Opinión

Precauciones frente al sabio de turno

Por: Procopio 10 de Noviembre 2017

Hoy es imposible ser el hombre del Renacimiento, no solo porque hasta aquí no es posible viajar al pasado, sino porque para ser ese tipo de hombre hay que saber de todo lo que hay y ahora hay demasiado. El ejemplo más famoso,-sus obras y propuestas estuvieron a la vista para la comunidad penquista no hace mucho- es Leonardo da Vinci, un irritante individuo al cual no se le escapaba nada, insaciable y genial, autodidacta y de movimiento perpetuo, nacido sin ventaja alguna, sino todo lo contrario.

Hasta el día de hoy hay gente entretenida en buscar signos recónditos y mensajes ocultos en sus escritos, o probar en   modelos reales si sus inventos de escritorio servían para algo, con la sorpresa añadida  que en muchos casos, así era.

De vez en cuando, no con demasiada frecuencia, menos mal, aparecen estos seres a quienes el planeta les queda chico y sus cabezas hierven de actividad, viendo cosas que nadie más ha visto o pensando en circunstancias que parecen existir sólo gracias a su concurso. En comparación, los  sabios y expertos del montón, por más premios Nobel que puedan haber conseguido, aparecen como limitados, fijos en un sector minúsculo del Universo.

Lo malo es que algunos expertos, sublimes en una sola cosa, suelen ignorar todas las demás, con el agravante que están lejos de reconocerlo y se pasean por el mundo dando cátedra sobre todo lo se les ponga por delante, opinando con gravedad sobre asuntos que apenas sospechan, no faltando quienes, impresionados por sus galones, no cuestionen conclusiones a veces llenas de agujeros.

Hay que tener cuidado al oír a los seres magníficos, porque a veces, en algunos aspectos, saben menos que el ciudadano medio, común y corriente, pero menos soberbio.

 

                     PROCOPIO

 

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