y capacitada para dialogar y no para asolar ni aplastar al que se designa como adversario.

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