Opinión

Entre lo que vale y lo que cuesta

Por: Procopio 21 de Noviembre 2017

Hoy son las marcas, que han invertido mucha creatividad y mucho dinero en publicidad para convencernos que determinada cosa es lo que obligadamente hay que tener, o nos espera ser arrojados y olvidados a un mundo gris y anónimo. Algunas veces la calidad está asociada, no siempre, o por lo menos, en una incierta proporción.

Se concluye que quien anhela lograr algo valioso tiene que estar dispuesto a pagar el precio, no importa lo alto que éste sea. Una historia, sin embargo, vieja. Cuando el ABC1 de la Edad Media, papas, príncipes, señores de la guerra, querían inmortalizarse, tenían que negociar cuanto oro y cuanto lapislázuli se emplearían en la obra que inmortalizaría su imagen, de esa fórmula dependía una parte no despreciable del precio.

El lapislázuli, se extraía sólo en algunos lugares de Oriente, con él se fabricaba un bellísimo color azul, resistente a la acción del tiempo, que por su procedencia se llamaba azul de ultramar, al mezclar ese azul con el blanco, se obtenía el luminoso celeste de cielos propios de gracia evangélica, indispensable como fondo de retratos, ya sea sólo un poco, a través de un ventanuco, o pleno, alrededor de nuestro personaje ataviado para la ocasión con sus mejores pilchas.

El valor total de la obra estaba por lo general en directa proporción a las vanidades, o sea altísimo, de ahí viene la frase, al que quiera celeste, que le cueste, o cómo es de difícil irse al cielo, en otra versión menos convincente, pero más pía.

Saber el valor real de las cosas es una ciencia de difícil dominio, en realidad somos culpables del precio, ya que cosas carísimas como la paz de espíritu ni siquiera están en el mercado y, sin embargo, tenemos las vitrinas llenas de cachivaches.

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