Opinión

De libertad y corrupción

Por: Diario Concepción 18 de Abril 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

Según Hans-Georg Gadamer, “vivimos en diálogo, habitamos en la palabra”. Para Martin Heidegger: “la palabra es la morada del ser y el hombre es su pastor”. Emilio Lledó señala que desde muy niño el diálogo con las palabras escritas por grandes autores del pasado podía comunicarle una gran sabiduría. Que los grandes clásicos aún sigan vigentes dice mucho de su transmisión actual y, sobre todo, de la necesidad de aprehenderlos, abordarlos, leerlos y releerlos. Sólo de esta forma podremos acceder al significado profundo de las letras, de la necesidad de abrirse al diálogo con el otro, sobre todo cuando piensa de manera diferente. De saber comunicarse con otros seres humanos y buscar el sentido de la propia vida. Es la pedagogía de la libertad la que nos permite acercarnos a las palabras, libres de prejuicios, como pilar esencial del conocimiento.

Hoy no se puede hablar simplemente de corrupción en el ejercicio del gobierno, más bien corresponde referirnos a una mentalidad corrompida como consecuencia de la ignorancia y la asunción de los dogmáticos que nos intentan imponer la idea de que nada distinto es posible. Según Kant: “el hombre es lo que la educación hace de él”.

La democracia debe tender a abrir estos puentes para dialogar con el otro, asumiendo que posiciones refractarias y cerradas lo único que hacen es hacerle un favor enorme a los sectores más conservadores que no quieren avanzar en nada. El supuesto sobre el que se construye el sistema es que personas decentes, incapaces de tocar lo que es suyo, de hacerse del poder para su propio beneficio y de sus cercanos, de cercenar las libertades de los otros, consumando actos corruptos de cualquier naturaleza son los que accederán a ocupar los cargos públicos. Pero, lamentablemente, esto parece ser una utopía, que ha podido hacerse una ilusión como consecuencia de haber permitido que nos fagocitara el analfabetismo cultural y valórico.

Cuando nuestro objetivo es simplemente rentabilizarlo todo, vamos ocupando el espacio que antes le conferíamos a las palabras. Cada vez importan menos los conceptos y las enseñanzas imprescindibles de los clásicos van desapareciendo, dejando de ser estas palabras los protagonistas del desarrollo social e histórico.

Por ello, no es de extrañar que no se abran los espacios para el diálogo. Parece que el objetivo es evitar lo que se dice podría constituir un triunfo político del adversario, quien a su vez hizo lo mismo respecto de ellos cuando se apeló a su voluntad, mirando siempre obsesionados las encuestas, en lugar de dirigir su función a la solución de los problemas .

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