Opinión

No siempre se puede heredar

Por: En el Tintero 22 de Noviembre 2019

Napoleón, a las tres de la mañana del 25 de enero de 1814, va a mirar el sueño tranquilo de su hijo, antes de salir para enfrentar a los aliados Rusia, Prusia y Austria. Sería la última.

Sabemos el resto, la derrota y reclusión en la isla de Elba, el regreso triunfal a Francia y la aventura de los 100 días. Waterloo en 1815, el largo destierro y la muerte en 1821.

Napoleón Francisco Carlos José, fue llevado por su madre a casa de su abuelo, el emperador de Austria, Francisco, allí se da instrucciones de borrarle Francia de la cabeza, primera fase para sacársela del corazón, se le castiga si habla francés, se le niega toda información. Napoleón le ha dejado sus armas, otros objetos, la espada de sus grandes victorias. Metternich se encarga de ocultar esta herencia.

El niño, mal que les pese a sus desconfiados custodios, debe tener un título noble, se le otorga el de Duque de Reichstad. En medio de los herederos del trono de Austria, algo tontones, el flamante duque, muy inteligente, contenido y dueño de sí, provocaba una inconfortable expectación en cualquier ambiente, de buena presencia, de genio vivo, sin saberlo tenía el mismo gesto de su padre, caminar con ambas manos a la espalda.

Por supuesto que le vigilan cuidadosamente, peligro político de primer orden tener alguien sospechosamente parecido en aptitudes a un padre de alta peligrosidad política. Para tranquilidad del sigiloso y manipulador Metternich, la tuberculosis no perdonó a este joven inquietantemente promisorio, muere a poco de cumplir 21 años, el 5 de julio de 1832. Abierta invitación a jugar a la historia ficción; qué habría sido de Europa con otro Napoleón.

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