Opinión

Iglesia y sociedad

Por: Diario Concepción 31 de Mayo 2018
Fotografía: Diario Concepción.

Danny Monsálvez Araneda
Dr. Historia, académico e investigador Departamento de Historia UdeC
@MonsalvezAraned

Los escándalos que han sacudido a la Iglesia Católica nos hablan de la descomposición ética de quienes se han arrojado durante miles de años la potestad de la verdad y la moralización de los comportamientos sociales. El discurso castigador y sancionador a quienes transgreden determinados principios o valores ha sido la tónica de una institución que en su momento, producto de la situación que vivíamos en dictadura, adquirió respetabilidad en la población.

No se trata de generalizar, sin embargo estamos hablando de una institución jerárquica, donde las órdenes de los superiores, que decir de Dios, no se discuten, con suerte se analizan, por lo tanto se acatan. Es más, desde que comenzó a salir a la luz pública el tema de los abusos sexuales de religiosos, los “pastores de la iglesia” y la feligresía transitó desde hablar de casos aislados, pasando por el discurso “cristiano” misericordiosos de acoger a las víctimas, hasta asumir los errores y horrores cometidos, realizando el respectivo mea culpa.

Punto especial tiene la feligresía, particularmente aquellos civiles que se sitúan en posiciones de privilegio y poder en la sociedad. Aquellos que mes a mes costean con importantes sumas de dinero las prebendas y opulencia de algunos religiosos en sus congregaciones o parroquias. Mismos feligreses que otrora firmaron declaraciones o inserciones defendiendo al criminal de Karadima por ejemplo. Pero no son todos, también están aquellos intelectuales o académicos que desde centros de estudios, institutos o universidades han mantenido un silencio cómplice con las aberraciones que se han cometido, con suerte algún comentario lamentando lo acontecido.

Peor aún, en las últimas semanas y días hemos vistos a algunos de estos feligreses comentar su preocupación por lo que pueda pasar en la Iglesia, señalando fórmulas que puedan salvarla de esta descomposición que la embarga, cuando el foco debería estar presente en cómo salvamos a niños, niñas, mujeres y hombres de una institución en la cual han depositado su confianza.

Esa feligresía es la que durante años ha servido de guardiana, protectora y defensora pública de los mandatos de la Iglesia. Esa feligresía es la que ha puesto el grito en el cielo cuando se impulsó el fin al tema de los hijos/as ilegítimos/as, ley de divorcio, los programas de educación sexual, incluso criticando la gratuidad y ahora último la ley de aborto. Por lo tanto, no podemos esperar mucho de ellos, su desvelo sigue siendo los problemas de la Iglesia y no cómo somos capaces de protegernos con políticas públicas de una Iglesia que ha violentado groseramente la conciencia y el ser de las personas.

En consecuencia, más que preocuparnos, como quieren algunos, en cómo salvar la institución de su decadencia, mejor nos abocamos a la tarea de ver cómo salvaguardamos a la sociedad de la Iglesia.

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