Opinión

De intelectuales

Por: Diario Concepción 11 de Julio 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, Magíster Filosofía Moral

Tener vocación de intelectual no tiene ninguna vinculación con la inteligencia. Todos conocemos abogados, ingenieros, médicos, profesores, periodistas, etc., que podrán ser excelentes profesionales, brillantes cuando se trata de solucionar un problema específico que se enmarca en su ciencia o arte. Pero esto no los hace unos intelectuales. Según Jean Améry, el intelectual es “un ser humano que vive en el seno de un sistema de referencia espiritual en el sentido más amplio. El campo de sus asociaciones es fundamentalmente humanístico y filosófico. Posee una conciencia estética muy cultivada. Tanto por inclinación como por aptitud se orienta al razonamiento abstracto.” Se trata del sujeto que es capaz de asociar un acontecimiento con alguna idea proveniente de la historia del pensamiento. No tiene absolutamente ninguna relación con quien pretende suplantarlo o decirse uno de ellos, por emitir juiciosos (o muchas veces no tanto) discursos explicativos a través de los medios de comunicación. No es el opinólogo de matinal o uno de los cientos de quienes se dicen “expertos” que desfilan por los múltiples programas de farándula.

Es al intelectual que podremos exigirle salir del ámbito de sus reflexiones hacia adentro, para que las comparta y las saque de su fuero interno. Para que sirvan de base para ir construyendo sociedad, más allá de la mera convivencia de sujetos que se sacan provecho entre ellos. Que sea capaz de endurecer la realidad, hacerla comprensible. Que sea capaz de orientarnos en las situaciones límites, aquellas en las que el desamparo de la ignorancia oculta toda solución detrás de una neblina de perspectivas superficiales y lugares comunes, fanatismos y misticismos de toda naturaleza, que somos capaces de abrazar sin cavilación alguna ante el advenimiento de la desesperación y la necesidad no satisfecha. Es el intelectual el que tiene que verse emplazado a darnos los insumos para que nos entreguemos al pensamiento íntimo. Al que nos permita discriminar el ruido del descubrimiento esencial para seguir creciendo, y más que buscar soluciones, construirnos caminos, los que correspondan a cada uno. Fraguar sobre los cimientos de la realidad la conciencia, para que el conocimiento espiritual no siga siendo un lujo prohibido que caiga en desuso por no ser útil a la rentabilidad, la producción y posesión de cosas. Que nos permita ser unos mamíferos más humanos, inundados de contenidos literarios, de fragmentos musicales y reflexiones filosóficas que nos hagan cada vez más indómitos, sacándonos del ámbito de domesticidad social en el que estamos sumidos.

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