Opinión

Cambiar o quedarse donde mismo

Por: Procopio 21 de Enero 2018

Como estamos en la dinámica de los cambios, de la alergia social a tener más de lo mismo, o el premio a los innovadores, resulta difícil entender un sistema político que basó su permanencia y estabilidad justamente en no mover cosa alguna, a seguir haciendo como siempre,  con levísimas variaciones, por milenios. Así, la civilización egipcia fue quizás la más importante de su época, se organizó alrededor del río Nilo y se estructuró en un sistema agrícola productivo que permitió estar a la vanguardia de otros pueblos, a pesar de funcionar en un territorio que es 97% desértico.

Su larga historia comenzó con la unificación de varias ciudades del valle del Nilo, alrededor del 3150 aC., y se da convencionalmente por terminada en el 31 aC., cuando el Imperio romano conquistó y absorbió el Egipto ptolemaico, El primer faraón fue Nermer y la última fue, la a lo mejor no tan preciosa, Cleopatra, por culpa de Julio César y su famoso imperio romano disfrazado de república.

Egipto tenía un solo jefe, de todo; el faraón, los demás eran comparsas, él era la máxima expresión de poder, divinizado, con los súbditos convencidos que era un descendiente directo de los dioses y solo él podía llevar al imperio a buen puerto y así mantener la prosperidad, aunque a costo de inequidades tremendas, pero en fin, así eran las cosas.

Aunque el sistema parecía demasiado rígido, aguantó bastante en esa paralítica condición. Por nuestro lado, apenas cumplidos míseros doscientos años  tememos más cambios que en una decena de dinastías egipcias. A lo mejor el truco está en ir cambiando de a poco y firmemente una vez que se demuestre que el cambio sirve para algo. Puede ser que otra cosa habrían hecho los faraones si la pega les hubiera durado solo cuatro años.

 

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