Opinión

La lectura en tiempos de posverdad

En tiempos de la posverdad la lectura se reduce a una credulidad fácil que se alimenta de lo que confirma a un “yo”, pero desconfía de las fuentes tradicionales.

Por: Diario Concepción 02 de Diciembre 2018
Fotografía: Cedida

Claudia Tapia Vásquez
Periodista y Doctora en Literatura
Depto. de Ciencias de la Comunicación, UCSC

La lectura es una actividad de naturaleza tautológica que persigue la asignación de sentido a un texto y que implica un pacto que condiciona la recepción del mensaje.

En Literatura, ese contrato se basa en una voluntaria suspensión de la incredulidad. Por muy fantásticas que sean las criaturas que se describen, el lector(a) finge que es verdad. Cuando duda de ella, dice Tolkien, se rompe el hechizo.

En Periodismo el pacto es el mismo: los públicos también fingen que el contenido de los medios es cierto. Es que aunque aquí los contenidos adhieren al mundo real y, por tanto, resultan más creíbles, las audiencias, al igual que en la ficción, no tienen experiencia ni conocimiento directo de los hechos que se cuentan.

Frente a este estado de la situación ha surgido una tercera trama discursiva impulsada por la tecnología: la posverdad y las fakenews. Se trata, según la definición enciclopédica, de aquellas circunstancias en las que la emoción y las creencias personales priman sobre los hechos objetivos y los datos duros en la formación de la opinión pública.

El fenómeno ha crecido en un terreno abonado con el auge de las redes sociales, un tipo de periodismo de baja calidad y las potencias de la Inteligencia Artificial, con sus notables cuotas de realismo en la manipulación digital. Con Face2Face o Fakeapp (por nombrar solo algunas herramientas de código abierto) hoy se puede intercambiar video y audio para que una persona haga y diga lo que queramos (Obama insultando a Trump o celebridades del cine y la política en videos pornográficos).

Bajo estas condiciones, el pacto de lectura anclado en la credulidad ahora aplica a lo que es flagrantemente una mentira, agravando nuestra permanente crisis en la búsqueda de la verdad. Y el contrato, que siempre implicaba a una otredad (el emisor), ahora se enfrenta al anonimato autoral de las fakenews, lo que reduce nuestras posibilidades de comprensión y aumenta las de manipulación.

En tiempos de la posverdad la lectura se reduce a una credulidad fácil y autorreferente, que se alimenta de lo que confirma a un “yo”, pero desconfía de las fuentes tradicionales de información y conocimiento.

Así, desestabilizadas las cláusulas, el pacto de suspensión de la incredulidad podría finalmente derivar en su opuesto: la instalación de un pacto de la sospecha. Y allí, frente a la posibilidad de “una sola verdad” o de “múltiples verdades”, legitimar la de “ninguna verdad”.

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