Opinión

La relatividad de los lechos de rosas

Por: En el Tintero 20 de Enero 2018

La ambición rompe el saco, pero antes de romperlo, rompe con todo, con la voluntad, con la decencia y hasta con la compasión. Nunca satisfecha siempre ansiosa. En la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo, hay abundantes detalles de esa hambre perpetua, en este caso la de los conquistadores, para los cuales el oro que ya habían obtenido no era suficiente, así que decidieron, para saber dónde había más, someter a tortura al último gran tlatoani -el título en náhuatl para los gobernantes- Cuauhtémoc y al señor de Tlacopan, Tetlepanquetzaltzin, quienes no tenían otra culpa que tener nombres casi impronunciables.

Tendidos ambos y atados en una mesa de piedra, les empaparon los pies en aceite, procediendo a encenderlos. El comportamiento de ambos, sometidos a ese espantoso tormento, fue diferente, el señor local gritaba y se retorcía, mientras el gobernante, con los puños apretados, no daba muestras de su enorme sufrimiento. Cuando el señor de Tlacopan pidió permiso a Cuauhtémoc para hablar y confesar, éste le miró con desprecio preguntándole ¿Acaso estoy yo en un lecho de rosas?

Es altamente dudoso que en esos momentos haya habido alguien tomando notas, en medio de tanta brutalidad. La frase sale de la novela histórica “Los mártires del Anáhuac” del dramaturgo y novelista mexicano, Eligio Jesús Ancona, escrita en 1870, para darle un toque de romanticismo y estoicismo dignos de un guerrero azteca.

La frase es aplicable a los llorones de siempre, que no hacen más que quejarse, cuando otros, más maltratados incluso, se paran y luchan frente a las dificultades, trabajando y empeñando sus mejores esfuerzos logran surgir, aun no estando en el lecho de rosas.

PROCOPIO

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