Opinión

De imaginación y realidad

Por: Diario Concepción 04 de Julio 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

 

Son las ficciones las que le dan legitimidad a la autoridad. Los que ejercen eso que llamamos poder, de manera efectiva, hacen que acatemos por inercia, sin darnos cuenta de la sumisión. No vemos ni constatamos la manipulación. Sólo actuamos conforme a lo que nos dijeron, nos dicen y nos seguirán diciendo que hay que hacer. Según Fernando Pessoa: “Todo lo que sabemos es una impresión nuestra, y todo lo que somos es una impresión ajena, aislada de nosotros”.

Son estas redes las que están siempre creando mitos y levantando banderas, haciendo de apóstoles de alguna noble causa para que los más ingenuos se inmolen por ellas. Son estas redes las que dicen que debe entenderse por marginal y normal, que debe asumirse como identidad y como otredad. Son los que detentan el poder, que no son necesariamente los que ejercen algún cargo de autoridad pública, aquellos que dibujan la imagen de lo que debe entenderse como un terrorista, como una secta religiosa, quienes son los enfermos mentales, quienes los capacitados y discapacitados, quienes son los mejores y los peores, quienes son los hombres y quienes las mujeres, quienes los indeseables inmigrantes y quienes los necesarios inversionistas extranjeros, en fin, quienes son los normales y quienes los anormales. Quienes, como señala Roger Bartra, son los que “amenazan con su presencia -real e imaginaria- la estabilidad de la cultura política hegemónica”.

Así se va construyendo la alegoría del enemigo en su más diversas variantes, que van desde el más pequeño delincuente hasta el terrorista más peligroso, preparando nuestros ejércitos para enfrentar las batallas, que la mayoría de las veces no son más que ilusiones cuyo espectro se amplifica con toda clase de pirotecnia mediática. Se levanta la imagen de algo o alguien y se le hace un símbolo de lo que hay que destruir o del objetivo del combate que hay que librar con urgencia. Nos encerramos en guetos urbanos, parapetados detrás de toda clase de medidas de seguridad, esperando a los bárbaros, forjando superhéroes cuyo color político o étnico dependerá de quien detente el poder verdadero, aquel que puede manejar las redes imaginarias de lo que debemos ver, del que le pone los límites a lo que se nos dice es la realidad política. Formar la convicción a partir de simulacros donde los soldados del bien se enfrentan a los hostiles adversarios, siendo uno u otro el que porte el uniforme institucional dependiendo de las conveniencias del que detente el poder, conforme al manejo táctico del espectáculo hipnótico que nos muestran los medios con arreglo a los intereses del momento.

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