Opinión

De identidad e influencias

El terror de la sociedad, que es la base de la moral; el terror de Dios, que es el secreto de la religión: éstas son las dos cosas que nos gobiernan.

Por: Diario Concepción 13 de Mayo 2020
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

En el Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, lord Henry le hace saber a Gray lo que piensa de la influencia que uno puede ejercer sobre otros. Para él siempre sería inmoral influir sobre otro, por cuanto esto significaría “darle nuestra propia alma”.

Esta afirmación parece ser un tanto radical, siendo preciso distinguir el impulso que se puede encontrar en alguien que sirva para atizar las potencialidades de cada uno, de la mera domesticación o sumisión del prójimo, para mantenerlo bajo control, impidiéndole elegir libremente como vivir. “Sus virtudes no son reales para él. Sus pecados, si es que existen, son algo prestado. Se convierte en el eco de una música extraña, en actor de algo que no ha sido escrito por él.” Es amputarle el espíritu, para que sea una mera caja de resonancia de lo que otros decidan por él, aunque se construya sobre la base de una pantomima, una apariencia de ser el propio sujeto sometido el que decide.

Algo así, como el provinciano que tiene que soportar como otros deciden que es lo mejor para él, desde el poder central, porque, aunque en apariencia se pretenda que se hacen sondeos y se toma en consideración lo que decimos en nuestras regiones, es poco lo que se nos toma en cuenta, levantando las más variadas excusas para evitar distribuir el poder. “Realizar nuestra naturaleza perfectamente, para eso estamos aquí. Las personas se asustan de sí mismas. Han olvidado el más alto de sus deberes, el deber para consigo mismas”, dice Wilde. Nos dejamos vencer por el miedo, sucumbiendo ante una nueva normalidad que no es nada más que hacer de la excepcionalidad frente al miedo una regla general. Porque de existir un deber antes del ejercicio de todo derecho, es el de forjar nuestra identidad, personal y colectiva. “Dan de comer al hambriento y visten al pordiosero, pero sus propias almas se mueren de hambre y están desnudas. Ya no tenemos valor, quizás no lo tuvimos nunca. El terror de la sociedad, que es la base de la moral; el terror de Dios, que es el secreto de la religión: éstas son las dos cosas que nos gobiernan”. Es el horror a ser libres, a enfrentarse a quienes nos impiden ser originales, a romper con la cotidianeidad de tener que mirar siempre a otros desde abajo esperando un permiso para ser nosotros mismos. De desenvolvernos no como copias con un ropaje ajeno, sino que “dando forma a todos los sentimientos, expresión de los pensamientos y realidad a los sueños”.

Pero para esto se requiere dejar de vivir asustados, dejar de negarnos como una singularidad, resistiéndonos a seguir subsistiendo como otros nos imponen, asumiendo que la acción es el único medio para purificarnos.

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