Las grandes urbes están amenazadas por la pérdida de identidad de sus habitantes, la prisa de los tiempos, las distancias por recorrer, las demandas crecientes del mundo laboral y el aumento de las ambiciones, han logrado separar a los ciudadanos en entes aislados, cómodos solo con sus familias y su el entorno inmediato, fuera de contacto con los demás, por parecidos que sean, con una suerte de contemporáneo rubor a la cercanía que puede ser comprometedora, es decir lo peor que hay, cuando es tan lindo andar cada uno a su propio aire
Se pierden progresivamente los puntos de encuentro y, dispersos, se ha aprendido a desconfiar sin causa real. Sin embargo, son los mismos vecinos con los cuales se interactúa en tiempos de conflicto, de daño mayor, de amenaza común, como terremotos o incendios, o gatos perdidos, situaciones en las cuales, para sorpresa de muchos, se reencuentran seres humanos, y resurgen las posibilidades de ayuda y socorro mutuo, experiencias que lamentablemente pierden su significado a poco andar, tan pronto se recobra la normalidad y con ella todos los factores del aislamiento, cada quien se resguarda en su zona de seguridad.
Otro lugar de encuentro que se está perdiendo, además de las áreas verdes que pudieran existir, son los almacenes de los barrios, con almaceneros residentes, el epicentro de la copucha local y recurso para salir de apuros en tiempos de carencia, en algunos sectores sobreviven felizmente, algunos todavía atendiendo cuando el resto del mundo se fue para la casa. No deberíamos dejar que desaparecieran, hay más patria allí de lo que buenamente se cree.
PROCOPIO