Para los cada vez más abundantes ejemplares de la tercera y cuarta edad, y aquellos que pretenden instaurar una cuarta, definitivamente las cosas no son como eran. Una conclusión más vieja que el hilo negro, basta con leer la conclusión de Hesíodo, viviendo en la Hélade por allá por el año 700 a.C., que los jóvenes no tenían remedio, más el consabido “adónde vamos a ir a parar,” sólo que en griego.
De la larga lista de detalles preocupantes en el comportamiento de nuestros jóvenes, es el florido lenguaje que utilizan indistintamente hombres y mujeres, uno de los más llamativos, puede ser descrito como vulgar; el uso abundante y reiterado de groserías de grueso calibre, sin remilgos, en alto volumen y en cualquier parte, en estado de aparente inocencia relativa a los significados. Como simplemente otro idioma, con implicancias atenuadas, pero no así para quien lo escucha y que no pertenece a esa cultura.
Un alumno de un colegio en Calama, fue castigado por su profesora con el decimonónico proceso de lavar la boca con jabón, frente a todo el curso, por decir groserías en clase, según denunció la madre del menor. La apoderada reconoció la calidad de la docente y esta su error. La directora del colegio informa que pusieron a disposición del alumno al equipo de profesionales psicosociales de la escuela. Los garabatos no parecen inquietar a nadie.
No fue un recto proceder de la profesora, a lo mejor no ha logrado acostumbrarse a la nueva riqueza del lenguaje, o reaccionó como era clásico, pero ahora inaceptable. Aparentemente no ha habido daños mayores, pero caminando por allí, más de alguien habrá querido tener jabón a mano.
PROCOPIO