Opinión

De nadadores

Por: Diario Concepción 14 de Febrero 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, Magíster Filosofía Moral

Novalis, sostenía que “la mayor parte de los hombres no quiere nadar antes de aprender”. Todo tiene que ser instantáneo y sin sacrificio. Como si la fuerza y tiempo destinados a alcanzar un objetivo no tuvieran sentido. El éxito se mide por la velocidad y no por el camino escogido, y sus consecuencias, para sí mismo y los otros. Nadie quiere nadar. Es preferible quedarse en tierra.

Hermann Hesse refería en “El lobo estepario” que los seres humanos “han nacido para la tierra, no para el agua. Y naturalmente, no quieren pensar; como que han sido creados para la vida, ¡no para pensar! Claro, y el que piensa , el que hace del pensar lo principal, ése podrá acaso llegar muy lejos en esto; pero ése precisamente ha confundido la tierra con el agua, y un día u otro se ahogará”.

Hay que demostrar resultados rápidos, aunque sean superfluos e inútiles. Una apariencia sólo para publicitar o “viralizar”, para mostrarse eficientes y exitosos. Se trata de pensar poco. Si se piensa mucho, tal vez se nos diga que podríamos ahogarnos en la falta de eficacia. Se acusa al que piensa mucho de sucumbir ante el problema, confundiéndose la decisión rápida e irreflexiva con lo que se dice ser “ejecutivo”.

Hemos olvidado como nadar, como destinar tiempo para ir construyendo una matriz que nos permita ver más allá del ahora, de lo inmediato. Preferimos el espectáculo, la hipocresía de mostrarnos pulcros y civilizados, ordenados y escrupulosos, apegados a pequeños hábitos y deberes impuestos en una formación rígida, mediante la idealización de una estructura de lo humano que otros sostuvieron que debíamos seguir, quebrantando con esta educación nuestra voluntad de buscar la diferencia, destruyendo la personalidad dentro de nosotros.

No nos dejaron nadar y nosotros no dejamos a nuestros hijos y discípulos que naden, que piensen y si es necesario que se ahoguen, no una sino que varias veces. Para que de una vez asumamos que el éxito no es una cuestión espontánea, es equivocarse y equivocarse, y luego vendrán los aciertos. Para no odiarnos por haber fracasado, ya que este fracaso es parte de nuestra historia, de lo que somos.

Este odio, que nos impide a su vez amar a otros que, muchas veces, en lugar de levantar al que cae, sólo lo miran. Algunos ríen y otros pasan de largo. Pocos son los que tienden la mano al que se ahoga por haber pensado y fracasado. Como sostiene Philip Dick en “El hombre en el castillo”: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde el alma?”.

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