Antonio Pigafetta, fue un veneciano enrolado en la expedición de Fernando de Magallanes para dar la vuelta al mundo. Sin su concurso habríamos sabido harto menos de las pellejerías que pasó, él y sus sufridos compañeros de aventura.
Durante el viaje hizo cuidadoso registro de todo lo que ocurría. Fue uno de los 18 hombres que regresaron a España en 1522, de los aproximadamente 240 que habían partido tres años antes, lo que deja bastante claro las dificultades extremas de tamaña empresa.
A los chilenos nos toca una parte de esta relación, ya que al descubrir el Estrecho con el apellido de su descubridor, hace 500 años, encontraron unos habitantes de gran estatura. El primero que se acercó, medía doce a trece palmos, o sea 2.75 metros, estaba vestido con una capa de lana. La cara, cuadrada, de color negro oliva intenso, con pómulos acusados, boca grande, labios toscos, estaba pintada de rojo, con ojeras amarillas, y una mancha en forma de corazón en las mejillas. Una cosa preciosa. Cuando le mostraron su imagen en un espejo retrocedió asustado, botando a tres marineros cercanos.
Los pies eran de tamaño proporcional, ¡qué patagón! exclamo Magallanes, espantado. El nombre quedó para la región de estos seres que no aparecieron otra vez en la literatura, a lo mejor Antonio era mentiroso, pero aunque la historia fuera falsa está muy bien contada.
Algo de cierto debe haber, porque quedan personajes por allí cuya conducta confianzuda y abusadora, delata un tremendo tamaño de los pies.
PROCOPIO